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miércoles, 29 noviembre, 2023

La Cárcel a través de la Pantalla

Nuestra propia creación nos ha traicionado. Quizás es la propia naturaleza humana la que lo ha hecho. Cuanta más atención le prestamos a nuestro hijo bastardo, más nos alejamos de nosotros mismos. 

Hoy en día disponemos de una tecnología cada vez más avanzada y sofisticada, hemos creado una red global de comunicaciones y hemos mejorado como nunca imaginamos aquel milagro de finales del siglo pasado, Internet. Lo que engendró ese milagro fueron las redes sociales. Un instrumento que se concibió para ensanchar el mundo, traspasar fronteras y abrirnos un abanico de posibilidades, con el paso del tiempo se ha convertido en una cárcel. Una cárcel en la que voluntariamente nos recluimos y ni sabemos que estamos presos. Quizás nuestros padres tenían razón cuando nos advertían.

Estamos más conectados que en ningún otro momento de la historia, pero sin embargo nos sentimos más solos que nunca. Vivimos una verdadera pandemia de infelicidad como muestran los índices de depresión y de suicidio, pero sin embargo seguimos viviendo esa vida sucedánea a través de una pantalla. Supone una alternativa fácil para enfrentarnos a nuestros problemas, ¿para que vas a preocuparte si siempre puedes evadirte sumergiéndote en vídeos de 15 segundos? Vídeos que unos instantes más tarde no te acordarás siquiera de su existencia.

La ficción de Aldous Huxley se ha hecho realidad, solo que en vez de llamarlo soma (eso habría sido demasiado descarado), preferimos llamarlo reels o tiktoks. Un Mundo Feliz nos mostraba una sociedad distópica en la que se buscaba evitar el dolor, el sufrimiento y los problemas a través de una droga sintética, conocida como el soma. “Y si alguna vez, por algún desafortunado azar, ocurriera algo desagradable, bueno, siempre hay el soma, que puede ofrecernos unas vacaciones de la realidad”, nos recuerda el libro. Esta sustancia provocaba en sus consumidores la desaparición de cualquier pensamiento negativo, que abrazasen la comodidad y se sumiesen en los placeres más vacíos y banales, estableciendo a su vez un vínculo de absoluta dependencia con el soma. ¿Os suena de algo esta historia?

A lo largo del siglo XXI nuestra capacidad de concentración se ha ido desmoronando y resquebrajando. A medida que iban disminuyendo la duración de los vídeos, también lo iba haciendo nuestra capacidad de atención. Tu película favorita película ahora se te hace larga, un partido de fútbol de tu equipo, pesado, y ya leer un libro, insoportable. ¿Hace cuánto que no realizas una actividad pura, sin estará revisando tus mensajes cada 30 segundos? La distracción ha desplazado al descanso, ahora incluso cuando “descansamos” estamos constantemente recibiendo estímulos de todo tipo. La banda sonora de nuestra vida se ha convertido en una vorágine de vídeos, podcast, canciones, reels… Hemos devaluado el silencio y el aburrimiento, y con ellos, la reflexión. “El hombre moderno muere de querer salir de sí mismo”– Antonio Gala.

Pensamos más en el recuerdo del tiempo presente, que en vivirlo ahora. Me da pena la gente que vive más de cara a la galería, que a sí misma. Me da pena la gente que le da vergüenza compartir el contenido que verdaderamente les gustaría subir, por si arruinan su feed o por el qué dirán. El algoritmo, que nos proporciona una cantidad ingente de contenido, nos condiciona nuestra visión del mundo y de la sociedad, a la par que reafirma nuestras ideas previamente establecidas. Nos gusta ver lo que reafirma nuestros ideales, y esto el algoritmo lo capta a la perfección. Hemos llegado a tal extremo que mercantilizamos el amor, con fórmulas mecánicas cómo el opino/confieso o el a todas luces utilitarista, punto y digo si me lío. “Es una forma más práctica, más fácil de conseguir lo que quiero” podréis esgrimir, ¿pero no creéis que se pierde algo valioso en toda esta “facilidad”?

Por supuesto que hay cierto contenido válido y enriquecedor en estas plataformas, pero el uso que la mayoría de nosotros hacemos es absolutamente irresponsable y nocivo. No tengo nada en contra del ocio y de la distracción, creo que es consustancial a la felicidad humana, pero si estoy en contra de aquel ocio involuntario que se convierte en adicción. Les invito a realizar un experimento, desplacen de su móvil el icono de Instagram o el de Tiktok y ya verán como inconscientemente su mano se moverá hacia donde estaba previamente. Esta mecanización de nuestra mano (y de nuestra vida) responde a un desesperado intento de mantener los niveles de dopamina que nos generan las redes sociales.

Estamos vivos, váyanse al campo, realicen actividades que les hagan sentirse plenos, vivan desviviéndose, no desvividos por el móvil. Decía el gran Antonio Machado; “que la vida se tome la pena de matarme porque yo no me tomo la pena de vivir”. Bueno, pues yo si me tomo la pena de vivir y creo que vosotros deberíais hacer lo mismo.

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