Por Ángel Gómez-Lobo
En China se suele desear a los enemigos que ojalá vivan tiempos interesantes. A mi parecer, vivir en circunstancias complejas y en momentos convulsos es tanto una maldición como una bendición; y por esa regla de tres creo que a día de hoy estamos todos malditos (o benditos, según como se mire).
Mucho se habla del auge del fascismo que se está dando tanto en Europa como en el sur de América con el triunfo de Bolsonaro en las elecciones brasileñas o el sorprendente resultado del partido de Abascal en las elecciones andaluzas. Sin embargo, para mi el Frente de Le Pen, la Liga de Salvini o el partido Vox son solo resquicios de un mundo en peligro de extinción, en el que las ideas, buenas o malas, eran la energía motriz de la historia, capaces de levantar imperios y de hacer tambalear los pilares de una civilización. En el Mundo del Futuro™, las ideas ya no funcionan como los antiguos estandartes que agrupaban a las tropas en la batalla, y ahora, mucho más modestas, solo son residuos en las cabezas de los individuos que, como mucho, se organizan en pequeñas compañías que son apenas un deslavazado pelotón en comparación con los enormes ejércitos que partían hacia las cruzadas o que querían asaltar la Bastilla o el Palacio de Invierno. El protagonista del mítico cómic de Alan Moore V de Vendetta afirmaba que las ideas son a prueba de balas, pero yo opino que al llevar a cabo tal reflexión no había tenido en cuenta el elemento sobre el cual se aglutinan todas las cosas en pleno siglo XXI: el Todopoderoso Dinero.
Con todo esto no quiero decir que no deban tenerse en consideración todos estos movimientos ni tampoco que no debamos actuar para que su discurso de odio se disipe (pues en una democracia deberían ser intolerables propuestas como las del partido Vox, que atentan contra los derechos de las mujeres, de los inmigrantes o del colectivo LGTB) solamente considero que sus palabras son solo ecos que resuenan desde el fondo de la cueva y que, desgraciadamente, aún reverberan dentro de las cabezas de sus seguidores. A día de hoy, el fascismo tal y como lo conocemos es una amenaza real, pero en su desarrollo se mostrará tal y como es en los tiempos que corren: un siervo del capitalismo extremo.
Nunca hay que olvidar el pasado, pues es el único maestro de la humanidad, mas por atenderle no tenemos que descuidar el futuro, su discípulo rebelde que, en parte, se desarrolla siguiendo estructuras que ya conocemos pero que, en su carrera por alejarse de su mentor cada vez acelera más y más, adentrándose en parajes insólitos y desconocidos. No podemos emplear siempre la cómoda metodología de establecer paralelismos entre el presente y el pasado para actuar en consecuencia, por mucho que Maquiavelo insista en ello. El mundo está en constante cambio, y si el fascismo ayer fue un huevo de avestruz hoy bien puede ser un caimán, pues en este siglo se han realizado tantos avances que han calado en lo más profundo del género humano que es prácticamente imposible comparar nuestra situación con la de nuestros bisabuelos. Si existe una amenaza que pueda perturbar de manera profunda y amplia la relativa estabilidad en la que vivimos, esta no se encuentra en Europa o en el Sur de América, sino que, como un aura malévola, se siente cómoda sobre la cabeza del president Donald Trump.
«La historia no se repite, pero rima».
-Mark Twain
El antiguo fascismo, junto con el socialismo o el anarquismo, surgió como reacción a un capitalismo potente que desde la Revolución Industrial se había establecido como modelo predominante, y que en la época de entreguerras se vio enormemente potenciado. La tecnología industrial dio lugar a un nuevo Evangelio, con el Cheque como mesías. El sermón diario corría a cargo de las chimeneas y las cintas mecánicas, que con sus estridentes silbidos y crujidos mecánicos eclipsaban los gritos de los comunistas, anarquistas o fascistas que promulgaban sus ideales de igualdad, libertad o raza. En su enorme afán de producción, el Capitalismo se desplaza a la velocidad de la bala hacia su ideal particular; el dinero. A veces avanza como una locomotora dispuesta a arrollar cualquier cosa que se le ponga por delante y otras, actúa como un astuto comerciante dispuesto a trapichear con ideas, a moldear su mente y a venderse al mejor postor si eso es necesario para aumentar la cotización en bolsa. En la Segunda Guerra Mundial el capitalismo venció al fascismo, y no es del todo errado afirmar que en la Guerra Fría la Locomotora también salió vencedora. Y como consecuencia, a día de hoy ya no importa pensar y, de hecho, no tenemos tiempo para ello; tenemos que darnos prisa para llegar a la fábrica y empezar a producir.
El neoliberalismo que tanto parece atraer a políticos como Trump es la sombra que se cierne sobre el mundo, y por eso no temo a la guerra, mejor dicho, a la guerra tal y como se ha entendido hasta ahora, pues en un mundo en el que ya no existen ideales más allá del IBEX o del Euribor, ¿con qué consignas se va a arengar a las tropas? ¿Qué chispa va a encender el alma de los combatientes? La Tercera Guerra Mundial será una guerra sin ideas, es decir, una crisis, una profunda recesión que destruirá la civilización tal y como la conocemos, y que, sin ni siquiera haber comenzado, ya está generando numerosas bajas, víctimas del hambre, de la pobreza o de las guerrillas que por motivos económicos se están dando en numerosos puntos del globo.
La Tercera Guerra Mundial será un conflicto que no podremos resolver mediante las armas, pero al que nos podemos ir enfrentando desde ya, pues aunque es imposible escapar del enorme entramado de Locomotora, tenemos la posibilidad (y diría yo que la obligación) de resucitar el lado idealista del hombre, de mirar más allá de lo que podemos comprar y de lo que podemos consumir. Quizá así, esforzándonos por ser ciudadanos críticos y por mejorar nuestra sociedad cada día, en algún momento podamos establecer un ideario definitivo que por fin eleve a la humanidad a un grado superior en el que predomine la tolerancia, el respeto y la igualdad, un estadio en el que dejemos atrás este fascismo tan rancio y escandaloso y en el que, sobre todo, por fin paremos la descomunal máquina para cerrar los ojos y, en silencio, respirar tranquilos.
«No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro»-Jean-Paul Sartre