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Yukio Mishima, el genio que se suicidó como un samurái

En menos de un mes se cumple el 51 aniversario de la muerte de Mishima: autor, kamikaze, nacionalista, golpista y último samurái.

 

Yukio Mishima, escritor clave del movimiento intelectual de la nueva Japón, nos dejó una obra muy amplia, toda ella cargada de una sensibilidad única y una perspectiva asombrosamente original. Escribió un libro clave para entender la homosexualidad en su sociedad y también nos dejó varios detalles de su vida como, por ejemplo, que intentó dar un golpe de estado o que se suicidó mediante el harakiri.

“Las palabras se las lleva el viento” como grito de guerra contra los poetas. Porque las palabras, o se hacen valer por sí mismas, o alguien las hace valer, o no valen nada. Los lectores que se atreven a empezar una obra literaria necesitan tener alguna certeza de que esas palabras que están a punto de consumir no son pura paja. Cuando un lector comete la osadía de empezar una obra de Yukio Mishima, y está dispuesto a ver pasar por delante de sus ojos un tren de pura extravagancia, necesita tener la certeza de que ese mundo de contradicciones no se queda en el papel, pues cualquiera es capaz de escribir locuras aleatorias. Y eso Yukio Mishima lo supo muy pronto.

Mishima en su despacho | Fuente: Redbubble

El autor japonés nació el 14 de enero del 1925 bajo el nombre de Kimitake Hiraoka (el segundo nombre significa “príncipe guerrero”) en Tokio (Japón). De modo que ahora podría estar cerca de cumplir los 97 años de edad si no hubiese decidido terminar con su vida mediante un espectacular suicidio el 25 de noviembre del 1970.

Durante los primeros años de su vida vivió con su abuela, una anciana de origen noble y samurái, carácter impetuoso, comportamiento próximo a la locura y nostalgia aristocrática. Todo ello quedaría reflejado más tarde en los escritos de su nieto. Este mostró ya desde pequeño una fuerte inclinación por la literatura y los diferentes idiomas. A los 12 años fue a estudiar a una escuela elitista en la que sus compañeros eran verdaderos aristócratas, mientras que él provenía de una familia en la que nobleza y riqueza era aspiración más que realidad.

Al ser un chico ciertamente endeble, los años en el colegio se le hicieron bastante duros. En la adolescencia su suerte no cambiaría. Según él mismo decía, lo mejor –o lo único bueno– de esa época fue su firme participación en la sociedad literaria de la escuela. En esos momentos comenzó una constante creación literaria muy influenciada por autores como Rainer Maria Rilke, Oscar Wilde y clásicos románticos japoneses.

Yukio de niño | Fuente: Wikipedia

Durante estos años de dura escolaridad la literatura fue para él un bonito modo de evasión de la soledad, una soledad provocada en muchas ocasiones por la diferencia social entre él y sus compañeros. Esto no hizo más que consolidar su romance con la literatura. Tan literaria era su vida que, cuando llegó la participación de Japón en la Segunda Guerra Mundial, lo primero que Yukio hizo fue intentar enrolarse en la unidad Kamikaze de la Armada Imperial Japonesa para ofrecer su vida por su amado país. Sin embargo, finalmente no pudo debido a factores que aún no están del todo esclarecidos. Supuestamente padecía síntomas de tuberculosis, pero eso parece poco importante para alguien que se va a suicidar en combate.

Sea como fuere, aquí aparece una de las primeras contradicciones/paradojas que marcan la relación entre su vida y obra: mientras las biografías apuntan a su terrible decepción por no haber logrado su sueño de una muerte heroica, en Confesiones de una máscara, novela ciertamente autobiográfica (quién sabe hasta qué punto), el narrador protagonista expone un sentimiento de alivio al no tener que vérselas ante la muerte a pesar de la fascinación que le causa. Claro que, al fin y al cabo, es una novela escrita por un ultra nacionalista radicalmente conservador. Inevitablemente conduce a la comprensión de un joven homosexual en las décadas de los 30 y los 40 en Japón. ¿Cómo se come esto?

El enorme éxito (no sin su polémica correspondiente) de la publicación de Confesiones de una máscaraen el 1949 permitió que miles de compatriotas suyos entrasen de cabeza en el mundo de Mishima. Uno conformado por una sensibilidad única en la que los símbolos abruman, y donde todo es tan atípico que puede llegar a asustar. Como dijo Yasanuri Kabawata, premio Nobel de Literatura en 1968 y mentor de Yukio: “Ignoro por qué me han dado el Nobel a mí, existiendo Mishima. Un genio como el suyo solo aparece en la humanidad cada trescientos o cuatrocientos años. Tiene un don casi milagroso para las palabras”.

