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Sobre todo, lean

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Siempre ha estado ahí y seguirá estando. La lectura es el mayor acto de libertad para el ser humano, por ello transmutamos de obra en obra. Saltar de un libro a otro. Purgar entre sus páginas: olerlo, hojearlo, percibir su ínclita corpulencia, como quien se coloca por primera vez delante de la Sagrada Familia dándose cuenta de…, que sí. Que a los ojos del arte no somos más que funículos de carne y hueso. ¿Tapa dura?, ¿tapa blanda? Me deslizo por la cintura de la sección de poesía, me fundo en ella, acaricio su piel agrietada e inenarrable, pero termino despidiéndome. Bajo a la narrativa extranjera —siendo extranjero— y resucito a Cortázar. Insiste en que juguemos a la Rayuela y antes de irme me suelta aquello de…

«Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos».

Tras jugar con él sigo mi camino. Al fondo, observo a un señor cuyo aspecto no es del todo saludable. Tose y tose. No para de toser. Su acento me parece conocido e incluso me atrevería a decir —gracias a su yeísmo rehilado— que es uruguayo. Habla del amor, las mujeres y la vida. Lo poco que sé es que distrae recitando versos y explicando cierta «Táctica y estrategia». Ah… y por último, las malas lenguas dicen que se llama Benedetti: 

Mi táctica es 

                   mirarte

aprender cómo sos 

quererte como sos  

 

Mi táctica es 

quedarme en tu recuerdo 

no sé cómo         ni sé 

con qué pretexto 

pero quedarme en vos 

Tras escucharlo me sentí un trozo de poema desgastado por el mundo. Un vaso lleno de lágrimas disecadas, de amores que prometían ser eternos. Proseguí mi caminata por lugares inhóspitos que parecían perpetuarse. No obstante, para eternos los Cien años de soledad a los que me condenó García Márquez. Este sin remordimiento alguno me dijo:

«Todavía no tenemos un muerto. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra».

El hecho de saber que no soy de ninguna parte me convierte en extranjero del mundo. Y como buen divagador del orbe decido cambiar de sección. Mi gen bibliófilo es desterrado de la Narrativa Extranjera Hispanoamericana y me introduzco en la española. Los nombres son diversos y los aforismos cruentos que riegan mi devanada mente también, si no preguntádselo a José Hierro que dentro del dolor encontró Alegría:

Llegué por el dolor a la alegría. 

Supe por el dolor que el alma existe. 

Por el dolor, allá en mi reino triste, 

un misterioso sol amanecía. 

Por otra parte, considero que hay muchas formas de llegar a la alegría, y solamente una de ellas es capaz de tocarnos el alma. Así que acordaros siempre del inolvidable Carlos Ruiz Zafón:

«Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él».

Vi de lejos a otros tantos. Marsé me contó sus Últimas tardes con Teresa advirtiéndome: Si te dicen que caí diles que están muy equivocados, ya que lo que se eterniza a base de vocablos, jamás, escucha bien, jamás cae ni se volatiliza. De José Luis Sampedro aprendí que tenemos mucho por hacer porque, como dijo el poeta, caminante no hay camino, se hace camino al andar. O, como vociferó él mismo:

«El sistema está roto y perdido, por eso tenéis futuro».

Pocos entenderán la pulcritud escondida en el acto de saltar de un libro a otro. Purgar entre sus páginas: olerlo, hojearlo, percibir su ínclita corpulencia. Lledó ya nos lo dijo:

«El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron a esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido».

Rubén Darío lo versó:

El libro es fuerza, es valor 

es poder, es alimento; 

antorcha del pensamiento 

y manantial del amor. 

En definitiva, purguen entre los libros. Subrayen, reciten, declamen, proclamen, saboreen, mastiquen, devoren, odien, amen, arranquen, busquen, analicen cada párrafo, cada obra, cada ejemplar, pero sobre todo, lean. Relean. La lectura es el descubrimiento de nosotros mismos, nuestra libertad plasmada por aquellos que, apoyándose en el lenguaje, se atrevieron a decir lo que callaron otros.

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