La verdad es que no me esperaba para nada que la persona de la que más se hablase en la España de 2020 fuese un científico. Parece que en algo vamos avanzando, aunque haya sido necesaria una pandemia a nivel global para que pensemos un poco en la ciencia. Sin embargo, de lo que seguimos sin ser capaces es de atajar el tema con un poco de perspectiva.
A día de hoy, o amas a Fernando Simón o lo odias. Poca gente se puede mover en un término medio dentro de ese espectro. Al fin y al cabo, el hombre ha estado presente en cada informativo del día desde hace cerca de 5 meses. Cada cual expresa lo que siente hacia él de la forma que puede: unos hacen camisetas con su cara; otros, memes llamándole asesino. Una desagradable (pero inevitable) consecuencia lógica a este fenómeno fan.
Lo voy a decir una sola vez: nadie debería considerarse fan de Fernando Simón. No porque no merezca un reconocimiento público por su trabajo; el hombre ha estado en el frente cada día, trabajando sin descanso. El problema de crear un movimiento fan es que, de forma pareja, nace la contraparte al mismo, y con este, una turba de haters sedientos de sangre. Y es que Fernando Simón no es un beatle, ni un jugador de fútbol. No es ninguna figura del mundo del entretenimiento, que vive de su consumo por las masas. Es un hombre cualquiera, que solo está intentando hacer el mejor trabajo posible en medio del apocalipsis. Exponerlo de tal manera a la vida pública y elevarlo, de facto, a héroe de masas, lo convierte en un objeto de consumo. Pero es que no es ningún bien de consumo, y esto deberíamos entenderlo todos.

Fernando Simón no es Lennon. Incluso aunque Lennon tuviera una participación activa dentro de la política como líder de opinión que fue, vivía de la música. Dijese lo que dijese, siempre podías evitarlo con un simple “bah, a mi lo que me gusta son sus canciones”. Separar la obra del artista, como suele decirse. Pero Fernando Simón es el ojo de un huracán. No hay obra, ni artista. Él es su trabajo y, en un ambiente como el que tenemos, eso puede ser muy peligroso. Todo lo que haga va a tener trascendencia política. Es como una hormiga bajo la lupa. Nosotros, como sociedad, la sostenemos; los medios, como rayo de sol, terminarán por quemarlo vivo.
Hacer camisetas o un mosaico con su cara está gracioso, sí, pero a la larga no va a tener ninguna gracia. Al menos, no para él. Como ya he dicho, por cada camiseta hay, de media, cincuenta memes diciendo que ha matado a miles de personas (al paso que va, pronto superará las 837196340524 muertes del comunismo). Si va a la playa, no le van a dejar descansar. Si aparece con una mascarilla con tiburones dibujados (que le han regalado unos afectados), va a convertirse en el tema del momento porque “está riéndose de las víctimas”. Aunque nada de eso sea verdad; aunque solo sean gilipolleces fruto del sectarismo propio de sus detractores. Fernando Simón se va a convertir, automáticamente, en la reencarnación del médico nazi Josef Mengele (algo contradictorio, porque seguramente sea un modelo a seguir para muchos de esos haters). Viendo la situación, no sé a quién puede sorprenderle que el famoso comité de expertos decidiese serlo en el anonimato.
No, no creo que debamos hacer una estatua de oro gigante del Dr. Simón para que sepa que agradecemos su trabajo, porque a la larga las alabanzas se convertirá en una diana en su espalda. En realidad, ni siquiera creo que haya tantos detractores de su figura como parece. Al final, son los cuatro ridículos de turno, capitaneados por ese mono que hablaba de “avances científicos por la gracia de Dios” en el Parlamento. Pero, si le das a un mono unos platillos, va a hacer ruido con ellos. Y ha quedado demostrado que no tienen ningún reparo en lanzárselos a la cabeza a Simón.

No es ningún héroe, solo es un hombre que está haciendo su trabajo. Como tal, está sujeto a halagos y críticas a partes iguales. Pero nunca, como sociedad, deberíamos permitirnos jugar con su figura y fanatizarla. Lo único que nos queda, si le apreciamos un poco, es desear que esto acabe pronto y que pueda, después de tantos meses, gozar de la tranquilidad que le hemos arrebatado.