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El caballo de Troya de la comunicación

Nacer en el siglo XXI y la contradicción de aprender a hablar en el idioma de la salud mental mientras el sistema te enseña a andar hacia atrás

“¿Qué os pasa a todos con querer optimizar vuestras vidas sentimentales, con el miedo a perderos una oportunidad? Mierda de generación de retraídos emocionales. A fuerza de no querer cerrarse puertas, nos vamos a pasar la vida en una mierda de umbral. Mejor, mejor, mejor, mejor, mejor, pero ¿qué significa «mejor»?”

El algoritmo del amor, Judith Duportail.

Estos últimos días personajes públicos como Natalia Sánchez, protagonista de Los Serrano; Fernando Tejero, actor; Steisy, extronista de Mujeres, hombres y vicerversa; o Cristina Medina, actriz de La que se avecina, han difundido en sus redes sociales mensajes de concienciación sobre la salud mental. En línea con la demanda social de esta década, la opinión pública se pone de acuerdo para normalizar el bienestar de los ciudadanos también en el plano emocional. Sentimos, lloramos, celebramos, sufrimos y reímos porque la sangre circula por nuestras venas y no podemos existir de forma ajena a ello. Negar los problemas mentales se eleva casi a la categoría de delito, porque lo personal es político y la sociedad lo demanda.

En este debate -que más bien debería acuñarse como dogma porque es una decisión plural de la mayoría- solemos hablar de la comunicación como el principal recurso. La principal ley de la salud mental es hablar sobre ella. Hemos abandonado esa manía molesta del pensamiento en bucle que nos arremolina por dentro para gritar a todo pulmón siento, luego existo. Y cuando decimos a todo pulmón lo decimos con toda la literalidad de la palabra: las opiniones no deben callarse ni reprimirse. La libertad de expresión abraza con calor la salud mental. El dolor de un país que aprendió a vocalizar con las sílabas del NODO hoy reclama que no hay mayor libertad que su voz.

Podríamos dedicar horas a discutir sobre si las opiniones del siglo XXI suponen una verdadera revolución con voluntad de cambio o si por el contrario son frágiles como sus  dueños de la generación de cristal. Argumentar sobre el nostálgico pasado revolucionario es un callejón sin salida de muchos y el cómodo colchón de otros tantos. Pero existe otra revisión de la comunicación que va más allá de su utilidad social.

En nuestras relaciones personales, hablar de lo que pensamos va más allá de un cliché para matar el tiempo. Querer es comunicar. Los problemas se resuelven si se verbalizan para hacerlos frente. Un viernes cualquiera por la tarde en la barra de un bar se escucha el mismo consejo entre amigos: “si te molesta, díselo”. Hace años que llegamos a la conclusión de que jugar a las adivinanzas con las acciones de los demás solamente genera conflicto.

No hemos labrado en desahogos, transparencia, responsabilidad afectiva y empatía. O por lo menos estamos en ello, porque en este nuevo coaching de salud mental no siempre nos han leído la letra pequeña. El mundo terapéutico y las webs de bienestar emocional han olvidado mencionar que sanar es un proceso tan complejo que no solo depende de nosotros mismos. El ensayo ¿Por qué duele amor? de la socióloga Eva Illouz satiriza que hoy en día los tormentos de nuestras relaciones amorosas se inscriben en nuestra historia personal y en la manera en la que nos configuramos. Nuestro sufrimiento emocional es responsabilidad propia y, por lo tanto, podemos controlarlo. Se puede aliviar el dolor si se identifica su fuente: una infancia disfuncional, una familia desestructurada, problemas de autoestima, conflictos de etnia, y una larga letanía de manuales de autoayuda.

La socióloga, sin embargo, concluye que todos los fracasos de nuestra esfera privada les dan forma ciertos órdenes institucionales. Es decir, nuestra vida sentimental no depende solo de nuestra historia psíquica, sino que está condicionada por un conjunto de tensiones y contradicciones culturales de la identidad y el yo. La forma en la que amamos y, en consecuencia, nos comunicamos, está moldeada por las instituciones.

Como hemos mencionado anteriormente, lo personal es político. Esto no quiere decir que las propuestas electorales de Aznar fueran decisivas para que tus padres te trajesen al mundo envuelto en pañales o que el amor a primera vista de Cristiano Ronaldo y Georgina fuese votado mayoría en la sala de plenos. Precisamente algo que define a nuestra modernidad es nuestra capacidad de elección entre muchas posibilidades. Pero sí existe un telón de fondo, un microcosmos común en nuestras relaciones y las de nuestros padres que no podemos negar, a menudo causante del sufrimiento amoroso extendido en la sociedad.

