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El arte, un último refugio para ‘El amor después del amor’

El libro de Laura Ferrero nos muestra qué hicieron los artistas con los restos de sus relaciones amorosas para transitar el duelo

«El amor después del amor, tal vez se parezca a este rayo de Sol», canta Fito Páez en una búsqueda por significar qué queda cuando una relación se acaba. Todas las ilusiones, los sueños, las proyecciones se te quedan -inútiles- en las manos al momento de cortar. Uno no puede evitar el sentimiento de orfandad y fracaso. Y el dolor, por mucho que intenten cambiarle el nombre, no tiene nada que ofrecernos.

Escribe la psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle que «el insomnio pertenece por derecho al amor». Bueno, al amor o, por lo menos, a su macabro reverso. El duelo suele dejar al amante caído en desgracia con una abrumadora cantidad de horas sin sueño en las que los fantasmas conspiran para hacerlo claudicar. Pero, como nos demuestra Laura Ferrero en El amor después del amor, multitud de artistas han encontrado en esos momentos la capacidad de conjugar el dolor, de sublimarlo para poder vivir con él.

El momento del diagnóstico

En caso de abandono por parte de la persona amada, el amante puede experimentar emociones como la tristeza, la ira, la angustia, incluso síntomas físicos como la falta de apetito o el insomnio. Diagnosticar un corazón roto es muy fácil, pero es una de las patologías más difíciles de curar, si es que se cura.

Una de las soluciones, de los conjuros contra el desamor ha sido y es el arte, la sublimación del dolor en un producto bello que dé testimonio del amor que sentimos. Novelas, películas, cuadros, performances, todo tipo de expresiones artísticas han permitido que los autores y el público se laman mutuamente las heridas y direccionen ese torrente de emociones que te desborda en cuanto la persona a la que amas pronuncia la palabra «no».

El desamor de mi vida

Junto a las ilustraciones de Marc Pallarès, Ferrero nos recopila cantidad de ejemplos de obras maestras que han sido alumbradas por causa de un desencuentro amoroso. El amor de tu vida es un título que das en una de estas dos circunstancias: cuando hace escasos momentos que te han partido el corazón y cuando, en efecto, te pasas toda la vida junto a una persona. Pero, para la mayor parte de los artistas, la relación más fructífera para su producción es «el desamor de su vida».

Tal y como dice Laura Ferrero: «Desde aquí un pequeño guiño a esas otras [personas], a las que aguardan bajo un paraguas menos lucido, el del desamor de mi vida. Sin ellas, la historia del arte sería corta». También lo decía Sabina, todas las canciones de amor, las mejores canciones de amor son, en realidad, de desamor.

Portada ‘El amor después del amor’ de Laura Ferrero. | Fuente: Penguin Random House.

La universalidad de la tragedia

Bien -pero que bien- manida está la frase de Tolstoi: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». También cabría decir que, en contraste, todos los amores son diferentes, pero los desamores tienden a ser similares. De qué manera si no, íbamos a conmovernos hasta las lágrimas con aquel poema de Idea Vilariño:

«Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

[…]

No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir».

Lo que algunos -aun emocionándonos y sintiendo lo mismo que Vilariño- no sabíamos era que, detrás de estos versos, hay una truculenta historia de amor entre la poeta y Juan Carlos Onetti. La universalidad del desamor es innegable, pero lo que advierte Ferrero es que, a veces, conviene saber de dónde salen esos poemas y canciones que hacen que el lugar donde a mí me duele ese pellizco llamado melancolía sea el mismo en el que el amor asestó su golpe sobre la artista.

De vuelta a la oscuridad

Otros ejemplos del efecto del duelo en el arte corren a cargo de dos de las figuras más representativas de la música británica. La capital del Reino Unido ha tenido el honor de ver crecer -y, tristemente, doler- a Amy Winehouse y Adele. De la primera, una de las voces del blues, jazz y R’n’B nos han quedado un puñado de discos inolvidables.

La reina de Candem Town plasmó en Back to black su desamor por Blake Fielder-Civil, que volvió con su expareja tras sumir a Winehouse en una espiral de alcohol, fiestas y antidepresivos. En ocasiones, en contacto con el duelo nos volvemos al tranquilo remanso de la costumbre. El problema es cuando la costumbre es una combinación letal de antidepresivos y vodka. Así, la cantante londinense volvió a su lugar oscuro:

«Sólo dijimos adiós con las palabras,

yo morí cientos de veces.

Tu vuelves con ella

y yo vuelvo a la oscuridad»

Adele durante un concierto en Nashville en 2016. | Fuente: Wikimedia Commons.

Alguien como tú

En el caso de Adele, el amor se desmorona, pero el sentimiento hacia el amado continúa impertérrito. Uno recolecta un conjunto de miradas, palabras o hábitos de la persona querida y configura su imagen del amor con arreglo a ello. Así, la posibilidad del amor futuro pasa necesariamente por encontrar esos vestigios. Nuevamente Dufourmantelle decía que «se debería observar más a los minerales, los guijarros, la lava petrificada, los fósiles, la roca – ellos nos dicen lo que somos».

En el álbum 21 de la artista londinense, encontramos una canción que habla de ello: de dejar marchar al amor perdido, dejarle prosperar, pero anhelar esos mismos gestos que nos hicieron felices. Adele se confiesa ante su viejo amado y le dice:

«No te preocupes, encontraré a alguien como tú.

No deseo más que lo mejor para ti.

No me olvides, te lo ruego, me acuerdo de lo que dijiste:

a veces el amor dura,

pero otras veces duele, en cambio»

El único remedio contra el desamor

Laura Ferrero presenta en El amor después del amor los testimonios de las ruinas amorosas de decenas de artistas y cómo de esos pedazos de ilusión crearon sus obras maestras. Sofia Coppola, Eric Clapton, Basquiat, todos los miembros de Fleetwood Mac, Marina Abramovic o Sylvia Plath dan fe del poder regenerador del arte, del que quizás sea el único remedio contra el desamor.

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