El pasado 20 de octubre Netflix lanzó la séptima temporada de una de sus producciones estrellas, sin embargo, parte de la audiencia no lo alaba, y hay razones de ello
No he visto ni me planteo ver la nueva temporada de Élite. Esta frase la puedo también aplicar a la anterior emitida, y muy probablemente correrá la misma suerte la próxima, que finalmente servirá de término a tan machacada producción.
Algunas personas podrían catalogar de injusta mi opinión sobre esta celebérrima serie, ya que hablo desde un parcial desconocimiento al haber abandonado el visionado un tiempo atrás. Sin embargo, no es mi intención hacer una reseña sobre los aspectos positivos o negativos de la nueva tanda de capítulos, sino proclamar que me declaro plenamente cansado de Élite. Y, lastimosamente, no sólo el autor de este artículo se siente así. El estreno ha supuesto una bajada del 40% de audiencia en comparación con la anterior.
El afán de proseguir sin existir necesidad
Tristemente, muy pocos productos seriales con éxito logran sucumbir al anhelo de seguir lanzando temporadas. El problema que conlleva es que en multitud de casos esa continuidad consigue empeorar el cómputo de lo que en su día había sido un notable audiovisual. Un ejemplo muy representativo es el de Los Simpson, que pasó de ser un formato mundialmente aplaudido a decepcionar a grandes hordas de fans, entre los que me incluyo. Más recientemente, un camino similar también sufrió Sex Education, del que me declaré devoto hasta que tras visualizar la última temporada quedé decepcionado. Si nos centramos exclusivamente en Élite, también podemos apreciar que se ha intentado sacar contenido de hasta debajo de las piedras, fuera de calidad o no.
Cuando fue emitida por primera vez esta realización española, allá por un no muy lejano 2018, causó furor al ser un contenido juvenil fácil de digerir y entretenido. No tengo problema alguno en aceptar que a mi también me consiguió enganchar. Definitivamente no era una historia que fuera a trascender por su originalidad o maestría, pero el objetivo mínimo de cualquier producto, que es no aburrir, lo alcanzaba.

Por ende, seguí con su visionado las dos siguientes temporadas. En su defensa admitiré que no bajaron el ritmo. Por otro lado, la incorporación de nuevos estudiantes en Las Encinas no estorbaba. Sin embargo, el punto crítico fue en la tercera temporada cuando dijimos adiós a un importante porcentaje de los personajes que llevaban actuando desde el inicio. En ese momento, como bien dijo hace unos siglos Napoleón Bonaparte, una retirada a tiempo es una victoria. Por el contrario, los productores decidieron aplicarse otro dicho de nuestro refranero, concretamente poderoso caballero es Don dinero.
El contenido que prosiguió fue, sin lugar a duda, inaudito. La disminución de calidad se hizo cada vez más patente, y las nuevas tramas resultaban completamente inverosímiles. Mi percepción de la serie, que ya no era sublime, se vio reducida a mínimos. Por ende, mi gran pregunta al respecto es, ¿era necesario?
La pregunta del millón y una posible respuesta
Élite ha entrado en un bucle de zafiedad digno de estudio. Es obvio que los propios directores, productores y actores se dan cuenta de que lo que ejecutan es de paupérrima calidad, pues no son tontos. Pero, aceptado eso, ¿Cuál es la necesidad de alargar un fenómeno que ya está plenamente consolidado? No es para atraer a clientes, pues ya tienen un público fidelizado. Si es por hacerlo aún más rentable, su reputación está viéndose mermada.
Lloro con esta temporada de elite xq iba asi vestida al colegio pic.twitter.com/LpppdXbCY0
— giulia (@VDWgiu) October 20, 2023
La respuesta más lógica que encuentro es que las mentes detrás de todo han decidido abrazar la mediocridad de su obra. Una parte del público al final sigue contemplándola para ver si en la nueva edición se superan los diálogos rocambolescos, los hiperbolizados enredos amorosos o el chocante vestuario que los alumnos del instituto deciden llevar. Podría catalogarse a Élite como un contenido camp, aquella tendencia cultural que, resumidamente, busca la belleza dentro de lo grotesco y lo irrisorio. Sin embargo, no lo creo oportuno, ya que no considero que la serie busque un sentido estético dentro de su vulgaridad. Simplemente, hay un cansancio acumulado que deriva en la nulidad de ganas de innovar.
Puede que me esté perdiendo un mundo del que disfrutaría y lo critico sin razón, pero cinco temporadas me fueron suficiente. Ahora toca que otros labren el camino que yo deliberadamente abandoné. Y, milagrosamente, que la última temporada venidera pueda dar un desenlace digno que pueda salvar todo el desastre previo. Eso sí, cómo ya dije al inicio del artículo, conmigo es muy probable que no cuenten para vivirlo.