La paradoja de la mente y el modo avión mental
— Poned los teléfonos en modo avión, por favor. No quiero que suene ninguno o se acaba el examen.
Y vuelta a empezar. Se congela el tiempo y todo para a mi alrededor, los nervios se mezclan con preocupación y siento el corazón encima de la mesa. Busco frenéticamente el teléfono en el bolso para comprobar que no pueda sonar. Lo acabo de mirar hace 2 minutos, pero sigo revolviendo con pánico hasta que toco el accesorio de la funda, que no cumple mayor función que tranquilizar mi angustia cada vez que mi mente se empeña en que he perdido esa ampliación de mí ser.
— Aquí, menos mal. Está en modo avión.
Desde bien pronto en la mañana el zumbido comienza a jugar con la débil luz que retransmiten las primeras horas del día. En la calle, plazas de aparcamiento libres acompañadas de rugidos de los motores más madrugadores y un contagioso ambiente que promete un gran día.
El ruido prosigue y la gente rebrota en las calles. Corre, la mascarilla. Llego tarde, ¿dónde era?, las llaves. Una llamada perdida, ya voy, el gel. En bucle. Todo es tan acelerado que las acciones del día a día van empujándonos de un lado a otro sin casi ser conscientes de ello.
Hace poco, en uno de estos desórdenes matutinos, recapitulé algunas experiencias que acumulaba en mi inventario y llegué a la conclusión de que los seres humanos subsistimos gracias a la eterna dualidad del caos y la calma. Para mantener un equilibrio, por un lado, nuestros cuerpos vuelan al son de la imperante rutina y, por otro, las mentes buscan la tranquilidad de lo conocido. Orden y locura, conceptos tan opuestos que se tocan.
Tiene gracia pensar cómo siendo máquinas tan bien construidas perdemos ese equilibrio continuamente, la capacidad para medir cantidades perfectas y asegurar el orden se vuelve casi un mito. Porque sí, son muchas las veces que los seres humanos no podemos controlar lo que ocurre a nuestro alrededor, ni siquiera lo que sentimos o pensamos. El zumbido, los coches, la gente… Un mundo lleno de ruido reclama la plenitud de nuestro pensamiento de manera indefinida. Tantas cuestiones irrelevantes que luchan contra muchas otras que tienen miedo a caer en la irrelevancia, decisiones y consecuencias apresuradas ante el tren que pasará y el intento de equilibrar todo en la balanza. Dices: «todo controlado». Imposible.
En esta abstracción los pensamientos nos adelantan y los sucesos pierden el sentido. En definitiva, somos capaces de entregarle toda nuestra energía a algo y, a la vez, descuidamos lo único que nos acompañará de por vida, nuestra mente. Así, en algunas ocasiones, de igual manera que en algo tan banal como un examen, conviene activar el modo avión para congelar el orden y centrarse en el yo y en el ahora; pararnos a, simplemente, llenar de aire fresco los pulmones, refrigerar la mente y darle la paciencia que se merece. Y cuando la calma vuelva, gracias a las pequeños detalles que un día condenamos a la irrelevancia, el orden inherente de las cosas seguirá su curso sin ni siquiera darnos cuenta. Por eso no os fiéis tanto de la rutina, quizá el caos sea el inicio de la razón.
Salgo del examen y desconecto el modo avión. 3 llamadas perdidas. Estamos en el banco de en frente, te esperamos. Es entonces cuando las agujas del reloj recuperan el movimiento. Ya puede seguir girando el mundo.