No hay día que no piense en la gente que está batallando por vivir, sin quitar la vista en aquellos que se han ido sin despedirse, valorando el trabajo de los médicos, enfermeros, policías, cajeros, personal de limpieza, en definitiva, a todos los héroes y heroínas que están al límite de su capacidad física y emocional y no paran de luchar.
En dos semanas, el virus nos ha hecho saber que va en serio. Este enemigo no tiene ni pizca de ética, no entiende de valores y nos ha bajado los humos a todos. Ya no somos aquellos que fuimos, o por lo menos nuestras preocupaciones han cambiado.
Somos espectadores de una lección histórica. Verás, la historia es rápida, simple y tiene un comienzo. A mucha distancia de nosotros, en este caso en China (esos que son todos iguales y comen cosas extrañas…) , además solo morían viejos, para ellos es lo normal, da igual de qué. Luego nos llamaron a la prudencia, porque solo tendríamos “algunos contagios” y no seríamos nosotros ni nuestros familiares, así que tampoco fuimos alarmistas. Y ahora estamos todos encerrados, cagados de miedo, con la esperanza de que la epidemia nos pase rozando.
Hemos cambiado el alivio de que algo le pase a los otros, por el miedo y un eslogan de #EsteVirusloparamosunidos.
El desenlace de la historia no está escrito, sin duda está siendo trágica, dolorosa y repugnante. Pero permíteme terminar con la moraleja esperanzadora en este escenario y es que probablemente tendremos que recordar que todos seguimos siendo “un todo con rostro individual”.
