Abanderados del primer indie-rock, su trayectoria abraza a una generación que regresó momentáneamente a su juventud
Sin apenas interactuar con el público, los Pixies ofrecieron un concierto espléndido. No hace falta complicidad cuando tus canciones se encargan de hablar por ti.
En 1986, Larry Bird se hizo con su tercer anillo de campeón de la NBA. El legendario alero de los Boston Celtics engrandecía, aún más, la franquicia de la Costa Este. Cuando el Boston Garden era escenario de los duelos Bird-Johnson, un joven desnortado llamado Charles trataba de reunir a los suficientes miembros para formar una banda. Charles (voz y guittarra), más tarde conocido como Black Francis o Frank Black, reclutó a su colega filipino-estadounidense Joey Santiago (guitarra), David Lovering (batería) y Kim Deal (bajo), que no dudó en responder al anuncio pese a no saber cómo agarrar un bajo.
Lo que parecía un grupo de amigos que atravesaría el mundo de la música sin pena ni gloria, acabó por convertirse en una de las bandas más importantes e influyentes de la Historia. Kurt Cobain, desdichado líder de Nirvana, admitió que trataba de copiar la fórmula pixie para conseguir el hit total. “En Smells Like Teen Spirit utilizamos su estilo: primero ser suaves y tranquilos, y después fuertes y ruidosos”. La receta de los Pixies fue adoptada por Radiohead, Smashing Pumpkins o Foo Fighters. Los primeros lanzamientos de Frank Black y su tropa mostraban algo inédito, sin antecedente palpable. Después de su reunión en 2004, con Paz Lenchantin sustituyendo a Kim Deal, no se percibe resquicio alguno.
Nuevos éxitos que acompañan a los clásicos
Los Pixies llegaban a Madrid enmarcados en su gira europea. Con motivo de su última publicación, Doggerel, hicieron parada en Barcelona y lo van a hacer en A Coruña. Su álbum más reciente fue muy protagonista durante todo el concierto, aunque sin dejar de lado los clásicos que les colocaron en lo más alto. Sin duda los más celebrados por el público. Cuando el ambiente decaía, era con algunas de las canciones de la segunda etapa, después de su separación. Se echaron de menos algunos temas como Gigantic o Monkey Gone to Heaven, pero el encaje de su último trabajo fue notable dentro de los habituales que definen su prolífica carrera.
La progresiva Cactus fue la encargada de empezar las casi dos hora de concierto. La camaleónica voz de Black, en esta suave, era torpedeada por Lovering y Lenchantin, que hicieron retumbar al WiZink para despertarlo. El macarrónico castellano, con tintes mexicanos, del vocalista apareció en la animada y graciosa Vamos. Antesala del primer himno que bien merecería ser esculpido en mármol. Here Comes Your Man es aquella canción que siempre suena bien, sea cual sea el momento. Los coros de la bajista, “so long, so long”, fueron borrados por el acompañamiento del público que vio como Franck Black echaría el freno para mostrar las piezas de Doggerel.
Siendo temas más pausados en comparación a sus inicios, muestran la participación de Joey Santiago en la tarea de letrista. Vault of Heaven, Who’s More Sorry Now?, Haunted House o Doggerel exhiben la nueva versión de unos Pixies que han reconducido su camino hacia un papel más maduro, lejos de los excesos de su arranque a finales de los ochenta. Hey, comenzada por Francis y acompañada por una excelsa Lenchantin, avisó de que el líder del grupo se iba a desgañitar.
Stanley Kubrick podría haber seleccionado a Frank Black para el reparto de La chaqueta metálica. El vocalista de Boston no tiene nada que envidiar a las órdenes que el sargento daba en aquella gélida sala, donde los soldados se amontonaban en las literas. Seguramente las voces de Francis habrían asustado a más de un militar. De nuevo en Gouge Away su voz se elevó por encima de cualquier atisbo de competencia.
El público, desatado con las anteriores, seguiría surfeando la oleada con Debasser y Wave of Mutilation. Regresando al acento latino de Black, Isla de Encanta sacaría sus últimos aullidos. El cuarteto se despediría con la intimidad y calidez de Where Is My Mind? El himno definitivo que colocó a los de Boston en el olimpo de la música. Si el apocalipsis está al acecho, como en El club de la lucha, que sea con los Pixies de fondo.