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Alejandro Susti: «La creación nos hace distintos a quienes somos y le da un nuevo sentido a todo lo que nos rodea: es una señal de vida»

Alejandro Susti: arte, poesía, musicalidad y ritmo se conjugan en su obra 

Alejandro Susti Gonzales. Nació en Perú, Lima en Miraflores el 29 de septiembre de 1959. Es poeta, compositor, investigador y docente en la Universidad de Lima y la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). En cuanto a sus publicaciones destacan poemarios como Corte de Amarras (2001), Casa de citas (2004), Cadáveres (2009), El río imaginado (Copé de Plata, 2011), Bajo la mancha azul del cielo (Copé de Bronce, 2017), Un reloj derramado en el desierto (Premio Internacional Rubén Darío 2019). Por otro lado, entre sus libros de relatos distinguimos títulos como Aspavientos (2016) y La otra orilla (Premio José Watanabe 2018, APJ).

Por último, entre sus trabajos como investigador recalcan: «Seré millones. Eva Perón». Melodrama, cuerpo y simulacro (Argentina) y Todo esto es mi país. Cuenta también con Co-investigaciones como El poema en prosa en el Perú contemporáneo y Del otro lado del espejo. La narrativa fantástica peruana. Además de editor de la obra de Sebastián Salazar Bondy. No obstante, una de sus obras más recientes dentro del plano poético. Concretamente, su poemario Un reloj derramado en el desierto, fue galardonado el pasado mes de febrero con el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío, 2020 que otorga el gobierno de Nicaragua.

En esta entrevista, el autor peruano, nos habla de su obra, el galardón recibido y su etapa dentro del mundo artístico. 

Pregunta: ¿Son distintos el poeta, el narrador interno que escribe prosa y el músico?

Respuesta: Creo que al comenzar a escribir, trátese de un poema o de un relato, una voz surge desde el interior del escritor, una voz que se ha ido formando a lo largo del tiempo y cuyo origen es imposible precisar; una voz que se abre paso a través de las barreras que levantan las convenciones, sean estas lingüísticas, sociales o culturales. Para mí, la creación es un acto de libertad, de rebelión, de inconformismo —con ello, en realidad, no estoy diciendo nada nuevo—. Pienso que es absolutamente necesario colocarse al margen de lo comúnmente aceptado. De lo que se repite una y otra vez y termina por devaluar nuestras posibilidades como seres humanos. La creación nos hace distintos a quienes somos y le da un nuevo sentido a todo lo que nos rodea: es una señal de vida.

La paradoja radica en que la creación implica también una racionalidad, es decir, un cálculo, un balance, un equilibrio que lo proporciona el intelecto. La escritura no solo involucra la intuición o eso que mal llamamos “inspiración” sino también la conciencia y la inteligencia.

En el caso de la música creo que intervienen factores distintos: la música, creo, es un lenguaje más corporal, menos abstracto. Me refiero a la canción, es decir, al empleo de la voz y el cuerpo en el acto de la interpretación. La canción exige, además, una comunicación más directa con el receptor. Cada uno de estos oficios involucra partes distintas de nosotros.

P: ¿Qué significa para usted las palabras Poesía y Música?

R: Ambas palabras están estrechamente vinculadas por el sonido. En el poema es fundamental el ritmo, las distintas secuencias rítmicas que se crean al combinar los acentos de las palabras: homofonía, síncopas y otros recursos sonoros. En la música está demás decir que ello también ocurre, solo con la diferencia de que la palabra cantada dialoga con la música. Explícitamente viene acompañada de una melodía, una armonía, un ritmo producido todo ello por los instrumentos. Yo como músico, al momento de escribir no puedo dejar de prestar de atención a la “música” de lo que estoy produciendo. En ese sentido, para mí al menos, se trata de dos oficios complementarios.

P: ¿Cómo surgió su amor por la escritura o por la composición musical/artística en general?

R: Yo no sé si lo que siento por la escritura o la composición musical es amor. Escribir, componer o pintar son formas de buscar sentir que uno está vivo. Como respirar profundamente y sumergirse en el agua para salir a flote con una nueva energía. Para mí, al leer un texto pasado sé que al menos estuve vivo mientras lo escribí y que de alguna manera logré librarme del acoso del tiempo y de la fugacidad de todo lo que me rodea.

