23 C
Madrid
miércoles, 27 septiembre, 2023

Mucho Texto

No quiero ser ese tipo de persona, de verdad. Pero cuando poso mis dedos sobre el teclado no puedo evitarlo: la extraña imagen del Yoda pimp acompañada de la viral afirmación “mucho texto” me da bastante yuyú. Si sigo por estos derroteros, escribiendo con amargura acerca de lo que es popular, puede que me suceda como hace bien poco y termine, con la lentitud propia con la que se tejen las desgracias, cogiéndole gusto al carajillo y a los monólogos de Leo Harlem para transformarme en un miembro de la casta más despreciada en Twitter: la tribu ancestral de los pollaviejas. Pero hoy toca hablar de esto, de como los jóvenes realmente no nos comunicamos: por miedo, por pereza o por pura apatía. Quizá me extienda más de lo debido, puesto que soy bastante fan de engendrar mucho texto.

Por un lado no me parece bien partir de la anécdota para escribir un artículo, aunque sea una práctica común, ya que me parece un acto de soberbia pensar que a alguien le pueden interesar los lances de un mindundi como yo. Pero en este caso no me importa hacer una excepción, puesto que todo comunicador debe de contar añadir la dosis exacta de soberbia a la hora de relatar sus movidas, y porque este artículo nace directamente de una inquietud que me poseyó al leer algunas de las respuestas a un artículo en el que cuestionaba la decisión de nuestra televisión pública de incluir en su parrilla un famoso reality musical que todos conocemos de sobra. Tal y como me esperaba, hubo voces discordantes con lo que yo exponía y eso me plació, pues cuando tiras una piedra a un río esperas que el agua se agite, y cuando escribes un artículo siempre quieres crear debate: tan triste es no recibir ninguna respuesta por parte de los lectores como recibir una respuesta unánime de todos ellos, ya que eso indica que en tus líneas no has transitado por parcelas inexploradas y que no has adoptado nuevas perspectivas que contribuyan a aportar algo a este popurrí de comentarios y tuits que conforman, vagamente, la “opinión pública” de Internet. No se trata de crear siempre polémica o de ajustarse a esa patraña de ser “políticamente incorrecto”, sino de intentar “mover” algo dentro de los demás, de plantar la semilla de una reflexión o de un pensamiento genuino que no surgirá por ti pero que tú has ayudado a generar. Por eso, yo estaba satisfecho con la repercusión del artículo, que, en contraste con la mayoría de artículos con nula presencia de vida humana que he publicado, estaba recibiendo bastantes comentarios.

Mucho texto
La infame imagen que popularizó el meme de “Mucho texto”

Sin embargo, no tardó en aparecer entre las respuestas el esperado meme que ha invadido las redes las últimas semanas: desde la pantalla de mi teléfono móvil, un extravagante pero implacable maestro jedi me observaba con sus ojos extraterrestres, viniendo a decir que aquello que había escrito era demasiado largo, o más bien que era insulso, que contenía demasiados vocablos para aquello que quería contar. Dejando de lado las otras connotaciones negativas de Mucho Texto, de las que hablaré más adelante, me disgusta que, en el momento histórico en el que más barato sale tanto escribir como leer, racaneemos y negociemos con caracteres para que los usuarios se aventuren a leernos. En la carrera de Periodismo nos insisten continuamente en que los lectores virtuales somos perezosos: nos aturullamos ante grandes bloques de texto y preferimos listas o infografías atractivas visualmente. Y aunque estoy seguro de que esto es cierto, dudo mucho acerca de los motivos, de las condiciones materiales e históricas reales que explican la existencia del fenómeno Mucho Texto: quizá es que nuestras frenéticas vidas no nos permiten dedicar tiempo a sumergirnos en artículos largos, quizá es que el actual modelo de consumo nos ha acostumbrado a deglutir información de manera rápida y superficial (10 artículos de 400 palabras traen más clics que 2 de 1000) o quizá Marshall McLuhan tiene razón, y la tecnología está comenzando a determina nuestros hábitos y nos ha contagiado los principios de eficiencia y velocidad bajo los que funcionan nuestros aparatos electrónicos.

No sé cual de estas razones tiene más peso o si existen alguna más, la verdad: pero lejos de los grandes relatos científicos no me puedo explicar como soy capaz de malgastar tantas horas pasando stories de Instagram y como en ocasiones me siento tremendamente indispuesto a la hora de escuchar un audio de poco más de un minuto o de leer algún artículo que requiera más scroll del habitual. Se trata de un sentimiento que procede, más que de la falta de tiempo, del aterrador hábito de encerrarnos en nosotros mismos que por desgracia los jóvenes estamos adoptando cada vez más. Nos hemos criado en la Era del Individualismo, y a todos nos han encomendado la tarea, tal y como comenta Byung-Chul Han, de construirnos a nosotros mismos. Tenemos la obligación de ser genuinos y para ello tenemos que vivir en un difícil equilibrio en el que tomamos prestados rasgos, costumbres e ideas de los demás intentando no abusar de este proceso de osmosis para no convertirnos en unos “copiones” y poder seguir siendo “nosotros”.

