La lucha contra la COVID-19 y sus medidas políticas y sociales han provocado una serie de cambios significativos en el medio ambiente. Desde el confinamiento domiciliario, el uso masivo de mascarillas o material clínico, hasta la caída del turismo, han provocado un efecto inmediato en el estado de nuestro planeta. La calidad del aire y de las playas, la reducción de la contaminación acústica en las ciudades y el consumo exacerbado de productos y material no reciclable son consecuencias positivas y negativas generadas por la libre deriva de la pandemia y no intervención político-medioambiental.
Según el artículo académico Indirect effects of COVID-19 on the environment de los científicos Manuel A. Zambrano-Monserrate, María Alejandra Ruano y Luis Sanchez- Alcalde, destaca que durante la primera ola de la pandemia hubo una reducción drástica en la concentración de dióxido de carbono con motivo de que muchas industrias detuvieron su producción, y que además, debido al confinamiento domiciliario en países como Francia, Alemania, Italia o España, la polución se redujo a mínimos por la falta de movilidad en transportes terrestres y aéreos. No obstante, aclara que el 91% de la población mundial vive en lugares donde la mala calidad del aire sobrepasa los límites permisibles, y como resultado, este fenómeno produce anualmente el 8% de la mortalidad en el mundo.
Otros efectos beneficiosos para el ecosistema han sido la reducción del turismo y la disminución de la contaminación acústica. La reducción de los aforos, la distancia social, el cierre de muchos comercios y la imposibilidad de la realización de actividades recreativas han propiciado un menor consumo en las costas y por lo tanto un beneficio para la calidad de nuestras aguas y el ambiente acústico. Gracias a ellos, se ha conseguido reducir los posibles problemas de salud y alteración natural de los ecosistemas favoreciendo un estilo de vida óptimo.
Sin embargo, las medidas aplicadas para la contención del virus han generado nuevos problemas medioambientales. Entre ellos destacan el aumento de residuos orgánicos e inorgánicos por vivienda, el incremento de material médico, produciendo hasta 240 toneladas diarias en Wuhan, y una reducción drástica en el reciclaje de estos residuos. Países como Estados Unidos suspendieron sus programas de reciclaje en algunas ciudades debido al riesgo de contagio por COVID-19 descartando su mejor arma para reducir energía, prevenir sobre los efectos perjudiciales de la polución y mantener los recursos naturales.
En conclusión, la crisis del coronavirus ha tenido efectos positivos y perjudiciales para el medioambiente y la salud de la población mundial. Es necesario que aquello que ha sido objeto de mejora en nuestra calidad de vida se mantenga, mediante políticas, como un proyecto a largo plazo que conceda la oportunidad de reformar nuestra forma de consumir y reduzca de este modo las consecuencias negativas que hemos generado a lo largo de estos años.
