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El arte de sobreintelectualizar el arte o por qué Kaufman no irá este año a los Oscars

I’m thinking of ending things no estará en los grandes premios del cine americano

La adaptación de la novela homónima de Iain Red (2016), no ha recibido una sola nominación a los Oscar, a pesar de unos espectaculares Jesse Plemons y Jessie Backey, y sobre todo a pesar de uno de los guionistas más originales de nuestro tiempo.

La cinta se estrenó en un momento extraño para las salas de cine y quizá demasiado pronto para la temporada de premios. Hace unos meses analizábamos minuciosamente en este diario el montaje de la última película de Charlie Kaufman (Being John Malkovich, Adaptation, Eternal Sunshine of the Spotless Mind…).

A pesar de ser catalogada como terror/drama, tan solo en el tiempo que pasan dentro de la casa existe un suspense real -que luego pasa a ser juego abstracto-, y ciertamente te pone incómodo hasta el punto de querer quitar la peli. Pero no tanto por lo áspero de los padres de él, que también, sino porque no conocías a Charlie Kaufman y has puesto una romántica -engañado por la horrible traducción del titulo al castellano, Estoy pensando en dejarlo– y ahora te ves frente a algo que te recuerda a aquella de terror en que los niños van a casa de sus abuelos que, en un increíble giro de los acontecimientos, resultan no ser sus abuelos sino unos psicópatas, y que cuyo guionista tenía el mismo número de neuronas que la media del cast de la Isla de las Tentaciones.

Pero I’m thinking of ending things no tiene nada que ver con todo esto. Un visual muy oscuro a plano y contraplano marca la otra hora y media de película, que se reduce al diálogo de una pareja en un viaje de coche a través de una fuerte nevada. Pero, Dios santo, este es uno de los mejores diálogos que he visto en mucho tiempo. ¿Cómo no mereció siquiera la nominación? Pues aquí es donde podemos hablar de lo que se ha llamado una película sobreintelectualizada, por estar plagada de referencias que te abofetean cada 30 segundos, por la protagonista afirmando haber escrito el largo y estremecedor poema Bonedog (Eva H.D., Rotten Perfect Mouth), por una crítica explícita a la cinta Una mujer bajo la influencia (John Cassavetes, 1974), con las palabras de la periodista estadounidense Pauline Kael (y habiendo mostrado antes un libro de esta). Y así Charlie Kaufman sigue, y trae a la pantalla el musical de Oklahoma y no solo lo cita sino que lo pone en escena, cambiando descaradamente ante nuestros ojos a los protagonistas por bailarines.

Fragmento de I’m thinking of ending things | Fuente: Netflix

Pero esto no es todo, ni de lejos, en el diálogo, con la coherencia fluida del que es escritor y no solo cineasta, lo toca todo: el tiempo, la relación entre la belleza y la edad, los recuerdos, la vida rural, la televisión, el suicidio, la sociedad, la pintura abstracta, la familia y las relaciones toxicas. Y en boca de la pareja siguen saliendo nombres propios: Guy Debord -y su Sociedad del espectáculo-, Foster Wallace, William Wordsworth, Bette Davis, León Tolstói, Andrew Wyeth, Billy Cristal, Leonid Brézhnev… Y la película se vuelve una auténtica enciclopedia.

El arte de hacer referencias

Todo esto hace replantearnos el concepto de referencia. Cuando se sugiere en la pantalla un nombre propio, una canción, un cuadro o un film, esto puede provocar varias reacciones en el espectador. La primera y más obvia es no darte cuenta si quiera de que aquello era una referencia. Es frecuente en series como Rick y Morty, plagadas de easter eggs realmente complicados de ver, pero este no es el caso que nos interesa ahora.

Cuando el espectador descubre una referencia bien por su atención o bien porque la cita cruza la pantalla y le golpea en la cara -como ocurre en los guiones de Kaufman-, pueden ocurrir dos cosas: que entienda la referencia porque haya visto aquella peli o leído aquel libro, y con ello se establece un vínculo entre el escritor/director y el espectador en el que ambos se jactan felices de poseer la misma cultura. O por el contrario, el público puede desconocer de qué se habla, despertando en él un desconcierto momentáneo que lo expulsará temporalmente de la narrativa. En cierta forma, cuando el guionista hace una referencia explícita interpela directamente al espectador, y por ello debe considerar ambos escenarios y marcar una ruta para cada uno, no permitiendo que aquel que no conozca el Christina’s World de Andrew Wyeth, quede fuera de la película.

Ese segundo escenario desconcertante ocurre frecuentemente en I’m thinking of ending things y hace que el film haya sido criticado en su pedantería, pues es realmente complicada de ver, alienante y no siempre agradable. Es una película que te obliga a parar, a retroceder y a buscar en Google todo aquello que no entiendes -que es mucho-. Pero esto no debería ser una barrera si no un incentivo. La filosofía y el arte no deben ser agradables por definición, basta que la felicidad del conocimiento final supere la incomodidad del viaje.

Aunque no obtenga reconocimiento alguno de la Academia, I’m thinking of ending things es una película soberbia por su diálogo y sus protagonistas y por su no saber nunca qué está pasando y por seguir sin saberlo ahora que escribo, por dar a cada uno la interpretación que quiera y por reírse de aquel que vino a ver una película romántica, de aquel que la quitó cuando se volvió rara y de aquel que se enfadó al final por no entender nada; y en esta superioridad intelectual en la que la pantalla te llama tonto porque ha leído mas libros, ha visto más obras y ha escuchado más música que tú; es en esto en lo que se vuelve infinitamente brillante. Charlie Kaufman es el arte de sobreintelectualizar el arte.

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