El delantero francés, ya reconciliado con la grada, vuelve a ser el jugador más determinante del equipo rojiblanco
Una de las pocas verdades que tiene el fútbol es que no tiene memoria. Ni para lo bueno, ni para lo malo. Es un deporte tan absolutamente maravilloso que puedes pasar de ser héroe a villano en pocos días y viceversa o puedes tocar la gloria con los dedos, rozando el cielo y de repente, sin darte cuenta, pasar «un añito en el infierno«.
Así es el fútbol y así parece que ha sido el paso de Antoine por el Atlético de Madrid. Tras la vuelta de su negro paso por Barcelona, que parece totalmente olvidado, Antoine ha vuelto otra vez a ser ese futbolista que tan feliz hizo al Atlético de Madrid hace tan solo unos años.
Ese jugador que hacía bailar al Atlético de Madrid al son de su música, al ritmo que su cabeza y su juego marcaran. A veces pausando el contragolpe, despacio, distribuyendo, ordenando y otras, inyectando grandes dosis de rock n’ roll en las venas rojiblancas. Algo, que pese a que algún portugués ahora afincado en Londres había intentado replicar, no se había vuelto a ver por el reino cholista.

Ahora, tras volver con la cabeza baja y con gran parte de la afición aún con el recuerdo de su más que reprochable marcha, se ha vuelto a ver al Antoine que toda la afición esperaba. Al que está feliz de volver a vestir la rojiblanca, el que deja claro su amor por el escudo y la camiseta, el que se sacrifica en defensa, el que marca y asiste a sus compañeros como el otro día ante el Sevilla, el que es una extensión de su entrenador en el campo.
Un míster que nunca ha dudado de su pupilo pese a todos los problemas que se ha ido encontrando por el camino y que desde un principio le brindó los minutos necesarios para recuperar la confianza y la calidad que se había dejado olvidada años atrás. Un entrenador que parece conocer mejor que ningún otro cómo hacer que el francés encuentre en el campo su mejor versión y que todo gire en torno a él.
Porque si el Atleti ha podido salir del pozo donde se encontraba hace solo unos meses en parte gracias a él, a su juego y a sus goles. No es causalidad que ya casi nadie dude de que el equipo acabará tercero, al igual que tampoco lo es que la afición haya vuelto a cantar su nombre en el Metropolitano.
Una grada a la que no es fácil hacer olvidar el pasado y para la que como dijo su prócer, «la palabra sentimiento es muy profunda».
Porque el fútbol no tiene memoria y si no, que se lo digan a Antoine, que ha pasado de escuchar ruidos de sables y tambores de guerra, a dulces sinfonías en muy poco espacio de tiempo. Oh la la, Antoine.