Y en las presuntas confesiones nos encontramos con la belleza que el autor nipón encuentra en la muerte, aunque siempre es una belleza sospechosa de ser falsa. Aquí vemos las figuras de lo trágico que tanto le apasionan y que se encarnan en la representación clásica de San Sebastián. Estos y otros tantos aspectos hicieron que la sociedad de la época pasara por alto las “aberraciones” de la novela y permitiese que Mishima, a los 24 años, se convirtiera en uno de los autores más célebres de la llamada segunda generación de posguerra.

Ya consolidado como escritor, y habiendo dejado atrás su odiado puesto en el Ministerio de Finanzas de Japón –no hay que obviar el hecho de que se había doctorado en leyes–, Yukio Mishima se dedicó en cuerpo y alma a su obra. Llegó a escribir alrededor de 40 novelas, 18 obras de teatro y otros 40 libros entre antologías de relatos y ensayos. Novelas como El pabellón de oro(1956) o la tetralogía de El mar de la fertilidad(1964-1970) son auténticos clásicos literarios en el Japón actual.

Muchas de sus obras reflejan con fidelidad cómo el escritor fue tornándose cada vez más nacionalista, militarista y anti occidentalista. Esto se debe a, entre otras cosas, la influencia de autores románticos japoneses y el contexto histórico-social, a saber; el desastre de la guerra y la decadencia del antiguo esplendor japonés. De modo que Mishima recoge el relevo ideal de su abuela y comienza una labor literaria cuyo objetivo es revitalizar la ancestral cultura samurái y sus valores. De esta índole cabe señalar escritos como El camino del samurái.En defensa de la cultura(1968) ––en este ensayo destaca la enseñanza de que el verdadero camino del samurái es la muerte, cosa que será muy relevante para él––, La ética del samurái en el Japón moderno(1969) o la película Patriotismo(1966), dirigida y protagonizada por él mismo.

Cartel de Patriotismo (1966) | Fuente: Filmaffinity

Pero, como las palabras se las lleva el viento, hizo valer su ficción en la realidad: comenzó a practicar mucho ejercicio para acabar con su imagen de hombre débil, practicó el arte marcial kendó, y en el 1967 se alistó en las Fuerzas de Autodefensa de Japón; es decir, una parte del ejército. Por último (y principal), el 5 de octubre del 1968 fundó una milicia privada de carácter nacionalista y se dedicó a captar adeptos a través de una revista universitaria de extrema derecha. Dicha milicia, llamada Tatenokai, preparaba a los jóvenes estudiantes a través del ejercicio corporal y también del mental para la defensa del ejército, de los valores tradicionales y, en última instancia, del Emperador japonés.

Aquello era parte de un plan superior; una idea que había sido premeditada con la meticulosidad de una obra literaria, y también con su misma extravagancia. Dicho plan se empezó a gestar en la cabeza del artista cuando sobrevino la gota que colmó el vaso de su odio hacia lo pacífico: la prohibición de declarar la guerra por parte de Japón. Al menos eso fue lo que más recalcó cuando, más de dos años después de comenzar a imaginar su designio (25/11/1970), él y otros cuatro miembros de su milicia fueron al cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa de Tokio, amordazaron al comandante y, usándole como rehén, salieron al balcón para que el célebre escritor pudiera dirigirse a todos los soldados que habían sido reunidos por la milicia Tatenokai.

Tras perorar sobre la necesidad de la sublevación del ejército como único modo de salvar a la patria, y tras sentirse rechazado por parte de la audiencia, Yukio Mishima volvió a entrar a la oficina del comandante para hacer lo que en verdad había ido a hacer. Se quitó el uniforme y con una daga procedió al harakiri o seppuku, ritual tradicional de suicidio samurái mediante el cual estos nobles guerreros llegaban al lugar que de algún u otro modo anhelaban: la muerte. Y en este ritual no se llegaba a tan preciado estado de cualquier modo, se llegaba después de haberse clavado a uno mismo una daga en el vientre, haber ascendido con ella hasta el pecho, y haber sido decapitado por una persona de confianza. También su amigo y posible amante realizó el harakiri justo después de él en la misma sala.

Mishima en el momento del discurso | Fuente: Nippon.com

De este modo Yukio Mishima dejó un bonito cadáver, un poema escrito horas antes de quitarse la vida, un impacto popular enorme, y un montón de fotografías que se había tomado recreando su propia muerte. Por si fuese poco, también dejó una valiosísima obra literaria que, por culpa de una serie de horrorosos actos, tomó una solidez y validez inigualable en la historia de la literatura. Ahora sus palabras no hay viento que las mueva, ya no es solo un poeta. Es posible que lo hiciese por eso. O quizás quería convertirse en el último samurái.

Otra hipótesis que barajan los estudiosos es que amaba tanto la literatura que decidió convertirse en ella. O que amaba tanto su literatura que quiso transmutarla a la realidad. Las líneas son difusas.

 

 

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