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Historia de un oficio: José Novillo García – Cano y su sastrería

La sastrería ha sido el sustento de su familia desde que salió del colegio

José Novillo García – Cano cumple 80 años este año. Pareciera ser que el destino nos había unido para hacer un pequeño recorrido por su vida. Por su oficio, la sastrería; lo que fue su vida. Esperaba sentado en su sofá. En sus ojos se veía la ilusión. Fue él mismo quien se asomó a la ventana para ver quién llama al timbre de su casa.

«Soy sastre porque mi madre me llevó a una sastrería para aprender un oficio. Nunca me consultó». Ese era el futuro para las personas que no se podían permitir una carrera universitaria. «Si hubiese nacido en estos tiempo, hubiese estudiado para ser maestro». Aunque dijo esto, sus palabras no sonaron con rencor ni melancolía por no haber aprendido otro oficio.

Loreto: ¿Cuándo comenzó a ser sastre?

José: Salí del colegio a los 12 años. Era un buen estudiante; me encantaba estudiar. Las niñas aprendían a coser y a tejer, pero los niños no. Eran otros tiempos y los roles y los oficios estaban muy repartidos; se hace, incluso, de manera automática. Pero, cuando terminé el colegio, mi madre me llevó, sin ninguna explicación, a un sastre de mi pueblo (Villacañas, Toledo) y con él estuve aprendiendo durante dos años.

L: ¿Nunca le preguntó a su madre por qué quiso que fueras sastre?

J: No, nunca se me pasó por la cabeza. Mi familia era muy humilde y mis padres no se podían permitir pagar una carrera. Ahora para vosotros es más sencillo, pero, por aquel entonces, la vida era complicada y el dinero mucho más limitado.

Cuando salíamos del colegio – continuó – teníamos que tener un oficio o trabajar en algún sitio para ayudar a la familia. A mí me tocó eso, pero yo encantado.

El comienzo de un largo camino

L: ¿Qué hizo después de esos dos primeros años?

J: Me fui a Madrid, donde estuve unos tres años. Estuve en una academia de sastrería en Madrid. Viví con un primo de mi padre, su mujer y sus hijos. Fue todo un privilegio estar allí, porque aprendí casi todo, aunque en Villacañas también lo hice y siempre le estaré agradecido al sastre que me enseñó. Él fue quien hizo que me gustase la profesión.

L: ¿Por qué solo estuviste tres años en la academia?

J: Tuve que volver porque poco tiempo después empezaba el servicio militar en Getafe. Por las mañanas estaba en la base y por la tarde me iba a trabajar a una sastrería que estaba en la calle Madrid. Con el dinero que ganaba podía vivir en la ciudad y no tenía que pedir dinero a mis padres.

Recuerdo que esa sastrería estaba dividida en dos partes (se queda pensando). Cuando pasabas por la puerta estaba la tienda. Allí se vendía la ropa que se hacía y se atendía a los clientes que iban a recoger la ropa arreglada o nueva, hecha a medida. También se vendían hilos, lanas, telas… Todo tipo de artículos para coser. Al fondo estaba la sastrería.

L: En esa parte estaba usted…

J: Sí, ahí estaba yo. Había más trabajadores, pero el dueño tenía devoción por mí. No es por echarme flores ni mucho menos, pero era bueno (sonrió). A días de terminar la MILI y volver a Villacañas el dueño me llamó (justo yo no estaba en la tienda ese día) y me preguntó si me iba a quedar allí; ellos me contratarían a jornada completa. Podría haberme quedado en Getafe. Hubiese tenido un buen trabajo y ahora mi familia, posiblemente, tendría vida en esa ciudad.

L: Le ofrecieron un trabajo… Era algo seguro. ¿Por qué decidiste volver al pueblo?

J: Siento no dejarte mucho hablar ni preguntar. Parece que te estoy contando una historieta. La familia tira mucho – continuó -. Necesitaba estar con ella. Además, sin saberlo, disfruté los últimos momentos con mi madre. Su fallecimiento fue algo inesperado para todos. Por aquel entonces yo tenía 20 años y nos quedábamos tres hombres en la casa.

L: Tu madre hacía las tareas del hogar, supongo.

J: Sí, mi madre llevaba la casa.

Su mujer lo observaba desde el sillón y siguió siendo así porque sus siguientes palabras fueron: «yo ya conocía a María Dolores». Así se llama ella. «Fue también una de las razones por las que regresé de la MILI; podía tener mi vida entera aquí. Tenía lo más importante».

L: ¿Se encargó usted de la familia cuando su madre falleció?

J: Los tres pusimos de nuestra parte para seguir adelante. Aportábamos dinero a la casa y por el tema económico no tuvimos problemas. Era peor la falta que sentíamos cuando pasábamos a la casa.

Historia de un negocio

L: ¿En ese momento usted seguía trabajando como sastre?

J: Sí, yo seguí con ese trabajo. Siempre he hecho eso. Como te he comentado antes, “solo” sé hacer eso. No podía trabajar como albañil o carpintero. No sabía. Cuando llegué de la MILI, habilitamos el patio de la casa de mis suegros y ahí monté mi sastrería. Todos me conocen como «el sastre de la calle Mayor» (calle en la que se sitúa la sastrería). Incluso ahora me llaman así.