Tribu urbana
Cuando visten de negro y escuchan My Chemical Romance, estos jóvenes no hacen más que participar en el proceso natural de búsqueda de la personalidad. Aunque ellos simplemente le dicen a sus madres que no es una fase. Foto de Antonio Tajuelo.

La identidad del hombre posmoderno es volátil y líquida, ya que en plena hegemonía del relativismo no se sostiene en valores absolutos. Como individuos, intentamos aferrarnos a una serie de valores para definirnos más allá de nuestros gustos, y experimentamos un vértigo extraño cuando estos se tambalean. Por ello, si somos de izquierdas descartamos automáticamente los artículos de ideología conservadora y si somos fans de Operación Triunfo consideramos que un artículo que lo critica tiene Mucho Texto. Esta idea no es mía ni mucho menos, pues ya está contemplada dentro del debate de las “cámaras de eco”, que son aquellos recipientes estancos que creamos en nuestras redes sociales cuando elegimos el contenido que queremos ver, y que generan círculos viciosos y bucles en los que retroalimentamos nuestras propias ideas una y otra vez, alejándonos cada vez más de otras posturas distintas a las nuestras. El problema no reside en el alejamiento respecto a estas posturas, sino en la negativa de, por lo menos, tratar de entenderlas. En este punto es en el que innova el fenómeno del Mucho Texto: si hasta ahora tratábamos de disimular que carecíamos de unos conocimientos concretos (y de hecho tratábamos de aparentar que los poseíamos), Mucho Texto nos hace enorgullecernos de nuestra ignorancia, y convierte en un logro el no profundizar en un argumento que nos interponen. Parece que valoramos tanto nuestro tiempo y nuestra atención y que nos creemos tan importantes en Internet que de verdad pensamos que nuestra interacción es necesaria para dotar de validez a unas palabras y que sin nuestra cooperación estas carecen de relevancia. Cuando empleamos el Mucho Texto con una intención que va más allá del simple chiste, no estamos solo afirmando que no vamos a leer el texto porque es muy largo, sino que nos estamos esforzando en dejar claro que estamos ante un texto que no merece ser leído. Pero, si no conocemos su contenido, ¿cómo lo tenemos tan claro?

Ojalá tuviera la fuerza y la capacidad necesarias  para profundizar en estas líneas acerca de los límites del debate público, que definirían los contextos en los que el Mucho Texto no solo sería legítimo, sino necesario. ¿Existen de verdad estos límites? ¿Deberían existir estos límites ¿En una sociedad democrática no se debería poder tratar en profundidad cualquier tema? En principio sí. Sin embargo, desde una posición de privilegio resulta fácil defender una idea tan genérica y vacía como la de que “se puede hablar de todo”, sobre todo cuando no somos conscientes de las nefastas consecuencias que pueden traer consigo  los discursos anticientíficos y, sobre todo, los discursos odio. Al fascismo no solamente le pondría un Mucho Texto: lo combatiría  con todas mis fuerzas para que no abriese la boca. Y este combate no tiene por qué realizarse mediante la censura, pues es una cuestión más de enfoque, de conocer realmente las implicaciones que tiene la difusión de unas determinadas ideas y de saber como actuar al respecto.

Sin embargo, para todo lo demás me suscribo a la filosofía que deriva de unas célebres palabras de Stephen Hawking que el grupo Pink Floyd inmortalizó en su tema Keep Talking: aunque resulte pesado, pedante, irrelevante o molesto yo seguiré hablando acerca de mis ideas, mis valores y mis sentimientos. Solo espero que vosotros también sigáis hablando conmigo. 

Actualidad y Noticias

Ponga la publicidad de su empresa aquí. Verá crecer su negocio gracias a nuestra publicidad

+ Noticias de tu interés

Chanzo: “A día de hoy, un artista es 60% redes sociales y 40% música”

El músico emergente madrileño nos habla de su último single, Fugaz, así como de su proyecto y la importancia de las redes sociales en la música Se suele afirmar que el rock ha muerto. Aunque es cierto que la guitarra...

“Cambiar: Método”, ascenso social y metamorfosis

La nueva novela autobiográfica del autor Édouard Louis nos muestra un particular "método" para ascender socialmente y escapar de la exclusión y la pobreza El relato de la superación personal y del ascenso económico y social es, sin duda, uno...

Subvenciones, donaciones y lobbies: así se financian los partidos y sus campañas

Con las elecciones a la vuelta de la esquina, ¿alguna vez te has preguntado de dónde obtiene fondos los partidos para costear las campañas? Este 2023 viene cargado de encuentros electorales, tal y como ya hemos comentado en la sección...
A %d blogueros les gusta esto: