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El striptease de Sylvia Plath

De Sylvia Plath (1932-1963) nos quedó un interesante legado: una obra intimista, un premio Pulitzer póstumo (Poemas completos, 1982), una historia desoladora, una crítica social y, ante todo, un mito. El mito de una mujer incomprensible, herida de por vida y maníaca en sus decisiones. Sin embargo, los trastornos mentales de la escritora no son lo que se destaca de su obra; sino la forma en la que los retrató. La forma en que desnudó su mente ante una sociedad que no estaba dispuesta a tolerar a la mujer subjetivizada.

Plath, nacida en Boston (1932) marcó un referente en la literatura del Siglo XX por lo que se denominaría «poesía confesional» (junto a Anne Sexton y Robert Lowell). Pese a que su obra más conocida es La campana de cristal (1963), su principal legado fue el poético. Era a la lírica a la que acudía más frecuentemente, fue, de hecho, la que no la abandonó, días y horas antes de su suicidio. Con tan sólo 30 años y un mes tras la publicación de La campana de cristal, Sylvia Plath decidió quitarse la vida. El por qué hemos de encontrarlo en su obra. Varios temas la vertebran: la mente, la sociedad, la vida y la muerte se entrelazan tormentosamente en los escritos de Plath. 

La mente de Sylvia Plath se nos muestra por su biografía, las referencias a ella por parte de su esposo Ted Hughes (1930-1998), y, ante todo, sus escritos; como un arma de fuerza inmensurable, pero de inestabilidad intrínseca. Los trastornos mentales que padeció Plath moldearon e informaron su obra. Tras su primer intento de suicidio (no sería el último, como los retrata en La campana de cristal), recibió terapias de electroshock que la dejaron traumatizada y temerosa de volver a pasar por ello. No se recuperó, por supuesto, pero prefirió continuar en una fingida salud mental, lejos de tales tratamientos.

La sociedad juega un papel principal. Frente a unas estructuras patriarcales, podemos ver en los escritos de Plath lo avanzado que era su pensamiento respecto a la mujer y a su condición frente a la clara ventaja del hombre. Aunque con sus propias contradicciones, supo ver la injusticia en la exigencia de «pureza» a la mujer, y, en contraste, la doble posibilidad del hombre (ejemplificado con el personaje de Buddy Willard en La campana de cristal): “Yo no podía soportar la idea de que una mujer tuviera que tener una vida pura de soltera y de que un hombre pudiera tener una doble vida, una pura y otra no”.

La vida, la historia de su vida, es otro de los ejes fundamentales de su literatura. La temprana muerte de su padre, con quien mantenía una relación extraña, de amor-odio (más de odio que de amor), la marcó toda su vida. Decía lo siguiente sobre él en sus diarios: “[Mi padre, un] autócrata que yo adoraba y despreciaba a la vez. Ese padre que casi seguro deseé muerto una y mil veces y que cuando por fin accedió a mi deseo y se murió, yo imaginé haber matado”. Su madre, una mujer hecha a la medida perfecta de la sociedad que no derramó una lágrima delante de Plath, la exasperaba. Tuvieron una relación tumultuosa. Por último, artículos y artículos merece su relación con el poeta Hughes, quien se encargaría de publicar su obra póstuma. Estas tres figuras, junto a sus hijos, configuraron el principal panorama emocional de la poetisa. Ella misma decía: Tengo muchísimo que dar a alguien, algún día. Pero no debo ser demasiado cristiana. Al final, solo podré estar con uno y por el camino tendrá que abandonar a muchos. Esto es lo que hay por ahora. Tal vez alguien me abandone por el camino: eso sería justicia poética”. Fue el caso de Hughes, que la dejó por su amante poco antes de morir Sylvia; pero también el caso de sus hijos, pues ella los abandonaría quitándose la vida. 

Por último, la muerte. La acompañó desde el fallecimiento de su padre hasta su propia experiencia de intento de suicidio, y, finalmente, muerte. Su deceso pasó como uno de los más impactantes de la historia de la literatura del Siglo XX: se suicidó con gas, metiendo la cabeza en el horno, después de haberlo utilizado para preparar el desayuno de sus hijos. Escribió poemas hasta su muerte, que, imbuidos de celeridad y ruina, serían premiados como algunos de los mejores del siglo. Se asesinaría para asesinar a su padre, para asesinar a su abnegada madre, para asesinar a su propia imagen ideal. 

Pero, ¿Qué caracteriza realmente a Sylvia Plath? ¿Por qué un striptease? Se ha escrito sobre la depresión, se ha escrito sobre el papel secundario de la mujer en las sociedades, sobre el suicidio y se ha escrito sobre familias de historias tortuosas. No obstante, Plath habla desde un intimismo, desde un carácter confesional tan auténtico como único. Plath es la mujer que se desnuda sin devenir un objeto, es más, se subjetiviza a través de despojarse de toda barrera de expresión. Leer la vida de Esther Greenwood en La campana de cristal (un roman à clef) es acceder a una mente compleja: habla de su ansiedad nerviosa y depresión desde una prosa que roza el monólogo interior, que acerca al lector tan tremendamente a su personaje, que se hace duro el avanzar entre las páginas. 

Tal vez ese sea el verdadero legado de Sylvia Plath. Un desnudo que clama ser visto, sin pretextos, que expone lo que nunca antes había expuesto alguien: la mente enferma.  Un desnudo que, además, ella sabía; no es el mismo para el hombre que para la mujer. La historia de su vida, que comenzó con aquel primer poema que escribió con tan sólo ocho años, se plasmó en una obra íntima pero terriblemente franca, vulgarmente, un stripteaseAlberto Giordano decía lo siguiente sobre Plath, respecto a lo escrito en sus diarios: «[…] , el diarista ama su enfermedad, pero lo singular de su caso es que pone más empeño en mantenerse fiel a lo que le dificulta la vida que al deseo de curarse […]. No se conforma con reconocerse enfermo, quiere ser lo que lo enferma, las fuerzas que lo destruyen, pero también, al mismo tiempo, el organismo que todavía resiste. Por eso, antes que para conocerse o modificarse, se examina diariamente por escrito para precisar, con una sutileza infinita, los contornos de su ‘cuadro’, que son los de su excepcionalidad».

Probablemente, viendo su experiencia, los escritos de Plath no nos ayuden a escapar de la asfixia, de aquella campana de cristal. No obstante, nos advierten: esa campana de cristal existe, está, además, muy presente en nuestras sociedades contemporáneas. Desnudarnos para liberarnos de ella no es un gesto de locura. Es un gesto de valor. 

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