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La nada que se lo llevó todo: Carmen Laforet

En la efeméride de su centenario, hacemos un repaso biográfico y literario de la vida y obra de Carmen Laforet

Lluvia fina, día gris. No recuerdo si era marzo, quizás abril. De fondo se produce ese tipo de sonido que, cuando cesa, deja un alivio certero. Los causantes de este ruido son estudiantes de 3º de la ESO que esperan, pacientemente, el fin de la jornada lectiva. Hoy la profesora presenta la última lectura del trimestre, en este caso, como no puede ser de otra forma, Nada, de Carmen Laforet. Es así como aquellos que no tuvimos el placer de coincidir en época con Laforet llegamos a conocerla. Dicen y enseñan que Nada es, por antonomasia, la novela de posguerra. Sin embargo, la figura de la autora se alarga más allá de la posguerra y más allá de Nada, aunque algunos piensen lo contrario. Hoy, 6 de septiembre, es la efeméride del centenario de la autora que ganó el primer premio Nadal en 1944 y de aquella que nos dejó algo más que Nada.

Si se habla de Carmen Laforet se debe empezar, como en cualquier historia, por el principio. Hace 100 años, Barcelona conocía por primera vez a la que, veintitrés años más tarde, sería conocida por todos. Tras pasar una infancia apacible en Gran Canaria, el repentino fallecimiento de su madre hace que Laforet caiga de bruces en las puertas de la más temprana madurez. Años más tarde, se incorpora a su vida la presencia de una nueva madrastra cuyo pérfido carácter queda fielmente registrado bajo las palabras de la autora en Mis páginas mejores (1957). La mala relación entre ambas sirvió a la autora como fuente de inspiración para sus posteriores novelas.

En el verano de 1939, Carmen Laforet toma la decisión de regresar a la ciudad que la vio nacer para comenzar sus estudios en la facultad de Filosofía y Letras. Así, la vivienda familiar de su abuela se convierte en su casa. El hogar de esta anciana es la aclamada casa de la calle Aribau, el catalizador de Nada, y, al mismo tiempo, de todo. Tres años después, Carmen deja Barcelona y sus estudios. Decide instalarse en Madrid, ahora en casa de su tía, y se matricula en Derecho, estudios que también fueron abandonados. Es en la calle General Pardiñas donde los eventos acaecidos en la calle Aribau toman forma en el único formato posible, una novela. Así, entra en escena Manuel Cerezales, periodista y crítico literario, que lee Nada y anima a la joven autora a que presente su creación al premio creado por Ediciones Destino ese mismo año, 1944.

Una novela de corte existencialista con unos personajes afilados, bajo la mirada de la Barcelona más oscura de la que se ha tenido fecha, se alza con el premio. La prensa de la época no tardó en causar estragos a la mujer ganadora del primer premio Nadal de la historia. Preguntas sobre posibles futuros proyectos o sobre su papel en la literatura española agitan el carácter de la novel autora. Laforet decidió alejarse de aquellas perturbaciones y se casa, en 1946, con Manuel Cerezales. Es en medio de este éxito cargado de frenesí donde se convierte en un ama de casa convencional y se dedica al cuidado de sus cinco hijos. El tiempo dedicado a la escritura se reduce en esos años en los que Carmen madruga lo indecible para escribir artículos y borradores de su segunda novela.

Cubierta de Nada | Fuente: Ediciones Destino

El tiempo desde la publicación de Nada se cierne sobre la autora de una manera vertiginosa. Voces editoriales comentan a voz en grito que, quizás, la jovencísima autora no será capaz de producir nada mejor que Nada. Carmen Laforet necesitó ocho años para ver publicada su segunda novela, La isla y los demonios (1952). Esta novela de corte costumbrista, nos acerca al perfil más íntimo de la autora donde los fantasmas de su pasado cobran vida a través de Marta Camino, su protagonista. Su segunda novela hace justicia al talento demostrado en Nada, aunque nunca recibió el éxito de su predecesora. Antes de la publicación de su tercera novela, Carmen publica varios relatos cortos, donde destaca El piano (1952).

Cubierta de la Isla y los Demonios | Fuente: Ediciones Destino

Su tercera novela viene acompañada de la mano de la tenista Lili Álvarez. Es aquí cuando la escritora atraviesa su mayor crisis religiosa y lo plasma de manera magnífica en La mujer nueva (1955), donde Paulina, una mujer adúltera, debe decidir entre redimirse o ser libre. El tema de esta obra era bien considerado bajo los ojos impenetrables del franquismo y fue galardonada con el premio Nacional de Literatura en 1956.