En este sentido, queremos usar el cliché de la comunicación para arrojar un poco de luz en este debate sociológico que a menudo se atraganta después de varias páginas. Eva Illouz se expresa para exponer en un folio las intimidades congeladas en las que nos hemos convertido, Remedios Zafra lo apoda Un cuarto propio conectado y yo me personifico para poner nombre a la correa que no puedo desatar.

Francamente, creo que hemos sobrevalorado la comunicación. O de otra forma, la hemos camuflado bajo los preceptos de salud mental para tachar esa deuda con nosotros mismos. Si algo me hiere, lo grito, porque me lo debo a mi misma. Soy una poeta encima del escenario que reclama que escuchen sus versos desafinados. Lo cierto es que a veces comunico para expresarme, otras camuflo bajo la transparencia ganancias secundarias que quiero reprochar. En este mundo emocional, ¿no es suficiente con ponerle sonido a las palabras de mi cabeza? ¿con superar mis traumas infantiles del silencio? Esto no lo han explicado en los post de Instagram de barbie afectiva. Por unos segundos no entiendo nada.

Sol en el camarote | Autor: María Villarubia (https://www.instagram.com/p/CNcZhRUBqaa)

Luego, doy un paso hacia adelante. La salud mental también duele. Sangra, a raudales. Mi retrato de Dorian Gray envejece con los años y se deteriora, me sirve de espejo. Me doy cuenta de que comunicación y demanda pueden tener el mismo apellido. Pero que no sientan igual. Cuando comunico me expongo, me lanzo al mar y te pido que me acompañes para saber cómo sienta el agua fría. Es verano y el chapuzón nos hace sentir bien, nos une de nuevo porque aquí abajo estamos al mismo nivel. Cuando demando te arrojo por la borda mientras espero que me digas lo que yo quiero oír. Artículo palabras para demandar el amor que yo espero, la validación que necesito, el cliente siempre tiene la razón ¿no?

«Me hace sentir mal que tengas amigas cercanas. Me siento inseguro porque sigas a otros chicos en redes sociales. Siento que te olvidas de mí cuando sales de fiesta. No puedo estar con alguien que no se quiere a sí mismo. Tu ansiedad me agobia y me deprime. Me bloquea pensar que estuviste con otras antes que conmigo. Es de tus amigos de quién no me fío.»

Mi verdad es un caballo de Troya que esconde un victimismo que hiere. Mis mensajes se vuelven productivos. Oferta y demanda. Yo también soy parte del sistema. Yo también pido y espero, busco mi propia satisfacción y beneficio. Al fin y al cabo, necesito que mis amigos sean lo que yo espero. Necesito que estén para mí, en las buenas y en las malas. Necesito ser la prioridad de mi pareja, de verdad que lo necesito desde lo más profundo de mi alma. Doy otro paso hacia adelante. Siendo honestos entiendo que mi pareja tiene una vida a parte de mí. Puede que no lo necesite tanto. Puede que la necesidad no venga mi alma sino de mi educación. Maldita sea ¿Cómo puedo necesitar algo que no comprendo?

Este sufrimiento tan adherido a la suela del amor moderno lo comprende incluso aquél que no lo ha sufrido. El amor sentimental como pila bautismal que salva aquellos pecados que no podemos borrar. En el camino para lograrlo, enfados, frustraciones, decepción.

Continua decepción que Eva Illouz cataloga como contradicción moderna: “la organización institucional del matrimonio (basada en la monogamia, la convivencia y la sumatoria de recursos económicos para incrementar la riqueza) excluye la posibilidad de sostener el amor romántico como pasión intensa y devoradora”.

En otras palabras, vivimos enfrentados por un capitalismo que abraza la idea de disfrutar de un amor irracional, incontrolable, juvenil, entregado en cuerpo y alma al frenesí, frente a la constitución de relaciones monógamas seguras, jerarquizadas y cotidianas.

En este sentido, creo que es un gran ejemplo para demostrar que nuestra batalla de salud mental todavía tiene que enfrentarse a la propia institución que lo da de comer y lo hace posible. Aunque pensándolo en frío, quizás por esa razón todavía los terapeutas no llegan a fin de mes y la pandemia silenciosa registra la mayor cifra de suicidios en España. Porque mientras nosotros debemos aprender a comunicarnos, el capitalismo todavía no está preparado para hablar de ello.

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