El cambio climático se ha convertido en uno de los mayores focos de preocupación a nivel mundial debido a la proliferación diaria de análisis climáticos y de impacto del ser humano en la naturaleza que auguran cada vez con mayor vehemencia un futuro incierto para nuestro planeta.
Es evidente que la evolución del ser humano ha trascendido a cualquier aspecto de la naturaleza, teniendo su máximo punto de inflexión en la influencia nociva en la Revolución Industrial, una etapa de mejoras tecnológicas sin precedentes con el único objetivo de incrementar nuestro nivel de vida y comodidad, multiplicando la producción y construyendo la sociedad en el marco de capitalismo de consumo que impera en la actualidad.
Este sistema capitalista, además de ser el responsable del grueso de contaminación, ya que cien empresas representan el 71% de la emisión de gases de efecto invernadero, ha convertido al dinero en la mayor fuente de poder. Los poderes político y social se ven relegados al poder económico, de ahí que personalidades proactivas como Barack Obama o Greta Thunberg vean sus esfuerzos de presión frustrados por la imposibilidad de influencia sobre las multinacionales y reducidos a la toma de conciencia social sobre la emergencia climática.
El capitalismo está ya tan arraigado en las sociedades occidentales que cambiar el sistema internacional por excelencia necesitaría de una extraordinaria determinación en la organización social y política transnacional, algo que se antoja utópico, y un compromiso individual con el medioambiente es, aunque admirable, a gran escala, inútil.
Descartando las posibilidades de frenar el impacto de la producción masiva de las multinacionales desde la caída del liberalismo económico o una movilización social trascendente, que instase a los mayores responsables de las inminentes y presentes catástrofes naturales como el reciente incendio del pulmón del mundo a reinventar sus nocivas actividades. Personalmente y abandonando la tenue línea objetiva que dominaba el artículo, siendo de manera probable irracionalmente positivo, la solución pasa por elaborar un plan conjunto a muy largo plazo desde una organización con poder y reconocimiento mundial que potencie formas de energía no contaminantes como la energía solar o con una toxicidad controlable y de gran rendimiento como la nuclear, castigando económicamente a las empresas que excedan un límite acordado de factores contaminantes como la emisión de gases de efecto invernadero o la producción de plásticos, y destinando el capital recaudado a una investigación científica que pueda desembocar en una nueva revolución en la forma de producción que frene el impacto climático, no ya por comodidad, sino por supervivencia, no del ser humano, de nuestro planeta.
La cuestión es si con personas como Donald Trump dominando el mundo, electas por sociedades que ignoran la urgencia medioambiental o Alexey Miller, a quien no paramos de enriquecer incentivando su contaminación, la solución llegará a tiempo o la civilización más inteligente terminará autodestruyéndose.