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‘La Importancia de Llamarse Ernesto’, comedia en tres luces y dos sombras

Madrid despide una comedia sublime con un electo preciso

La adaptación del clásico de Oscar Wilde en el Teatro Español cerraba el telón definitivamente en Madrid el pasado domingo con una versión que deja al público con un dulzor en los labios y un retintín en los oídos. 

Esta representación de la obra, a cargo del director David Selvas, ha sido ampliamente premiada. Sin embargo, lo que un espectador común sentado en su butaca y, habiendo leído el texto original, se pregunta durante toda la función es: ¿era necesario? Es cierto que se ha sido tendencialmente fiel al texto primigenio, pero varios elementos pueden resultar disonantes.

El Wilde más acido

La importancia de llamarse Ernesto fue escrita en 1895, teniendo como resultado una radiografía cínica y descarnada de la alta sociedad victoriana. Pero no es tan solo la sátira y el acido lo que edifica esta obra. En sus diálogos distinguimos la más alta belleza – que el mismo defendía -, el deseo, la libertad, lo ideal… Se trata de una de las mejores obras teatrales modernas. Un texto ineludible que pone punto final a uno de los dos autores dentro de Wilde.

Poco después de la publicación de esta obra, Oscar Wilde, tras una odisea judicial contra el padre de su amante, Lord Alfred Douglas, fue sentenciado a dos años de prisión. Durante su encierro escribiría De Profundis. Una obra de carácter penitencial y conmovedor, en la que residen numerosísimos pensamientos de un nivel reflexivo y espiritual extraordinario. Se marca entre estas dos obras una ruptura en la vida y obra del británico. El anterior, era un Wilde triunfal, cínico, hedonista, el que queda es penitente y oscuro, hermoso tanto como el anterior, pero oscuro.

Ambas obras son dignas de ser leídas y leídas con fruición. Como el propio Wilde decía: «Si no se halla satisfacción alguna en releer un libro una y otra vez, ¿para qué leerlo ninguna?«. En La importancia de llamarse Ernesto las digresiones son exquisitas y encantadoras, tanto como lo es la lectura misma de sus actos. La perspicacia de este Wilde – el cómico retratista, crítico áspero, hermosísimo creador – resulta inigualable.

María Pujalte, una vez más

La trayectoria de la actriz gallega le precede. Comprometida con el teatro desde 1989, nominada a dos Premios Goya y fácilmente reconocible si has visto televisión, cine o teatro alguna vez en los últimos 30 años. Se trata de una actriz intachable, iluminada por un carisma determinante y cautivador. Sin duda, cualquier persona del público pagaría vastas cantidades de dinero tan solo para tomar un café y escucharla sin más expresión que la de júbilo.

Lady Bracknell es un personaje memorable y, por ende, de una complejidad enorme. La doble vara de medir, su comedia descarada, sus tejemanejes juiciosos no son de ninguna manera fáciles de representar. Pero, claro, los grandes papeles son para los grandes actores. Y María Pujalte es una de las grandes. Hay que tener muchos galones para ser capaz de representar sin mácula a un personaje de este calibre: «La ignorancia es como un delicado fruto exótico; tócala y pierde el brillo.«.

Fotografía Promocional con María Pujalte – Fuente: Felipe Mena y Teatro Español.

Ferrán, el perfecto Moncrieff

Otro de los personajes más reconocibles de la obra – con permiso de John y Gwendolen – es Algernon Moncrieff. Estamos ante un cínico de manual, encantador y delicioso galán. Un hombre, fundador del Bunburismo, que defiende teorías semejantes a que, en una relación conyugal, tres son compañía y dos no lo son. Este señorito arbitrario y zalamero, tanto como Lady Bracknell, es un papel complejo.

Ferrán Vilajosana hace una interpretación espléndida a todos los niveles. La gracia natural, la comunicación gestual, hasta el tono se su voz es preciso e ilustrativo. Un trabajo inmaculado. Hace una perfecta inmersión en su personaje, incluso la manera de reclinarse en el sofá, deambular por la estancia o abrir una puerta captan la esencia más reconocible de Algernon Moncrieff.

Fotografía Promocional con Ferrán Vilajosana y Pablo Rivero – Fuente: Felipe Mena y Teatro Español.

La decadencia del humor inteligente

Lo primero que puede achacársele a esta versión del clásico es la decadencia humorística con respecto al original. No decadente en el factor de cantidad de humor, ese aspecto está muy logrado, sino en el nivel de dicho humor. Mientras que en el texto de Wilde el humor es siempre elevado, cínico y sutil, en esta representación vemos un humor más encaminado hacia lo gestual, anecdótico y onomatopéyico.

Es cierto que la gracia de personajes como Algernon o Lady Bracknell se mantiene, pero ¿y cómo no? Si además de las perfectas interpretaciones de los actores, el mayor componente cómico de la obra reside en sus diálogos juiciosos y digresiones altivas. Además, debemos tener en cuenta el carácter infantil que adquiere el humor de personajes como Gwendolen o Cecily, en clara disonancia con el resto. Dada la magnitud literaria de la obra y su perfección formal, esta rebaja de nivel no está a la altura.

Fotografía Promocional con Paula Jornet, María Pujalte, Paula Malia y Pablo Rivero – Fuente: Felipe Mena y Teatro Español.

Entre Pinto y Valdemoro

Quizás el empleo de la música sea uno de los aspectos más controvertidos de esta representación. Por una parte, su compositora y actriz de Cecily Cardew, Paula Jornet, ha sido ampliamente galardonada, con mucho sentido. En cambio y, sin desmerecer su trabajo, cabría plantearse si es la obra indicada para una inmersión musical. Teniendo en cuenta, además, que la música se extiende al concluir, opacando la mítica sentencia final.

Podría ser también que, los puntos débiles de esta obra, respondan a un fenómeno muy común en gremios como el de los peluqueros o los escultores. El sistema es el siguiente: se trabaja en una obra – o, alegóricamente, en un corte de pelo – a conciencia, con dedicación y, de tanto querer adecuarla y pulirla a la perfección, se termina por dar una puntada de tijera de más y arruinar todo el trabajo. Si un director deja demasiada huella, la obra de desvirtúa.

Fotografía Promocional del número musical – Fuente: Felipe Mena y Teatro Español.

La Importancia de llamarse Ernesto es, por un lado, un texto genial, inigualable, de tal manera que su representación no precisa de muchas modificaciones, que, de haberlas, deberían ser anecdóticas y no sustanciales. Por otra parte, es una obra que, en clave histórica es reciente, y, por lo tanto, no es consecuente hacer una lectura alternativa o una reformulación, como si que cabe en otras piezas teatrales.

En conclusión, esta versión del clásico «Wildiano» nos deja tres luces muy gratas de recibir en un teatro (El propio Wilde, y las interpretaciones de María Pujalte y Ferrán Vilajosana) y dos sombras estridentes (su humor y su fusión musical). Dejando a un lado lo negativo, siempre es y será agradable encontrarse con una obra de Oscar Wilde en cartelera, para que así, una vez más, como lo acabamos de hacer, podamos «comprender la importancia de llamarse Ernesto«.

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