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Las grandes olvidadas del feminismo: las mujeres migrantes

A una semana del 8 de marzo, día en que las calles de todas las ciudades españolas se llenaron de manifestaciones por el día de la mujer, queremos recuperar el esencial papel de las mujeres migrantes en el feminismo que, a menudo, queda olvidado.

Hablamos del indispensable rol de todas aquellas mujeres que han contribuido a la economía y desarrollo de los países y ha sido, sin embargo, invisibilizado por la sociedad capitalista en la que vivimos. Y no solo por la sociedad sino por el propio movimiento feminista que, a menudo, se olvida de que para que unas pocas privilegiadas puedan ascender, tiene que haber gente debajo para sostenerlas. Como dice la pancarta de la fotografía: “tú rompes el techo de cristal y lo limpiamos las migras en condición irregular”.

Esto forma parte, como hemos dicho, del funcionamiento del propio sistema: para que siga funcionando, siempre tienen que existir personas que tienen que hacer el trabajo “no cualificado”. Para que una mujer pueda salir de las tareas domésticas, caracterizadas por una exclusiva ocupación femenina, tiene que haber alguien que se encargue de ellos. Para que una mujer con hijos pueda trabajar tiene que haber alguien, generalmente otra mujer, que se encargue de las labores domésticas y de los cuidados. Y estas mujeres son, generalmente, mujeres migrantes que se encuentran en condiciones desfavorables y a las que la sociedad ha reservado estos roles.

Según un informe de la Organización Internacional de las Migraciones, entre 2010 y 2020, un 81% de las migraciones que se produjeron hacia España eran mujeres, por lo que podemos hablar de una creciente feminización migratoria. Entre estas mujeres, la gran mayoría muestran una sobrecualificación respecto al puesto de trabajo que ocupan: esto es, a pesar de tener la gran mayoría estudios obligatorios y de bachillerato, y un importante número de ellas un grado universitario, estas mujeres aparecen siempre concentradas en las ocupaciones más bajas de la escala laboral. Todo esto se explica por la alta demanda de trabajo barato y flexible, especialmente inmigrante, que generan las sociedades de países con economías en expansión. Con esto vemos que, para que una economía prospere, alguien tiene que seguir ocupando los puestos elementales para que la sociedad siga funcionando.

Hablamos además de sectores feminizados: esto es, sectores que tradicionalmente se asociaban a la vida privada y no pública, por tanto, estigmatizados socialmente y con peores condiciones que los considerados “trabajos productivos”. Estos son, especialmente, el servicio doméstico, la limpieza o los servicios de cuidados, que están compuestos por un 88% de mano de obra femenina inmigrante en España, y cuentan con salarios inferiores a los mil euros mensuales.

Y es que, además, al estar muchas de ellas en condiciones de irregularidad administrativa – entre otras cosas, por las dificultades de acceder a la ciudadanía – solo reciben ofertas de puestos de trabajo en condiciones precarias, sin protección ni seguridad, y muchas veces, incluso, sin contrato legal. Estas mujeres se ven obligadas a aceptar salarios extremadamente bajos y relaciones laborales profundamente inestables y hacer frente a las escasas regulaciones clásicas de los sistemas de bienestar social que deberían velar por ellas.

Pancarta de la manifestación del 8 de marzo | Fuente: Asociación #RegularizaciónYa
Pancarta de la manifestación del 8 de marzo | Fuente: Asociación #SOSRacismoMadrid

Ellas tienen, así, un verdadero techo que no es de cristal, sino de hormigón, ya que sostienen a toda una sociedad con trabajos que nadie más quiere realizar y en condiciones que nadie más aceptaría. Es por ello que, un feminismo que se olvide de ellas, no puede ser feminismo. Porque solamente es un relevo, una forma de liberarse de la explotación de la mujer a cambio de explotar a otras. Es necesario que la sociedad revalorice estas tareas realizadas por mujeres inmigrantes y sus condiciones, y es hora de revisar un sistema que permite que unas mujeres se apoyen en otras, pobres y migrantes, para poder desarrollarse ellas mismas.

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