Cubierta de La mujer nueva | Fuente: Ediciones Destino

La etapa más interesante de Carmen Laforet es aquella que sigue a la publicación de su tercera novela. Un viaje a Tánger, gracias al trabajo de su marido, abre sus horizontes literarios al incorporarse a un grupo de selectos escritores internacionales. Entre ellos, Jane Bowles. La soledad marchita a la que se había visto sometida el panorama literario español, bajo el reinado de Cela y Umbral, contrastaba con creces con aquel ambiente refinado que encuentra fuera de las fronteras de la península. Laforet regresa a España con una energía sin precedentes y anuncia su próxima trilogía en la que estrenará un nuevo estilo narrativo.

De la trilogía Tres pasos fuera del tiempo, Carmen verá publicado sólo el primer tomo, La Insolación (1963), que sigue de cerca la vida de Martín, desgranando con precisión las inquietudes y los trasiegos de la adolescencia. La trilogía también supuso cierto tipo de insolación a su autora, que tuvo que huir de las presiones editoriales y de sus propias expectativas. Su vía de escape fue un viaje a Estados Unidos, al que seguirían otros muchos por América y Europa, donde la autora, tal vez, fue libre. La Carmen que vuelve a la península no es la misma que un día se fue, la separación con Cerezales se hace efectiva en 1970, con la condición, impuesta por su propio marido, de que su relación no puede ser llevada al papel.

Cubierta de la Insolación | Fuente: Ediciones Destino

Carmen se convierte en aquello en lo que siempre quiso ser, una nómada perpetua. Se instala así en Roma, donde pasó sus últimos años de lucidez escribiendo y tachando, sin llegar a dar forma definitiva a la segunda parte de su trilogía, lo que le terminó causando un estado de grafofobia del que no consiguió salir jamás. Afectada por una enfermedad degenerativa neurológica, se aparta de la prensa y de las editoriales. En sus últimos años, Carmen dejó de escribir y, eventualmente, de hablar hasta su muerte en 2004. Sus herederos publicarán póstumamente la segunda parte de la trilogía, Al volver la esquina (2004).

Aunque ella dejara de hablar, las novelas de Laforet siempre han hablado por ella. No obstante, su trascendencia literaria se ve sometida a los límites impuestos por el éxito de Nada. Del éxito de esta obra se han dicho muchas cosas, tantas, que prácticamente ya no queda nada por decir. Quizás es más interesante recordar hoy lo que no se ha dicho, o lo que Nada opacó. Como aquellas preguntas de la prensa dirigidas a la autora donde se le interrogó sobre su papel de madre, sobre si dedicaba más tiempo a sus hijos o a sus libros. Las respuestas que debían ser de corte meramente literario se convertían en justificaciones sobre su dedicación a la escritura, algo impensable en sus homólogos masculinos.

Nada será hoy relatado en muchos artículos como la novela monumental de Laforet, algunos incluso se atreverán a decir que jamás fue superada por la autora. De Nada, lo que no se dice es que es un canto a la libertad. Carmen Laforet se proyecta a través de Andrea que muestra un ansia de libertad inaudito constreñido por diversos actores que impiden su plena realización. Es Carmen aquella que en silenció gritó a voces, con Nada como su altavoz, su deseo de libertad y su rechazo ante aquellos que se dedicaban a oprimirla. En sus años posteriores de madurez literaria, los demonios de la opresión tomaron forma en editoriales, plazos límite y auto-expectativas que también constreñían, de cierta forma, su afán de libertad, persistente a lo largo de toda su vida. Es Nada aquello que utilizó para anunciar su necesidad imperiosa de libertad y es Nada lo que se la terminó quitando para siempre.

Recordamos hoy a la gran Carmen Laforet como una amante de la naturaleza, de los viajes y de la libertad en el sentido más libre que esconde la palabra. Se lee hoy a Carmen en clave de Nada como si fuera esta obra capital lo único que dejó. En realidad, fuera de su obra literaria, Carmen deja algo más importante en la sociedad franquista imperante. En una posguerra donde la mujer, que había alcanzado el voto años antes, se ve relegada a quehaceres domésticos, Carmen demuestra que las mujeres son capaces de tener un hueco en la literatura. Nada ocupa, por primera vez, un lugar que dista del espacio que tenían reservado en las revistas de mujeres. Si Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Julia Uceda Valiente vieron la luz, décadas más tarde, fue gracias a que Carmen Laforet actuó como reflejo de aquello que podían llegar a ser.

Celebramos hoy a una mujer que saltó por los aires los esquemas de la literatura española del franquismo, aquella amante de la naturaleza y de los trayectos largos. Leemos hoy algo más que Nada, en su honor, y recordamos a aquella Carmen Laforet que nos dejó Nada, y a la vez, nos dejó todo.

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