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El secreto póstumo de Zafón

El universo literario de Zafón parece no tener fin. Cuando el pasado verano su Barcelona natal amaneció con la noticia de su muerte, todas nuestras estanterías quedaron un poco más huérfanas. Hoy, se ofrecen más pistas acerca de la trama que engloba uno de los lugares más característicos que la lectura ha dejado en los últimos tiempos, a la vez que el autor consuma su regreso al tan renombrado Cementerio de los Libros Olvidados.

La mayoría de los cuentos que se recogen están ambientados en la ciudad condal. Sin embargo, el autor no desaprovecha la oportunidad y evoca a otras urbes con la esencia gótica y enigmática que caracteriza a estos escenarios en el universo zafoniano. La ciudad de vapor supone el aumento de profundidad literaria en una saga que, de por sí, ya era densa. Algunos ejemplos de los pasadizos argumentales que presenta la obra radican en la aparición de Gaudí en un ficticio viaje a Manhattan, el no tan fugaz paso de Don Quijote por Barcelona previo a su derrota frente al Caballero de la Blanca Luna, o las bibliotecas laberínticas de libros prohibidos que encerraron otrora las catacumbas de Santa Sofía de Constantinopla.

Portada de La ciudad de vapor (Planeta)

Este título ha sido catalogado como un homenaje a las personas que siguieron la saga desde el comienzo, allá por el 2001, cuando se publicó La sombra del viento. “Concibió esta obra como un reconocimiento a sus lectores. El eco de los grandes personajes y motivos de las novelas de El Cementerio de los Libros Olvidados resuena en los cuentos de Carlos Ruiz Zafón -reunidos por primera vez, y algunos de ellos inéditos- en los que prende la magia del narrador que nos hizo soñar como nadie”, afirma la editorial.

La ciudad de vapor debe su nombre al cuento La mujer de vapor. Este relato de apenas una página y media de extensión refleja a la perfección cómo son las personas en la literatura de Zafón: desdibujadas, llenas de sentimiento y a medio camino entre la realidad y el sueño.

«Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda. La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. «¿Necesitas un sitio para quedarte?» Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866. La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras».

Fragmento de La mujer de vapor

El legado de Zafón tiene un valor incalculable. Sin ir más lejos, es imposible poner precio a un sueño. Antes de dar el salto a la novela adulta, el escritor había cosechado grandes éxitos en la homónima juvenil. En más de una ocasión dejó ver su preferencia sentimental por Marina, y antes de que Daniel Sempere encontrara aquel libro maldito ya había escrito la Trilogía de la niebla. Es aquí donde tienen cabida el miedo y el amor que sintieron los Carver durante aquellos fatídicos días en los que las manecillas del reloj giraban al revés, el valor de la amistad frente al poder que encarnaba el dragón mecánico en forma de tren ígneo que escupía fuego en la Calcuta de los años treinta o la incertidumbre de los misterios que guarda el antiguo faro de Bahía Azul. A día de hoy me sigue persiguiendo el recuerdo de aquel circo de estatuas inmóviles que parecían flotar en la bruma. Sin duda, pocos autores saben expresar lo incomprensible tan bien como lo hacía Zafón.

“Habrían de pasar muchos años antes de que Max olvidara el verano en que descubrió, casi por casualidad, la magia”. Con estas palabras inicia El príncipe de la niebla. La luz del flexo a medianoche solía arrancar diminutos destellos en la tinta seca, bajo la profunda mirada que escondían las gafas circulares de Zafón. Miles de pequeños dragones le acompañaban, llenando su mansión de Los Ángeles de la mágica compañía que aporta un ejército de figuritas a la mente de un escritor. La falsa noche oculta en La ciudad de las estrellas le servía de refugio, y con los pies en una terraza de Beverly Hills escribía, enamorado en el recuerdo, a su amada Barcelona. Aquella Barcelona que murió cien años atrás.

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