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En las cimas de la desesperación

Cioran escribió: «El insomnio es una lucidez vertiginosa que convertiría el paraíso en un lugar de tortura… Las horas de vigilia, un ultimátum que se da el espíritu a sí mismo». El ser humano es un ser nacido para luchar con su conciencia y con el dolor que producen las palabras. Simplemente, porque no hay mayor dolor que el que se produce en el interior. Ese que no tiene una sensación física, sino psicológica. Ese que te apuñala con el silencio, los recuerdos y una algente melancolía.

Cuando sentimos que perdemos el control y nos peleamos con la conciencia siempre perderemos. No he conocido cosa más triste que estar desesperado. Golpearte el pecho, sofocarte, querer gritar, pero hay un vacío. Y, como en todo vacío existencial, nadie te escucha. Y, lo peor de todo, nadie te oye. Si sufrir es parte de la vida hay quienes cargamos con pecados cometidos por otros. Y si sentir es parte del amor, también nos deberían contar que el sufrimiento viene camuflado en forma de ráfaga repentina y que tarde o temprano terminará apareciendo. Si Montaigne, filósofo, escritor, humanista, moralista y político francés del Renacimiento estuviese vivo diría aquello que escribió en uno de sus Ensayos: «Mi conciencia no falsifica ni una coma; de mi falta de ciencia no puedo decir lo mismo». Me atrevería a asegurar que en la misma conciencia conviven esos fantasmas de los que habla Sabato, esas palabras que se suicidan en los poemas a las que hizo referencia Pizarnik y aquellos Bartlebys de Vila – Matas que dejaron de escribir para siempre por distintas razones que solo ellos sabrán.

Cioran también hizo referencia a que somos presos del insomnio. No hay nada más triste que un hombre triste contando algo triste para sentirse alegre, pero que aun después de haberlo contado se siga sintiendo triste. Y si se pregunta, querido lector: ¿por qué tanta tristeza? ¿Por qué tanto pesimismo en estas fatuas palabras? Sencillamente, porque también somos pequeños fragmentos de negatividad divagando por el mundo. No siempre somos optimismo, risa fácil, verso alegre y metáfora amorosa. También somos agonía, lágrima, desconsuelo, negatividad. Seres confusos, que se disuelven en el aire cotidiano, burdo como escribió el gran Ángel González en uno de sus poemas.

Para sonreír una vez, antes tuvimos que haber llorado dos veces. Recuerde que es lo primero que hacemos al salir del vientre de nuestra madre. La conciencia es una de las mayores enemigas de los escritores. Nunca se calla cuando trabajan. Es capaz de criticarlos sin articular palabra, de hundirlos con algo tan simple como pensar. Aquel que haya sostenido una pluma sabe de lo que hablo. Todo aquel que se haya atrevido con el insustancial ejercicio de la escritura sabe a lo que me refiero. Aquel que dice ser feliz en un poema es el mismo que tuvo que llorar en otros dos anteriores para atreverse a escribir que es «feliz». Hay quienes mueren de distancia, hay quienes están confinados toda su vida para sacar un verso, un poema, un libro que realmente valga la pena. Hay quienes rozan las cimas de la desesperación y se dejan la vida para darle a la palabra, el valor que se merece. Hay quienes luchan con la conciencia y una vez que cae al suelo, la rematan. Recogen su bolígrafo y se marchan tristealegres por la puerta grande del mundo literario. Salinger, por ejemplo. Este, tras publicar uno de los mejores títulos de la Literatura Universal, El guardián entre el centeno, decidió marcharse a vivir al campo donde se encerraba por completo en lo más profundo de su conciencia.

Víctor Frankl, autor del gran libro: El hombre en busca de sentido, no opinaría lo mismo de las palabras que componen este artículo y hubiese sugerido lo siguiente: «El amor es la única vía para llegar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie conoce la esencia de otro ser humano si no lo ama».

En cambio, Cioran en su obra cuyo título comparte con las palabras de este artículo sin conciencia que estás leyendo, remite: «¿Qué podrían, pues, esperar aún de este mundo aquellos que se sienten más allá de la normalidad, de la vida, de la soledad, de la desesperación y de la muerte?» Son cuestiones con un gran valor, un gran sentido y peso dentro de su obra. Escalar las cimas de la desesperación y sentirnos huéspedes en la conciencia es lo que nos queda a muchos. Un dato interesante en la reflexión mencionada anteriormente es el término «mundo». Yo, mientras tanto, voy cerrando los ojos, apagando mi conciencia y, a su vez, acarreando consigo los vocablos que componen este artículo. Al apagar mi conciencia, sus luces siguen encendidas y me acuerdo de Galinier vociferando a los pocos afortunados que escuchamos sus canciones:

«Solo quiero un mundo nuevo. Que tenga todo de nuevo y nada de mundo».

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