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Análisis de La Velada en Benicarló de Manuel Azaña

La autoría de La Velada en Benicarló se atribuye a Manuel Azaña Díaz (1880-1940). Político, escritor y periodista nacido en Alcalá de Henares, fue presidente del Consejo de Ministros desde 1931 hasta 1933 y presidente de la Segunda República desde 1936 hasta 1939. Azaña, nació en el seno de una familia acomodada, con tradición burocrática y de dinastía liberal. Entre las figuras de su genealogía, destacamos la de su padre que fue alcalde constitucional de Alcalá de Henares. El peso de su descendencia puede ser considerado como dato importante para la comprensión de su pensamiento.

Como señala el propio Azaña, la obra se contextualiza en Barcelona, dos semanas antes de que se produjera la insurrección de mayo de 1937. Esta fue de carácter armado por parte de confederales y trotskistas que durante los primeros días de mayo de este año, mantuvo los primeros días de mayo recluido al autor en la sede del Parlamento de Cataluña, en el Parque de la Ciudadela de Barcelona.

Siguiendo el hilo del anterior párrafo y refiriéndonos al contexto histórico en el que se desarrolla el diálogo, nos situamos en las Jornadas de Mayo de 1937 que hacen referencia a una serie de enfrentamientos ocurridos entre el 3 y el 8 de mayo en diversas localidades de las distintas provincias de Cataluña. El epicentro de estos sucesos lo encontramos en Barcelona, enmarcándolo en la guerra civil española. Como ya detallaba, los hechos enfrentaban a anarquistas y trotskistas que eran partidarios de la llamada Revolución Permanente y al Gobierno de la República junto a la Generalidad de Cataluña y algunos grupos políticos. Cabe destacar, que estos acontecimientos fueron el punto culminante del enfrentamiento entre la legalidad republicana de la preguerra y la Revolución Española de 1936 donde acontece el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 que desembocó en la ya citada guerra civil. Por otro lado, el detonante de esta insurrección fue la prestación del Gobierno de recuperar, en particular para Cataluña, el control de todo lo que concernía al orden público y fronteras, en manos hasta entonces de un comité sobre el que el poder ejecutivo no tenía ninguna ascendencia. De forma paralela, en la retaguardia republicana, grupos de autoridad incontrolada se tomaban la justicia por su mano lo que suponía consecuencias negativas en todos los ordenes y en la imagen de la República. Además, estaba reciente el bombardeo de Guernica por parte de Legión Condor alemana y la Aviación Legionaria italiana, y la matanza de la carretera de Málaga – Almería, con lo que se hacía un anuncio de la voluntad de exterminio de población civil por los sublevados y se ponía en evidencia la superioridad en armamento.

La obra adquiere la forma del diálogo, donde participan once personajes vinculados de un modo u otro a la guerra civil, que se conocen entre sí, y que de forma casual se encuentran en el albergue de la localidad castellonense de Benicarló. Miguel Rivera (diputado), el doctor Lluch (médico y profesor de la Facultad de Medicina de Barcelona), Blanchart (comandante de infantería), Laredo (aviador), Paquita Vargas (actriz de Teatro), Claudio Marón (abogado), Eliseo Morales (escritor), Garcés (exministro), Pastrana (prohombre socialista), Barcala (propagandista) y un capitán sin nombre ni adscripción partidaria. A lo largo de los tiempos, han surgido diferentes especulaciones sobre los nombres reales de dichos personajes; por ejemplo se habla de la idea de que el propio Azaña se desdoblara en Garcés y Morales. Por otro lado, y con gran peso, se especula la idea de que Azaña retratara y reflejara, más que ilustres personalidades, actitudes y corrientes de opinión que se dieron en los años de la República. Cabe señalar, además, que estas no son las que más eco tuvieron y han tenido después ya que desde esta lógica, no concurren en el debate dialéctico ni catalanistas, ni nacionalistas vascos, ni anarquistas. De esta forma, encontramos la voz del intelectualismo, republicanismo, socialismo (tanto moderado como radical), comunismo y militarismo bajo la defensa de un mismo ideal: la defensa del Estado republicano.

Manuel Azaña es buen conocedor de la situación de los españoles y de que el odio que se había ido fraguando durante apenas diez meses de guerra y las heridas permanecerían durante décadas. Predice, además, que el futuro de varias generaciones se vería hipotecado por los daños al patrimonio nacional, a la industria y a la economía en general. Son presentes, además, la defensa de la idea del Estado como motor civilizador de la sociedad, la racionalización de la actividad política y la libertad que conforman el eje de las ideas políticas de Azaña.

En el discurso del autor se plantean diferentes cuestiones de diferente índole que vinculan acontecimientos del momento histórico que vive España. El avance e implantación del totalitarismo nazi y la actitud de Francia e Inglaterra caracterizan la situación de la política internacional que es cada vez menos propicia para la legitimidad de la República. Por otro lado, desaparecido el Estado republicano en julio de 1936, se desencadenó un proceso revolucionario que ignoró las instituciones republicanas. Para la reconstrucción de la democracia, los partidos republicanos se esforzaban sin lograrlo,  en mantener en pie las Cortes, la administración de Justicia y demás instituciones del Estado.

Azaña muestra en su relato el conocimiento de las miserias y divisiones que se producían en el seno del bando republicano, pero esto no le lleva a perder la perspectiva, siendo capaz de establecer un orden de importancia de los factores que hicieron perder la guerra a la República; la ya citada política franco-inglesa, la intervención armada de los estados de Italia y Alemania, la indisciplina y los fines subalternos que menoscababan la reputación y la imagen de la República y la autoridad del Gobierno, y las fuerzas propias de los rebeldes.

