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martes, 26 septiembre, 2023

Puigdemont y la fe de los conversos

En ocasiones, las formas ofenden más que el fondo. La izquierda debería tomar nota de esto con la amnistía: no se puede vender como convicción lo que se hace solo por conveniencia.

De un tiempo a esta parte, con cada nueva celebración de elecciones, los partidos nacionalistas ven reducida su presencia en las instituciones, pero da la sensación de que su capacidad para influir en la gobernabilidad del Estado es, paradójicamente, cada vez mayor y más nociva. Siente uno entonces la tentación de desahogarse echando pestes de nuestro perverso sistema electoral, mas la tozuda realidad acaba reprimiendo tal instinto, pues aquí todos juegan con las mismas reglas y no son culpables los independentistas de que el futuro político del país dependa de ellos. Bien al contrario, la responsabilidad recae en aquellos constitucionalistas que, enfermos de sectarismo como consecuencia del insoportable clima de polarización instalado en España, se revelan incapaces de alcanzar los acuerdos necesarios para el desbloqueo de la situación y el progreso de nuestra sociedad.

El PP, liderado formalmente por Feijóo, pero secuestrado mediáticamente por un grupo de fanáticos neoconservadores empeñados en librar una cruzada contra toda la izquierda de la mano de Vox (ahí está Ayuso como insigne paladina de tan burda causa), se aferra inútilmente a la posibilidad de una investidura que todos saben abocada al fracaso. Mientras tanto, la izquierda, cerca ya de firmar su certificado de defunción al asumir las disparatadas tesis del separatismo, parece decidida a entregarle la amnistía a Puigdemont y compañía (veremos más adelante de qué manera y con qué encaje constitucional, si es que lo tiene) con la sonriente Yolanda Díaz legitimando al prófugo como interlocutor válido mediante su ignominiosa visita a Bruselas (huelga decir que aquel viaje inmundo, patrocinado por el siempre equivocado Jaume Asens, bien merecería la dimisión de la vicepresidenta segunda, que arruinó su perfil institucional prestándose a semejante aventura).

Por supuesto, nadie en el PSOE y Sumar admitirá que la amnistía supone enmendar los posicionamientos previos y claudicar ante Junts y ERC para mantener el poder. De repente, toda la izquierda celebrará y defenderá la amnistía con la fe de los conversos, presentándola como un gesto de apaciguamiento valiente y generoso destinado a resolver el problema de Cataluña, ese que Ortega tachaba de irresoluble. Dirán que es algo indispensable frente al inmovilismo de la derecha, que obedecer al titiritero de Waterloo es mejor que seguir los consejos de Felipe González y Alfonso Guerra, esos “carcas” que modernizaron España, pero que no entienden nada de la actual coyuntura política. Adornarán la operación con vocablos como “diálogo” (entiéndase por tal chantaje), “desjudicialización” (léase aliviar la situación legal de unos pocos) y “pacificación” (¿acaso ha habido una guerra en Cataluña?). En fin, que todo serán entusiastas cánticos en favor de la amnistía.

Personalmente, como sucedió ya con los indultos en junio de 2021, siento más la ofensa en las formas que en el fondo. En este sentido, preferiría que la izquierda se ahorrara tanta palabrería impostada, tanto argumentario estéril e infantil, y que nos hablara con sinceridad y sin tapujos. Me gustaría escuchar al presidente del Gobierno en funciones reconociendo lo que todos ya sabemos: que la amnistía es el peaje necesario para seguir viviendo en Moncloa y evitar una posible coalición del PP con Vox, que los independentistas son socios peligrosos y traicioneros y que Puigdemont tiene de progresista lo mismo que Martínez el Facha. En fin, que se asuma la realidad y se presente sin aditivos ni colorantes, que se recupere el valor de la coherencia y que no se nos quiera vender como convicción lo que se hace solo por conveniencia.

A propósito de esto último, cabe recordar que los buenos resultados del PSOE el 23J se debieron en parte a que Sánchez, en aquella inusitada gira mediática por multitud de platós y estudios radiofónicos, decidió enfrentarse a sus contradicciones, dirigirse a la ciudadanía con claridad y defender su acción de gobierno frente a los bulos y las manipulaciones de cierta derecha. Que haga lo mismo ahora, que no ceda ante la humillación del Estado de derecho que reclama el independentismo y que no tema a una repetición electoral en enero. Si no lo hace, puede que la amnistía sea la gota que colma el vaso para muchos votantes socialistas.

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