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La escena del jazz en Madrid: un recorrido por los bares donde aún quedan nostálgicos

Antes siempre había que bajar las escaleras de un local que pasaba desapercibido, confiar en que la cueva que esperaba abajo tuviera más luz que la de la luna que iluminaba la calle y algún céntimo en el bolsillo para poder pedir una cerveza.

El jazz era precario y en ello recaía su encanto. El jazz era de la clase popular, de los melómanos, de los nostálgicos y soñadores y de los que no se podían permitir entrar al Lincoln Center de Manhattan, dejándose llevar hasta el Village Vanguard o lo que estuviera abierto a altas horas de la madrugada.

Antes era raro ver a un blanco subido al escenario. Los saxos y las voces que los perseguían pertenecían a los que luego hacían salir por la puerta de atrás para caer rendidos ante la peor droga de Nueva York.

Village Vanguard, Nueva York | Fuente: Wikimedia Commons
Village Vanguard, Nueva York | Fuente: Wikimedia Commons

El mundo del jazz daba asco, pero en ello recaía su encanto. Y, ¿ahora? ¿Dónde se quedaron esos bares hostiles casa de nostálgicos y soñadores? ¿A quién le pertenece el jazz? ¿Dónde está, dónde se escucha?

«¿A quién le pertenece el jazz? ¿Dónde está, dónde se escucha?»

En Madrid, en la Calle de Moratín, un bar hace esquina. Si es de noche, una luz tenue alumbra la pequeña plaza que yace delante. “Jazz Bar”, puede leerse en el letrero. El tono ocre de la pared y el metacrilato de la ventana te invitan a entrar. La recibida es una carta del dueño, un tal Marcos que abrió el local en 1979 porque quería escuchar jazz en un local y no encontraba dónde hacerlo.

Cartel del Jazz Bar. Fuente: Eva García González
Cartel del Jazz Bar | Fuente: Eva García González

Pequeños rincones de asientos de cuero marrón; pósters, fotos y figuras de los más grandes músicos de jazz de la historia; una carta de cócteles caros y camareros con delantal, piercings y tatuajes que los elaboran sin prestar mucha atención al ambiente. No hay un escenario, solo una televisión con soul contemporáneo. No hay música en directo. Un señor tiene puestos los cascos en la barra mientras toma un refresco. El bar tiene mucho encanto, pero parece un parque temático del jazz, un bar sobre jazz y no de jazz.

Internet no desvela mucho de los locales en los que escuchar este género en Madrid, apenas un par de artículos que enumeran los “mejores cafés y salas de conciertos para escuchar jazz”. Al final parece ser que jazz, blues, soul y todo lo que encuentre raíz en la música estadounidense de la comunidad afroamericana, encaja en el término jazz. Y esto se refleja en el concepto “mejores cafés para escuchar jazz”.

Las diferentes listas suelen coincidir e ir encabezadas por el Café Central. Un clásico del género en Madrid, uno de los pioneros y situado en el centro de la ciudad. “Más de 40 años de respeto por la música de calidad”, reivindica su página web. El precio del Café Central no es para todos. Si bien la música en vivo hay que pagarla, no será la primera opción de muchos, con entradas que oscilan entre los 25 y los 30 euros. Seguramente este café es el que más movimiento de artistas del panorama internacional genera. Eso sí, no deja de ser un restaurante, por lo que lo más común es ver a la mayor parte del público cenando.

Otra característica que comparten los artículos sobre el panorama del jazz en Madrid, es incluir en sus listas clubes que cerraron hace años. El Junco era otro de los espacios que completan el top de salas de jazz y soul, pero no abre sus puertas desde 2022; el Bogui Jazz de Chueca, en el que la gente tenía que apretarse para entrar; el Plaza Jazz Club, el Café Populart… y la lista de locales cerrados permanentemente sigue, lo que ilustra la situación de este género musical.

La Sala Clamores, seguramente la referente en Madrid y por la que los mayores artistas han pasado, se mantuvo cerrada durante años, pero acaba de volver a abrir para recibir todo tipo de música. Entre las últimas citas de la programación destaca Jimmy Barnatán, cuyo género no es precisamente jazz. Si bien la sala no conserva su purismo, sigue dando espacio al jazz en las sesiones de vermú de Nueva Orleans de los domingos, con Tony.

Es preciso hablar de este tipo, que ha conseguido esparcir su saxo tenor por las redes sociales y ha creado diversos eventos relacionados con este tipo de jazz, uno de los primeros, con los que consigue vender todo el aforo disponible. Desde las Gumbo Jam Sessions en el Hostal Latroupe de Atocha, pasando por sus sesiones en el Recoletos Jazz Club y otras citas musicales con mucho nombre y mucha estética. Sería interesante analizar qué pensaría Sidney Bechet de todo esto.

Jam Session en el Hostal Latroupe de Atocha con Tony y sus músicos. Fuente: Eva García González
Jam Session en el Hostal Latroupe de Atocha con Tony y sus músicos | Fuente: Eva García González

Este chico ha conseguido relanzar la escena del jazz para todos los públicos, sobre todo para el más joven, el que se le cruza por Instagram. A pesar de los precios -algo altos-, y con un jazz accesible a los que no lo conocen, como es el de Nueva Orleans, es difícil conseguir ver a Tony y su banda.

