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¿Por qué 24 millones de españoles no van al cine?

Durante los últimos años el cine se ha caracterizado por su amplia oferta de contenido juvenil y sus altos precios en taquilla, excluyendo así del séptimo arte a grandes segmentos de la población. Hoy día, más de 24.000.000 de españoles no van nunca o casi nunca al cine. ¿A qué se debe ese rechazo? Para comprenderlo hay que analizar la evolución de la población española y su relación con las salas de cine a través de los informes del Marco General de los Medios en España de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación.

Evolución de la industria cinematográfica en España

La sociedad española ha ido evolucionando y, consigo, modificando sus intereses y necesidades. Durante los años 80, la penetración del cine en la población española era del 12%. Dicha cifra, con el transcurso de los años, fue disminuyendo. Posteriormente, a inicios del 2000, el cine experimentó una recuperación notoria hasta alcanzar el 10%. A día de hoy, la penetración en la sociedad española oscila entre el 3 y 4%, es decir, apenas 2.000.000 de personas acuden con frecuencia al cine. Para comprender la magnitud del irrisorio dato que cosecha el cine en España, debemos ponerlo en comparación con la televisión (que alcanza una penetración del 85%), internet (acercándose al 84%) o la propia radio (57%). Es decir, el interés de la población española por el cine es marginal.

También aparecen cifras similares si indagamos en el consumo diario de dichos servicios por parte de la población española. El líder indiscutible continúa siendo la televisión, que cosecha una media de 213 minutos de consumo diario, seguido de internet, 161 minutos, y la radio, 97 minutos. El cine apenas consigue una media de 0,8 minutos diarios, aunque cabe destacar que se contabilizan únicamente los datos de las salas de cine -excluyéndose así el cine emitido en televisión, en plataformas de pago, en internet, etc-. Todo ello muestra una realidad aparentemente desconocida y conduce hacia una cuestión primordial: ¿por qué la gente ya no va al cine?

El desafío demográfico

La mayoría de los países desarrollados han sufrido un envejecimiento poblacional exponencial, resultado de las caídas en la natalidad, la ausencia de reemplazo generacional y el prolongamiento de la esperanza de vida. Todo ello se ve reflejado en la edad media de la población, que en países como España alcanza ya los 48 años. Además, si estudiamos la demografía de la nación, descubriremos que la población joven ha ido disminuyendo hasta convertirse en un sector poco significativo. Hoy día, la población entre los 14 y 24 años apenas supone 5 millones de personas, algo inimaginable hace 40 o 50 años. Sin embargo, otros sectores demográficos han ido en aumento. La población entre 35 y 65 años está formada por más de 20 millones de personas, mientras que los mayores de 65 años superan ampliamente los 9 millones. Dichos segmentos de la población poseen mayor libertad de elección en contenidos de entretenimiento, puesto que no poseen la tutela bajo la que se encuentran los más jóvenes. Además, el poder adquisitivo que pueden invertir en ocio es exponencialmente mayor al de los jóvenes, puesto que también cuentan con independencia financiera. Todo eso, junto con otra serie de características, los convierte en un público muy jugoso y desaprovechado.

El continuo esfuerzo de la industria por crear contenido para el público joven se ve reflejado en los datos, consiguiendo que el 18,2% de los jóvenes entre 14 y 24 años asistan con regularidad al cine. Sin embargo, conforme la edad de la población avanza, la cifra de penetración social disminuye notablemente. La asistencia al cine por parte de los adultos de 25 a 34 años (representan el 13,1% de la población total con 5,2 millones de personas) baja al 7,1%, una pérdida de más de 10 puntos de retención de audiencia. En el tramo de los 35 a los 44 años (representan el 18,3% de la población con 7,3 millones de personas) también se desploma, cosechando un triste 4,8% de asistencia al cine. De los adultos de los 45 a los 54 años (representan el 18,4% de la población con 7,4 millones de personas) apenas el 3,9% acude con frecuencia al cine. En el tramo de los 55 a los 64 años (representan el 15% de la población con 6 millones de personas) experimentan una caída al 3,2% de asistencia. Y a partir de los 65 años (representan el 22,6% de la población con 9 millones de personas) la cifra se desploma al 2,1%.

En términos absolutos, los datos muestran que la población de 14 a 24 años supone el 24,6% de los espectadores totales de cine en España. Dicho dato es sorprendente si recordamos que los jóvenes apenas suponen el 12% de la población. Seguido de ellos se encuentran los adultos de 25 a 34 años, que componen el 20,2% de los espectadores totales. Esto quiere decir que los dos primeros tramos de edades forman el 44,8% de los espectadores totales de cine en España. Posteriormente están los tramos de 35 a 44 años con un 18,9%, los de 45 a 54 años con un 15,6%, los de 55 a 64 con un 10,5% y los mayores de 65 años con un 10,2%. Esas cifras se deben a que dichos tramos forman el grueso de la población, de modo que una pequeña asistencia relativa se convierte en un gran dato absoluto.

