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¿Recuperación en ‘V’ o en ‘U’?

Ya desde el principio resultó evidente que la crisis del COVID-19 tendría terribles efectos para la economía:

En un primer momento, la pandemia provocó un shock en la oferta, causado por los confinamientos impuestos por los gobiernos para reducir la transmisión y por la interrupción mundial de las cadenas de suministros. Este shock de oferta significó una importante reducción de la producción o, incluso, su cese en algunos casos. En palabras del economista Juan Ramón Rallo para El Confidencial, “la economía no produce nada porque no hay casi nadie produciendo”.

El temor de los economistas fue que este shock de oferta acabase desembocando en un shock en la demanda debido, principalmente, a la incertidumbre de los hogares, que empezasen a reducir su consumo para ahorrar más ante el temor de lo que pueda venir; una reducción de los ingresos de las familias, ya que muchos de sus miembros empleados se han visto afectados por ERTEs; y una reducción de la inversión de las empresas, puesto que tendrán que lidiar con una reducción de sus ingresos y deberán seguir pagando a sus acreedores.

El resultado de la inmovilización de la actividad empresarial como resultado de estos shocks de oferta y demanda se convirtió en una crisis de liquidez, ya que si la empresa no produce, no ingresa; y si no ingresa, no puede pagar a sus trabajadores, proveedores y acreedores sino por la liquidez con que cuenten. Con estos mimbres, las empresas y las familias afrontaron dificultades para hacer frente a sus pagos. Y puesto que los bancos no son inmunes a lo que sucede en el mercado, el acceso a la liquidez tampoco fue sencillo.

En este sentido, hubo empresas que, al no tener liquidez, tuvieron que dejar de producir o cambiar su modelo productivo llegando, incluso, al extremo de tener que cerrar por no poder hacer frente a sus obligaciones. Es decir, la crisis de liquidez afectó a la actividad de las empresas, reduciéndola, alterándola o suprimiéndola. Y, en efecto, así ocurrió con muchas empresas, con su consiguiente aumento del desempleo y demás consecuencias derivadas de éste —como es una reducción del consumo—.

De modo que, a corto plazo, como aventuran todas las organizaciones y organismos, tanto nacionales como internacionales, este año, el PIB, en el caso de España, se desplomará hasta un 15%, y el desempleo a final de año alcanzará el 25%, convirtiendo a España, junto a Italia, en el país cuya economía se verá más afectada por el impacto del COVID-19.

Por otro lado, en la medida en que el empleo se vaya recuperando, la demanda agregada también se recuperará. Sin embargo, esto requerirá un largo periodo de tiempo, porque de aquí a un año podemos pensar que las demandas todavía no se habrán recuperado por completo.

En cuanto a la oferta, también tardará en recuperarse. Durante la crisis, las empresas redujeron su nivel de inversión. Con lo cual, podemos pensar que el año que viene, cuando se empiece a salir de la crisis, las empresas tendrán menos factor capital invertido, por lo que su nivel de oferta será menor.

En consecuencia, podemos concluir que de aquí a un año, la recuperación no habrá sido completa. Para el Banco de España, en 2021 el repunte en el PIB será de hasta un 9% del PIB, lejos de la caída prevista para este año, y descartando la posibilidad de una recuperación con forma de ‘V’.

Sin embargo, el grado en que se recupere la economía dependerá en gran medida de las acciones que se tomen desde el poder político. Y es que en los últimos días se han escuchado alarmantes “propuestas” para la recuperación de la economía a base de subidas de impuestos.

Teniendo en cuenta lo expuesto supra (shocks de oferta y demanda), no resultará difícil entender por qué un aumento de las cargas impositivas no sólo no sería eficiente, sino que sería contraproducente de cara a la recuperación de la economía. Por un lado, cuanto a la oferta, por todos es conocido que un aumento de la presión fiscal sobre las empresas que, recordemos, ya se encontraban en riesgo dada la paralización de su actividad o la sustancial reducción de sus ingresos, no servirá más que para agravar el problema de la crisis de liquidez, la reducción de la inversión, el cierre de empresas, el aumento del desempleo… Por otro lado, en cuanto a la demanda tampoco será de difícil comprensión que la crisis resultante de la pandemia es una crisis del consumo, predominantemente. Es por ello que, un aumento de impuestos —en especial del IVA, como se ha estado oyendo últimamente— no haría más que agudizar en el shock en la demanda, profundizando en la crisis y retrasando la recuperación.

Atendiendo a todo ello, las políticas económicas a base de sablazos fiscales no solo no resultarían eficientes, sino que recrudecerían la crisis. En consecuencia, a mi juicio, resultarían más eficientes políticas que fomenten el consumo y la inversión, como las que se están implementando en países como Francia, Italia y Alemania.

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