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¿Perderemos nuestro Montmartre en miniatura?

¿Qué hacemos mañana? Es domingo.

Vamos al Rastro.

Desde hace siete meses ya solo podemos sentir ese anhelo de pasar la mañana ahí, acompañando el paseo con un buen vermut, porque por lo que la realidad representa, poco se puede hacer para juntar tantas personas en tiempos de pandemia. Cada domingo, en el barrio de La Latina de Madrid se despertaba una pequeña comunidad de artistas en el El Rastro, un mercadillo al aire libro muy popular en la capital española. Hoy, desconocemos cuándo volverán los puestos a ocupar su lugar en el corazón de la ciudad.

Puestos con diversos objetos en el mercado   Foto: Preslava Boneva

Azorín describe los trastos que se venden como “una imagen de lo que son las pompas y vanidades mundanas. Como esos cachivaches son los honores, las glorias, los placeres humanos. Vivieron un día; hoy no son nada”. Estos objetos descansan en torno a la calle Ribera de Curtidores, escondida entre los árboles. Uno se perdía entre los cientos de puestos con objetos variados, desde un cepillo de dientes hasta ropa usada, cuadros, discos y películas.

Una de las calles periféricas es la de San Cayetano. Un pequeño rincón que esconde un Montmartre en miniatura. La “calle de los pintores” empieza con pequeñas tiendas de fotografías antiguas por un lado y, por el otro, tiendas grandes de cuadros que esperan ser adoptados. Historias captadas en retratos de lo que fue y de lo que es hoy. Más adelante palpita el corazón del mercado. Cuadros vivos que hacen que el tuyo deje de latir. Los pintores ahí presentes, sentados en una silla con 4 grados, esperan vender una de sus obras maestras que tardaron horas en producir. Cada lienzo representa una parte de sus vidas. Son vivencias imborrables y experiencias selladas bajo la llave del pincel.

Me acuerdo de la última vez que estuve deambulando por sus calles, un domingo – frío – de febrero de este año. Me paré para hablar con un pintor, vende cuadros desde que tiene 20 años – me dijo. “Me voy al pueblo y paso ahí toda la semana dibujando, me ayuda a escaparme de los ruidos de la ciudad”. Cada domingo, de vuelta al mismo callejón, pero afirmaba con tristeza en los ojos que “es difícil vender” pues poca gente “siente interés por el arte hoy en día, menos si vendes en la calle y no te llamas Picasso o Dalí”. Cada cuadro aseguraba “trasmite algo distinto: libertad, pasión, amor, etc… No hay juez que diga qué está bien y qué mal, estás tú y tu delicadeza. Al pintar, cada vez, me traslado a lugares de mi juventud”. Una imagen que aún guardo en mis recuerdos: los cuadros descansaban apoyados en la pared y en suelo mojado tapados por un nailon. Escuchaban atentamente nuestra conversación. “Nunca he estudiado arte, yo fui mi maestro y mi aprendiz. Tienes que sentirlo, el pincel se mueve solo si la pasión está dentro de ti”, afirmaba el pintor con una sonrisa que radiaba nostalgia, de un tono tan gris como el cielo que traía lluvia.

Para él, como para otros tantos, el mercado es el único trabajo que les permite sostener a su familia y es su pan de cada día. Además, los comercios abiertos, que se encuentran en las calles donde normalmente se encuentra el Rastro los domingos, sufren pérdidas. La gente relaciona el Rastro únicamente con el domingo y por ello se producen menos ganancias de lo habitual.

Los comerciantes fijos y vecinos quieren la reapertura del Rastro y apoyan a los ambulantes y por esta razón se han llevado a cabo varias protestas hasta la declaración de Estado de alarma en la ciudad de Madrid, motivo por la suspensión de éstas.

Por un lado, la última propuesta de la Asociación El Rastro Punto Es expone el uso de los edificios como perímetro del mercado, pero todavía queda por aclarar el flujo de entrada y salida. Por otro, el 2 de octubre el Ayuntamiento tuvo una reunión con las asociaciones y el consistorio hizo la propuesta de un Rastro dividido en seis zonas y con aforo máximo de 2.702 personas. Las asociaciones de ambulantes mustran una cierta disconformidad, pero aún queda someterlo a votación. Actualmente la policía está elaborando un informe en el que se calculará el flujo óptimo que también permite al vecino de la zona entrar y salir de sus casas cuando el mercado se encuentre abierto.

La reapertura del Rastro es una de las muchas incógnitas que nos deja este año de pandemia.

Lo que Azorín describe como “vanidades mundanas” para algunos son vidas enteras. Objetos y cuadros con valor sentimental y personal se revenden y pasan de generación a generación. El Rastro es cultura y es símbolo de Madrid y por ello es necesario encontrar una solución para poder volver a sus calles, aunque con aforo limitado. Sin querer desviarme del tema – pero es necesario decirlo – no creo que en un bar o en un restaurante uno se contagie menos que en un mercadillo al aire libre.

Un hombre delante de una tienda de fotografías antiguas/ Foto: Preslava Boneva

La historia del nombre del mercado dominical

El nombre ha sido estudiado por varios historiadores y cronistas. Estos afirman que hay dos teorías posibles. La primera, por su ubicación geográfica. Se encuentra en los llamados “barrios bajos” de Madrid pues desciende hacia el río Manzanares. Era la única zona donde los menos pudientes podían permitirse una casa. Muchas veces los ricos los tachaban de vagos o ladrones. La expresión “barrios bajos” hoy en día tiene un significado más peyorativo por estos orígenes. La mayor parte de los ladrones vivían en este barrio humilde y por lo tanto el Rastro de la Corte, en su tiempo, era el territorio o distrito que alcanzaban los alcaldes para ejercer justicia.

La segunda teoría se basa en documentos que demuestran que, desde 1740, era un punto de encuentro para la venta. Sucedían cambios y trapicheos de objetos de segunda mano alrededor de los mataderos. Estos se ubican en la actual plaza General Vara de Rey y los curtidores que se instalaron en Ribera de Curtidores durante sus orígenes.

En el siglo XVI, “rastro” era un sinónimo de carnicería o desolladero. La tradición popular y Antonio López Gómez (1976) en su libro El origen del Rastro cuentan que los restos de los animales degollados eran arrastrados, desde el matadero, dejando a su paso un “rastro” de sangre.

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