En el ámbito militar, se subraya la falta de disciplina y la improvisación como método permanente en la elección de los cuadros de mando. Estos muchas veces, erróneamente, eran ocupados por personas señaladas en la acción política que ignoraban profundamente la profesión. El personaje de Blanchart deja entre ver desde su posición militar la esencia del método y la tendencia general de elección de estos cuadros de mando: “Un acto revolucionario, una resolución oportuna y útil, no califican para mandar. Si el ranchero impide que su batallón se subleve o el buzo de un acorazado logra que la oficialidad no se pase al enemigo con el barco, déseles un premio, pero no me hagan coronel al ranchero ni almirante al buzo”. Esto provocaría una adaptación de algunos oficiales que se ponían al servicio de los designios políticos y no de la guerra, lo que traía consecuencias funestas en la lucha del bando republicano contra los sublevados.

Respecto al aspecto internacional, se señalan la indiferencia y la hostilidad poco disimulada de las grandes democracias europeas. La propia democracia española podría estar pagando las consecuencias de la neutralidad adoptada en 1914: la República no atraía ni el auxilio ni la benevolencia de la política franco-británica. El color político de los gobiernos de los estados pasaba a un segundo plano, y no eran móvil suficiente para la cooperación internacional. Si Francia e Inglaterra hubieran respetado el derecho de comprar armas en sus mercados, el papel militar y político de la URSS habría sido nulo.

La rebelión por su parte, se hacía llamar nacionalista y exaltaba el españolismo, utilizando la violación de las fronteras para aniquilar la representación del liberalismo burgués y el obrerismo, la fracción, por otro lado, más numerosa del país.

Para Azaña, un régimen que aspirase a durar necesitaba de una táctica basada en un sistema de convenciones y por ello, la República sin larga preparación política, con la existencia de enemigos tradicionales y con la equidistancia amenazadora de algunas masas, debía abstenerse de la política de los bandazos en la que se había sumergido. Además, abogaba por renunciar a lo que el llamaba la lógica de la historia: “ninguna política puede basarse en la decisión de exterminar al adversario: es locura y en todo caso es irrealizable”. Él pensaba que este tipo de política era moralmente abominable y materialmente irrealizable.

El estadista veía en la cultura de los españoles una fuerte polarización que alejaba a la sociedad del racionalismo y la suavidad de costumbres, los cuales eran las herramientas esenciales de la tolerancia. El afán de dominio nacional aspiraba a imponer al disidente sus ideas, o en su defecto exterminarlo; la revolución venía cargada de un fuerte signo político unificador: unificar las opiniones y las creencias. Es así, como encontramos una sociedad de extremos, donde como dice Azaña: “Los segundos términos, los perfiles indecisos, la gradación de matices, no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética”. El que fuera presidente hablaba de la gran ausencia de figuras conciliadoras e intermedias entre ambos extremos que sufría la sociedad, lo cual había sido seguramente uno de los desencadenantes del enfrentamiento.

“La casa comenzó a arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos a apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los otros y a llevarse cada cual lo que podía”. Con esta metáfora, podemos centrarnos en la disociación general que sufrió el territorio. Las clases sociales, los partidos políticos y las regiones participaron de una guerra contra el propio Estado porque el egoísmo y la falta de cooperación inundaron los diferentes lugares. Cada ámbito buscaba la salvación propia y hacer su guerra particular. Esto provocó la degradación de un Estado que poco a poco veía como sus instituciones se fragmentaban y perdían poder frente a la diferentes autoridades regionales y provinciales.

En boca de Marón, se presenta a un Gobierno inerme e impotente, donde muy a su pesar ocurrían atrocidades en represalia de la sublevación a causa de la propia rebelión. Una España dominada por los rebeldes y los extranjeros donde los crímenes, con aprobación de las autoridades, formaban parte de los planes políticos para la regeneración nacional. Por otro lado, Azaña, hace un análisis de las carencias que sufría el gobierno de la nación; respecto a la revolución, la actitud y la estrategia del gobierno no variaron y en su seno se producían desbarajustes y despilfarros en tiempo, energía y recursos. El levantamiento proletario sitúa al gobierno sin fuerza coactiva por la insurrección militar. Se producen secuestros de personas y bienes, se expulsa y asesina a patronos y sindicatos, partidos políticos, radios y grupos de libertarios se apoderan de inmuebles y explotaciones industriales y comerciales, ante la mirada de un gobierno sin fuerza. Este podía adoptarla o reprimirla; optando por aborrecerla y condenarla, se encontró con un proletariado y un sector moderado que dejaban de secundarlo y lo que provocaba un fuerte desprestigio del gobierno.  

Concluyendo con el análisis, añado que Manuel Azaña divisaba un pueblo dividido internamente en dos fracciones irreconocibles; la sociedad no supo encontrar ni aceptar un solo principio axiomático, en torno al cual se rehiciera la cohesión nacional. Para el autor, las fronteras territoriales políticas internas eran más fuertes que la separación con los pueblos extranjeros, lo que le llevaba a la conclusión de que la nación, al menos del momento, no existía.

La Velada de Benicarló es una lectura muy recomendable, que deja significativos rasgos que sirven como aportación para el estudio de la Segunda República y su relación con la guerra civil. Es, también, la justificación de una conducta política, en forma de testamento para las generaciones venideras que plasma la violencia y la intolerancia latentes en el siglo XX. Es sin duda una de las obras más importante del pensamiento político español que deja entre ver el hombre liberal y de razón que era Azaña, cuya reflexión nos permite visualizar de alguna forma, la dificultad de una reconstrucción y reconciliación en la que se hallaba el pueblo español y por otro lado, los aspectos fundamentales que condicionarían las décadas posteriores a los acontecimientos en los que se contextualiza la obra.

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