P: Le concedieron por su obra Un reloj derramado en el desierto, el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2020. ¿Cómo recibió la noticia? 

R: Fue un poco desconcertante. Quien contestó la llamada fue mi esposa, quien no sabía absolutamente nada de todo esto. Solo cuando ella pronunció la palabra “Nicaragua” entendí de qué se trataba. Al comienzo me costaba asimilar la noticia: es un poco extraño saber que lo que has escrito produce una cierta reacción en personas a quienes no conoces. En realidad, esto es el milagro de la comunicación humana. Lo que me ha sucedido a mí sucede en realidad todo el tiempo: es cierto que la literatura exige un dominio del lenguaje, de la expresión verbal, etc. pero en el fondo estamos hablando siempre del poder del lenguaje, del poder de la poesía.

Uno como poeta es solo un albañil que repite el mismo gesto que realizaron muchos otros poetas antes y a quienes se debe uno: el cincel que moldea la palabra, el sonido que resuena en el oído interno son gestos tan antiguos como la humanidad. 

P: Su poemario, Un reloj derramado en el desierto, fue descrito por el jurado como una obra que “unifica la vivencia poética con la plástica y la erudición con intensidad emocional, con un dominio de lenguaje y verso moderno”. ¿Cómo describiría dicho poemario? 

R: Los poemas de Un reloj derramado en el desierto están basados en un conjunto de pinturas realizadas por pintores y pintoras de distintas épocas, europeos y americanos (en el sentido completo de la palabra). Los poemas han sido ordenados de acuerdo a la fecha de esas pinturas. El libro comienza con dos poemas que giran en torno a la pintura como arte y hablan de la dificultad de las palabras para poder representar lo que ven los ojos. Este también es un tema muy antiguo pues la comparación entre estas dos artes –la poesía y la pintura- viene desde Horacio. Leonardo da Vinci representa también otro hito en ese largo camino; para él, se trataba de dignificar a la pintura y colocarla incluso por encima de la poesía.

P: ¿Qué objetivo perseguía con él? 

R: En el poemario, mi idea era partir de la imagen pictórica para adentrarme en los significados que esta generó en su momento en críticos, espectadores, historiadores y hasta en los propios pintores. Muchos de estos poemas están basados en lecturas críticas, información biográfica acerca de esas obras y pintores/as; ello se debe a que soy profesor de estética y durante años no he cesado de admirarme ante muchas de esas pinturas. Por momentos, también me coloco ficcionalmente en el lugar del artista, trátese de un sujeto masculino o femenino; en este último caso, me pareció fundamental incluir en el libro poemas en los que se escuchara a través de la ficcionalización las voces de aquellas artistas que sufrieron en vida la marginación y postergación de sus pares masculinos (Artemisa Gentileshi, pintora renacentista; Berthe Morisot, impresionista; Marie Laurencin y muchas otras).

P: Su trayectoria no es solo a nivel poético, sino también a nivel narrativo y musical. ¿Hay algún libro con el que se sienta más identificado? 

R: Una de mis lecturas favoritas ha sido la novela de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Cuando la leí (tardé un año en hacerlo), en ella encontré una forma de expresión y una sensibilidad que se amoldaban a la manera como yo quería expresar mi propio pasado. Eso, creo, es lo que ocurre en un libro mío titulado Staccatos (2014), un libro autobiográfico hecho de fragmentos en el que rememoro mi infancia y adolescencia y que para mí fue un ejercicio muy útil que de algún modo me preparó para todo lo que escribiría después.

P: ¿Alguna canción con cierta carga nostálgica dentro de usted que siempre recordará?

R: En relación con la música, siempre regreso a determinadas canciones, discos, bandas, solistas. No podría decir que tengo una en particular, sino muchas pues se asocian con momentos de mi vida. Hay compositores con lo que he sentido algo afín: L.A. Spinetta, Lou Reed y muchos otros más.

P: ¿Considera que se fomenta dentro del sistema educativo peruano, sobre todo, en primaria y secundaria, alguna cercanía a la lectura?