Sin embargo, ¿hasta qué punto esto hace un favor al jazz? Cabe la duda de si sus conciertos son un simple mercado que funciona y le beneficia a él mismo. También si quita espacio y oportunidades a otros artistas y masifica el panorama, descuidando el consumo tradicional del género y monopolizando de alguna manera la escena actual.

Hablando del Recoletos Jazz, hay que mencionar sus “noches de bohemia”, espacios de improvisación o jam sessions por las que pasan músicos de todo el país y de fuera, que intenta recrear las sesiones de los viejos y decadentes clubes de antes pero en un local sacado de La La Land u otra película que romantice el jazz. En el Recoletos el precio también es un filtro de gente, pues las entradas más baratas y con menos visibilidad no bajan de los 20 euros.

«La escena de Madrid no funciona desde un punto de vista rico y underground, sino desde una cultura de modas”

Daniel Pimenta, batería de jazz madrileño, explica que se ha mudado a Barcelona porque la escena de Madrid “no funciona desde un punto de vista rico y underground”, sino desde una “cultura de modas”. Volviendo al comienzo de este reportaje en el que se mencionan aquellos locales accesibles a todo el mundo, la realidad actual es un panorama con precios desorbitados que responde a la alta cultura y se olvida del amor por la música. Pimenta ha tocado en diversos locales de los que se habla en el artículo, pero ahora, explica, deja su ciudad para buscar otros ambientes de jazz que se correspondan más con su forma de entender el género.

El batería lamenta que a las salas les sale más rentable poner una lista de Spotify que contratar a una banda, porque si no cobran una entrada a 15 euros -precio no accesible para todo el mundo- no pueden permitirse pagar a los músicos. Y a esto se le suman los problemas con las licencias y los permisos con los que a menudo se encuentran los dueños. Deben enfrentarse a denuncias por ruido por parte de los vecinos, lo que acota notablemente la franja horaria de música en directo.

Es común que un mismo local dedique cada día de la semana a una causa musical distinta, como es el caso del Moe. Esta sala, que también apuesta por los neones rojos y la luz tenue, ofrece sesiones de jazz todos los miércoles con entrada gratuita. No abandona otros géneros, como el rock o el blues, pero respeta la dinámica de la entrada libre a precio de consumición, que es la idea original de las jam sessions.

Otra de las principales jam sessions de Madrid es el de La Coquette que se centra en el blues pero no se ciñe solo a este género. La entrada también es libre y el local es de lo más auténtico, con dimensiones algo apretadas y ladrillo. Los martes es cita imprescindible para los que, como Pimenta, buscan algo más underground. No es lo mismo sentarse en una mesa atendido por un camarero uniformado e impecable que pelearse por hacerse hueco y llegar hasta la primera fila de un garito sin sillas luchando por no derramar la pinta de cerveza que venden a precio asequible.

La gran mayoría de las salas de jazz son producto de los 80. Si bien el esplendor del género nace mucho antes de esta gloriosa época, Madrid decidió incorporarse en la década de la movida, de la música en directo y de los locales underground. De hecho, más de uno coincide en la fecha: 1981. Un ejemplo es el Café El Despertar, situado en Antón Martín.

Jazz en directo en el Café El Despertar. Fuente: Eva García González
Jazz en directo en el Café El Despertar | Fuente: Eva García González

De noche pasa desapercibido. Parece un café de los que frecuentaba Hemingway en París, de madera marrón oscura, barra de mármol y mesas que combinan ambas. Pero el fondo del local esconde unos metros cuadrados de puro color. Las sesiones del Despertar cuestan 12 euros, un punto medio entre la entrada libre y el Recoletos o el Central, y el ambiente es de lo más auténtico de Madrid. En el escenario caben apenas tres músicos, y las mesas han de compartirse entre grupos. Pero es lo más parecido a viajar a un local de jazz parisino que hay en la capital.

«El Café el Despertar parece uno de los que frecuentaba Hemingway en París»

Hay más salas que incluyen al jazz en su repertorio. Que le dan la oportunidad de que no cese la nostalgia que le mantiene vivo. El Café Berlín, el Intruso, el Big Mamma Ballroom… locales que no quieren venderse a un solo género y que se conforman con “música en vivo”. Locales que no apuestan por una escena de jazz sólida en Madrid. Más allá del Festival de Jazz de Madrid, que suele celebrarse en el último trimestre de cada año y cuyas entradas cuestan lo mismo que un concierto de cualquier artista top 20 en España, el panorama se mantiene discreto.

La cuestión yace en cómo debe consumirse este género. ¿En grandes teatros pagando altos precios? ¿En locales claustrofóbicos con olor a cerveza y  el sudor de los saxofonistas a escasos metros? Y también en a dónde se dirige el jazz. Si los artistas locales no encuentran en Madrid una escena que cuide la dinámica clásica del consumo del jazz, ¿cuántas salas más resistirán guardando su esencia?

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