L: ¿Tuvo pronto clientes?

J: Sí, tuve mucho trabajo desde el primer momento, aunque ha habido épocas de todo. La sastrería es un mundo lleno de incertidumbres. Pero, por aquel entonces, la gente no compraba mucha ropa en tiendas. Normalmente, iban al sastre a que te hiciera un abrigo o un traje a medida, por ejemplo.

L: ¿Cuánto les costaba a los clientes un traje a medida?

J: Mucho dinero.

Parecía que no quería decir cuánto costaba. A lo mejor por lo que podía pensar. «Unos 400 o 500 euros», dijo de repente.

J: Parece que es mucho dinero, y lo es, pero el traje lo usabas siempre que podías. Además, en las tiendas costaba eso también. Ahora los hacen rápido y las costuras no cuadran bien, por eso cuestan tan poco. Todo tiene un precio: las telas y la mano de obra.

Voy a contar una anécdota con los trajes. Cuando un varón se casaba, le tenía que hacer varios trajes a él y también al resto de los hombres de la casa. Imagínate el trabajo que eso conlleva (con fechas específicas de entrega), pero también la cantidad de dinero que puedes conseguir en cuanto los recogen…

L: ¿Eso solía ocurrir a menudo?

J: Alguna vez cada dos meses alguien se acercaba para hacer un encargo de esos, pero solo fue en una época; eso se terminó hace muchísimos años.

L: ¿Y, en el caso de las mujeres, eran muchas las que iban a la sastrería?

J: Sí, muchas venían. Algunas se acercaban para comprar algo de tela o arreglar algo de una prenda, por mínimo que fuera. La mayoría de ellas sabía coser. Casi todas las chicas que iban al colegio aprendían, pero, aún así, encargaban ropa. Si tu próxima pregunta es cuánto costaba hacer los vestidos y los abrigos, me adelanto yo y te contesto.

No te puedo decir exactamente cuánto costaban – apuntó. Dependía también de las telas que se empleasen, especialmente en los vestidos. Estos solían costar unos 100 euros, más o menos. Los abrigos normalmente eran de paño bueno; costaban unos 200 euros o así, pero lo tenían para toda la vida.

Sabes cuándo empiezas pero no cuándo terminas

L: ¿Trabajaba más de ocho horas diarias?

J: Sí, trabajaba más.

L: ¿Cómo se organizaba el tiempo para hacer también las pruebas?

J: Los días de semana y los sábados me encargaba de coser todo el trabajo que me habían pedido. Eran los domingos por la mañana, antes de salir con mi mujer y mis hijas a tomar el aperitivo, cuando hacía las pruebas. Lo hacía ese día porque la gente no trabajaba y así no tenían que perder horas del trabajo y luego recuperarlas. Ese día todos podían. En el caso de que no fuese así, venían un rato por las tardes de los días de semana. Eso hacía con los hombres.

Por el contrario, las mujeres me decían que podían ir cuando yo les dijese, porque podían salir de sus casas y venir en un momento a probárselo.

Su mujer se levantó del sillón, donde llevaba casi una hora. Fue a la cocina. Los utensilios empezaron a chocar unos con otros y el grifo del agua sonó. Pidió disculpas por no acordarse de traer agua. Después de beber un trago (tan largo que el agua se terminó), José dijo: “ven, vamos a la sastrería. Ya está vacía, pero sí que tengo alguna foto que me hicieron mis hijas mientras trabajaba”.

Conexión Madrid – Villacañas

L: ¿De dónde le traían las telas?

J: De Madrid. Las encargaba en una tienda que había al lado del arco de Cuchilleros en la Plaza Mayor. Cogía el tren en Villacañas hasta la estación de Atocha. Iba andando hasta la Plaza Mayor. Las primeras veces que fui era una tienda bastante pequeña para la gran cantidad de telas que había. Un chico del pueblo que trabajaba en Madrid me las traía a la sastrería.

L: ¿Cómo te guiabas con las medidas de las telas?

J: Las telas hay que aprovecharlas muy bien. Desde el momento en que abrí mi negocio supe cómo hacerlo, porque había tenido buenos profesores antes y ya tenía una base muy amplia. Repasaba las medidas de las personas que me encargaban prendas con esa tela y yo hacía los cálculos.

L: ¿Viajaba a Madrid hasta que se jubiló?

J: Eso solo fue una temporada. Yo luego tenía muestras de las diferentes telas de la tienda, que se convirtió luego en almacén, y ya solo tenía que pedirlas. Así los clientes podían ver la tela en la sastrería.

El mundo de la moda

L: ¿Cree que el mundo de la moda va a cambiar gracias a las marcas «Made in Spain» y las compras van a ser como antes?

J: Ahora la fabricación de la ropa no es ética. El proceso se hace en países pobres. El problema es que todos miramos nuestro bolsillo. Si algo nos sale barato, pues lo compramos. Pero ahora se están promoviendo las marcas «Hechas en España». La ropa es más cara, pero es nacional; las jornadas laborales son de ocho horas y los sueldos son buenos. Aún así, no sé si esto cambiará a mejor y la gente comprará más en estas tiendas o seguiremos comprando como ahora.

 

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