R: Si es que hay algún tipo de fomento de la lectura en mi país no creo haber visto sus frutos. La literatura, como bien sabemos, es subvalorada en nuestras sociedades: los adolescentes leen poco, muy poco en realidad, salvo casos excepcionales y ello se debe a que viven al interior de una sociedad orientada al consumo de mercancías, emociones, sensaciones. Vivimos en una sociedad en la que se busca la satisfacción rápida y ligera, en la que poco importa aquello que se esconde detrás de lo que admiramos o valoramos, es decir de eso que llamamos “ideología” y que afecta las relaciones de género, poder, etc. En buena cuenta, es necesario ser crítico en relación con el mundo en que vivimos y vislumbrar la posibilidad de cambiarlo o transformarlo.

Yo pertenezco a una generación en la que uno no se podía dar el lujo de permanecer de brazos cruzados ante lo que sucedía a nuestro alrededor; si bien es cierto que no pudimos hacer mucho por transformar ese mundo, al menos tuvimos conciencia de que vivíamos muy lejos de una sociedad en la que dejaran de existir las desigualdades, prejuicios, la discriminación, etc. Hoy todo eso parece parte de un pasado remoto, pero aun así espero que algún día cambie para bien.

P: ¿Cree que en Perú se le da a la palabra incluyendo todos sus aspectos (lectura, escritura, enseñanza) el lugar que se merece? 

R: Sería necesario preparar a una masa compacta de profesores y profesoras capaces de enseñar de otro modo la literatura; sería también necesario darle un lugar a la creatividad y a la imaginación en las escuelas, herramientas absolutamente necesarias en todos los aspectos de la vida cotidiana. Ello, obviamente, exigiría un programa de apoyo y fomento económico y social sostenido a lo largo de varias generaciones así como una fuerte inversión de parte del estado, algo inimaginable en países en los que el neoliberalismo ha terminado por convertir a los seres humanos en máquinas de producir ganancias y rentabilidad, cosas que finalmente no nos ayudan a ser más humanos.

P: ¿Tiene alguna manía a la hora de escribir?

R: No creo tener manías que me condicionen a la hora de escribir. Quizás sea la de pulir constantemente los textos, pero no sé si es eso una manía, más bien creo que forma parte del oficio de la escritura.

P: ¿Cree en la «inspiración»?

R: La inspiración es para mí la chispa inicial que provoca el incendio del escritor, pero con ello, obviamente, no basta pues la llama puede apagarse inmediatamente. La llama debe ser luego moldeada, estimulada, etc. Un escritor necesita de cierta disciplina, constancia, trabajo: no simpatizo mucho con el mito del poeta “iluminado” o “inspirado”, al menos tal como se le ha entendido en la modernidad, me da la impresión de que se trata de un mito alimentado por una visión ajena a lo que es la poesía y que en cierta forma relativiza su importancia. 

P: ¿Está trabajando en algún proyecto actualmente? 

R: Siempre estoy trabajando en algo nuevo, sea escritura o música. Tengo en preparación otro libro de poemas, algunas nuevas canciones e, incluso, una investigación ya terminada que ojalá salga a la luz el próximo año.

P: ¿Podría recomendar a todo aquel que lea esta entrevista: un poemario, una novela o un libro de ensayos? 

R: La lista es larga. En el caso de la literatura peruana, Los ríos profundos de José María Arguedas, La casa de cartón de Martín Adán, Poemas humanos de César Vallejo, El avaro y otros textos de Luis Loayza, algunos cuentos de JR Ribeyro (entre ellos “Silvio en el Rosedal”) y la mayor parte de la poesía de Blanca Varela.

De la literatura latinoamericana, me quedo con los cuentos de Felisberto Hernández, algunos de los incluidos en Final del juego de Julio Cortázar, Altazor de Vicente Huidobro, Residencia en la tierra de Pablo Neruda, El Aleph de Borges y los cuentos de Silvina Ocampo. En cuanto a literatura norteamericana, las dos primera novelas de Thomas Wolfe y los cuentos de Hermana muerte, El gran Gatsby de Fitzgerald.  A nivel europeo, Proust, el Joyce de Dublineses, los Cuatro cuartetos de TS Eliot y la novela de El faro de Virginia Wolf. Aun así, creo que la lista es muy corta.

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