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Crítica: Un tablero de juego donde alguien tiene que morir

Como un tablero de juego al más puro estilo Cluedo o La Herencia de Tía Ágata. Así es la serie Alguien tiene que morir, la nueva apuesta de Netflix España que llega de la mano de Manolo Caro, director mexicano de La Casa de las Flores. Un entramado familiar enmarcado en la España franquista más opresora, que tiene como telón de fondo la represión de la época hacia los homosexuales, el machismo y el poder político.

Manolo Caro tiene muchos adjetivos que lo definen como un creador de historias, la capacidad del director por convertir en arte cualquier proyecto que llega a sus manos es ejemplar, pero o te gusta o, por el contrario, criticas todo lo que hace. Tras la nefasta segunda y tercera temporada de La Casa de las Flores donde Caro lejos de dar alas a la serie, las cortó de raíz, su nueva mini-serie no ha estado exenta de críticas.

El titulo de la serie, Alguien tiene que morir, augura un final poco agradable. El trailer tampoco promete un final novedoso, pero ver a Carmen Maura convertida en abuela matriarca de la familia anunciando en bucle la muerte de alguno de los personajes engancha y mucho. Todo un rompecabezas familiar donde todo parece ser bastante previsible en un principio, pero conforme avanza la serie esa dosis de misterio y drama aumenta.

Dividida en tres capítulos, la serie comienza con la llegada de Gabino (Alejandro Speitzer), hijo de la familia Falcón. El personaje del actor principal de Oscuro Deseo regresa de México pero, para sorpresa de su familia, no ha regresado solo. Lázaro (Isaac Hernández), el amigo mexicano de Gabino, es bailarín de danza clásica, algo que desde el primer momento no provoca demasiado agrado en la familia.

Maricón, poco hombre y algunos insultos más son los empleados en la serie para definir a Gabino y Lázaro en su regreso a España. Mina Falcón (Cecilia Suárez) es la madre de Gabino e intentará proteger a su hijo por encima de todas las cosas. Incluso tendrá que plantar cara a su marido Gregorio Falcón (Ernesto Alterio), que juega un papel importante en la historia como Jefe de Seguridad del Estado.

A partir de este punto surgen tramas que se completan con los hermanos Almansa, hijos de la otra familia protagonista, interpretados por Carlos Cuevas y Ester Expósito. La joya del reparto quizás sea Carmen Maura como Amparo Falcón, matriarca y abuela de la familia. No solo por su trayectoria profesional, sino por su personaje en la serie, es uno de los mejor creados junto con Mina Falcón (Cecilia Suárez). Mariola Fuentes como Rosario, criada de la familia Falcón completan el reparto de lujo de esta mini-serie.

Aunque es cierto que algunos actores no terminan de encontrarse demasiado naturales en la interpretación, el momento más extraño como espectador está vinculado al acento de Cecilia Suárez en la serie. Cualquier seguidor de La Casa de las Flores ha experimentado esta situación. Escuchar a Cecilia con acento español y sin exagerar las vocales, como en La Casa de Flores, resulta extraño al principio y consigue encajar aún habiendo terminado la serie.

Los decorados y el vestuario son magníficos, al más puro estilo del director. Vestidos de época, armas de la época y acciones propias del franquismo son algunos de los detalles que dotan de realismo a la historia. Muchos criticaban la escasa cantidad de capítulos, solo tres, que presentaba la serie, pero la historia no da para muchos más. Si bien es cierto que el último capítulo desarrolla y cierra la acción final rápidamente, no hubiera sido efectivo crear un cuarto capítulo para desarrollar la trama final.

Una serie de Manolo Caro en la que se aprecian cierta influencias de La Casa de las Flores y que cuenta con una historia cuidada al milímetro y un reparto de lujo, exceptuando algunos actores. Un reflejo, que roza el realismo, de la historia homosexual con respecto a la represión franquista, con una dosis alta de ficción y misterio, cortesía de cualquier serie que cree Manolo Caro.

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