Luis Díaz escribe para encontrarse a sí mismo
El libro, publicado por la editorial Caballo de Troya en marzo de este mismo año, habla de todo aquello que nunca se dijo.
Cada vez las ciudades tienen menos casas residenciales. Casa en el más sentido estricto de la palabra: cuatro paredes, un tejado, una puerta principal y quizá un pequeño patio delantero. Eso es muy estadounidense. Lo que hay ahora en las ciudades son bloques de pisos. Yo mismo vivo en uno. Un inmenso bloque naranja con unos tres o cuatro apartamentos por piso. Y en esos pisos de esos bloques naranjas de esas ciudades viven personas. Viven hombres. Que no se comunican las cosas.
Tras Hombres con un diente de leche (Cántico, 2020), premiado con el IV Premio de Poesía Irreconciliables, el alcalaíno Luis Díaz publicaba hace seis meses Los bloques naranjas, una delicada obra a medio camino entre la narración y la poesía en el que la ciudad lo es todo. Pero las relaciones entre los hombres lo son más. Aunque cada día estas sean menos.
El verano pasado no vuelve
A los chicos se nos exige callar. No decir cómo nos sentimos o qué nos molesta. Nos avergonzamos cuando tenemos que hacerlo y lo evitamos de manera agresiva. Se nos impide sentir emociones o ser expresivos. Recordar. Querer demasiado, u odiar poco. Nos lo impedimos nosotros mismos. Los unos a los otros.
La amistad masculina es acelerada, no tiene nombre, ni temporalidad, ni signos de puntuación. Así está escrito Los bloques naranjas. Un ejercicio de prosa actual que me hace pensar que todavía hay esperanza en este campo. De esta manera, el libro se transforma no en un conjunto de textos líricos rápidos sin perfilar, sino en un viaje a través de la mente de un joven que quiere avanzar pero el pasado, y todo lo que no dijo, se lo impide.

La tristeza, la añoranza, el deseo, el futuro, la ciudad, los amigos, los bloques naranjas, los sentimientos. Son muchos los temas entre los que Díaz nada, sin necesidad de amoldarse en ninguno, porque estos lo son todo. Veracidad en estado puro al sentir que el autor no se ha parado a mirar lo que ha escrito (cosa improbable debido a todo el cariño que hay en cada palabra, en cada página). Que todo lo ha escrito desde el mismo corazón. Que, por fin, ha dicho todo lo que tenía que decir. Aunque sabes que eso es imposible.
Leyendo la obra entras en el laberinto de la masculinidad, centrado en tejer silencios. La salida del propio laberinto y, por tanto, la meta del mismo, es hallar las palabras que callan los hombres. Esas palabras que son eco del silencio.
Verte reflejado en las palabras, en los textos, en la lectura, es algo que siempre se agradece, pero con Los bloques naranjas pasa algo distinto: es incómodo. Es incómodo saber que podrías haberlo hecho mejor, que podrías haber hablado cuando preferiste callar. Pero es tranquilizante saber que es algo normal, que ocurre a todos. Que el error es sinónimo de lo que Díaz define como tristeza: “No es necesario, pero sí inevitable”.
Un libro nostálgico, que añora el pasado y lucha por intentar traerlo al presente, para quizá así guiarse hacia el futuro. Un libro que funciona por ser sincero. Y quizá esa sea la gran verdad de todas las cosas.