“Recordad que se sale de todo menos de la muerte y yo de la muerte estuve cerca pero le metí una patada con vuestra fuerza”
Crítica del documental estrenado el 5 mayo en cines que narra la marginalidad de una manera observativa y sin prejuicios.
Me sorprenden aquellos documentales en los que no se distingue la realidad de la ficción. Esos en los que no hace falta salirse del cuadro que te marca la pantalla del cine ya que en ocasiones, hay más verdad en ellos que en nuestra visión del mundo real. Parece difícil plantear una mirada que no discrimine ni haga un drama de la historia que cuenta aunque algunas películas lo consigan.
En La mala familia vivimos el primer fin de semana de libertad condicional de Andresito. Su grupo de amigos, algunos de ellos involucrados en la misma sentencia judicial, se reencuentran en una barbacoa en la que tras mucho tiempo, tienen muchas cosas de las que hablar. Somos uno más de esa gran familia de la que también forman parte los directores, Nacho A. Villar y Luis Rojo (colectivo BRBR). Ellos dos, junto al guionista Raúl Liarte, guionista de El año del descubrimiento (Premio Goya a Mejor documental 2021), se pusieron manos a la obra o la cámara, tras conocer el ingreso en prisión del protagonista.
¿Puede hablar el subalterno?
La gran carga política y social de la película no requiere un mensaje dictaminado sino que con la simple observación hace que el cómodo espectador que se sienta en la butaca de la sala o en frente de su ordenador se involucre con el problema. Una crudeza extrema, muy de Cinema Verité, muestra un problema amplio y estructural. El grupo de amigos, en su mayoría inmigrantes, forma parte de aquellos a los que se les ha asociado una etiqueta, la de delincuentes, vagos, maleantes… Por ello, la película prescinde de ellas y les da voz en un sistema que les ha dejado apartados. Una voz realista que da respuesta a la pregunta de filósofas como Gayatri Spivak que se preguntan si aquellos, los subalternos, a los que el sistema aparta, pueden hablar.
“Recordad que se sale de todo menos de la muerte y yo de la muerte estuve cerca pero le metí una patada con vuestra fuerza” lee Andrés en una carta a sus colegas en frente del pantano. Es ese, el lugar donde aparece la diferencia entre unos y la semejanza entre otros, en otras palabras, la amistad. Con un in media res, en ningún momento vamos a conocer lo que les ha pasado. Eso no importa. En ese encuentro sin que se vea explícitamente, hay cárcel, barrio y marginalidad. La descontextualización es lo que deja espacio a la intimidad, a las conversaciones, a las personas, sin necesidad de juzgar.

La reivindicación de los planos largos
Aunque no podamos ver una serie sin mirar el móvil o escuchar un podcast sin estar haciendo algo a la vez, todavía hay autores que reivindican un cine lento en esta vorágine de datos y dopamina. En ocasiones, se puede llegar a hacer larga o de ritmo lento, pero esto no quita que no sea necesario. La lentitud deja pensar, reflexionar y observar de una manera activa y con una fotografía muy cuidada. En esta barbacoa, estamos metidos en una realidad en la que nunca vemos a sus autores, algo poco común en otro tipo de documentales, lo que provoca que nos hagamos preguntas más allá de la historia. ¿Cómo aceptaron ser grabados? ¿Esto es una recreación o está pasando de verdad? ¿No se dan cuenta de que hay una cámara? ¿Son actores?
La respuesta es fácil y sencilla. Cuando los involucrados en la historia entienden el cine como una herramienta social, la cámara no es ni espía ni observador, sino un aliado capaz de hacer las cosas cambiar.