La ausencia de contenidos creados para dichos segmentos de la población, junto con la enorme cantidad de contenidos juveniles, explica la falta de interés por el cine de los adultos y los más mayores. Nuestro país, al igual que la mayoría de nuestro entorno, se encuentra sumido en un proceso de transformación social donde la población más mayor jugará un papel mucho más relevante del empleado hasta ahora. En ellos se encontrará la mayor acumulación de capital financiero disponible y aumentarán (aún más) en número de habitantes, provocando que se conviertan en los mayores consumidores de contenidos de las sociedades futuras.

La problemática del índice socioeconómico y la oferta de contenidos

La sociedad española está compuesta, principalmente, por siete tramos socioeconómicos. Dentro de esos tramos existen dos de clase alta, el IA1 e IA2, tres de clase media, el IB, IC e ID, y dos de clase baja, el IE1 e IE2. El IA1 corresponde a aquellos individuos que ingresan más de 3.005€ al mes (el 8,9% de la población, más de 3,5 millones de personas), el IA2 está formado por las personas que ingresan de 2.452 a 3.005€ al mes (el 16% de la población, más de 6,4 millones de personas), el IB se encuentra compuesto por las rentas entre 2.146 y 2.452€ al mes (el 12,8% de la población, más de 5,1 millones de personas), el IC corresponde a las retribuciones entre los 1.603 y los 2.146€ al mes (el 27,4% de la población, más de 11 millones de personas), el ID formado por las personas que ingresan de 1.314 a 1.603€ al mes (el 12,5% de la población, más de 5 millones de personas), el IE1 compuesto por aquellos individuos que cobran entre 745 y 1.314€ al mes (el 15,8% de la población, más de 6,3 millones de personas) y el IE2 que se encuentra formado por las personas que ingresan menos de 745€ al mes (el 6,6% de la población, más de 2,6 millones de personas). Una vez desmenuzada la diversidad socioeconómica de la población española, habría que aclarar que el 24,9% de los españoles pertenecen a una clase social alta (unos 10 millones de personas), el 52,7% pertenece a una clase social media (más de 21 millones de personas) y un 22,4% de la población pertenece a una clase social baja (unos 9 millones de personas). Dichos datos nos revelan que España posee una clase media inferior a la OCDE, convirtiéndose así en una sociedad más desigual que la mayoría.

Teniendo como referencia esos datos y aplicándolos al cine en términos relativos, obtenemos como resultado que el 13,2% de la clase social más alta acude al cine con regularidad. Progresivamente se visualiza un continuo descenso de asistencia al cine conforme los ingresos disminuyen, presentando un 5,9% los individuos pertenecientes a la clase media-alta, un 4,8% los de la clase media y un 3,7% los de clase media-baja. En los tramos más desfavorecidos, la asistencia al cine se desploma al 2,5% en el IE1 y al 1,7% en el IE2. Por otro lado, en términos absolutos, obtenemos como resultado que la clase alta formaría el 34,7% de los consumidores de cine, la clase media y media-alta comprendería el 44,4% de los espectadores, y la clase media-baja y baja sería el 28,1% del total. Y a pesar de que la clase media sea mucho mayor que la alta, la diferencia en términos absolutos es menor de la que cabría esperar.

En cuanto a la interpretación de los datos, parece evidente que el precio de las entradas de cine supone un grave problema. Las rentas más altas, debido a su poder adquisitivo, poseen un mayor margen de gasto en entretenimiento. Esto hace que no se encuentren en la tesitura de cuestionar la relación calidad-precio de los productos que consumen. Si lo desean, lo adquieren. Por el contrario, para aquellos individuos de rentas inferiores, el precio es un elemento de gran relevancia. Poseen una cantidad monetaria limitada para ser destinada al entretenimiento, por lo que deben cuestionarse donde invertirla en mayor medida. Ahí entra en juego el precio de las entradas, pudiendo llegar a valer 10€ o más en las ciudades más caras. Dicha cantidad supone un esfuerzo muy diferente para individuos de distintos índices socioeconómicos, ocasionando que se evalúe si realmente vale la pena el producto ofrecido por dicho precio. Y, lamentablemente, en la mayoría de las ocasiones la respuesta es negativa. La enorme cantidad de oferta de contenido audiovisual a precios asequibles, como puede ser el caso de las OTT (plataformas de contenido como Netflix, HBO, etc), provoca ese rechazo por las salas de cine en los consumidores de menor poder adquisitivo. ¿Por qué pagar 10€ por 90 minutos de metraje si puedo pagar 8€ por infinito contenido mensual? He ahí la cuestión.

¿Se dirige la industria cinematográfica en la dirección correcta?

Tras el análisis de la situación demográfica y económica de la sociedad española, los problemas de la industria cinematográfica parecen ser evidentes. El cine no se amolda adecuadamente a la realidad social que vive nuestro país, consiguiendo una fuerte desconexión entre la industria y el espectador. La televisión, la radio y la prensa han tenido que adaptarse a los cambios sociales experimentados, adecuandosus formatos y negocios a la población. Sin embargo, el cine ha permanecido inmutable ante dichos cambios. Ahora, décadas después, sufre las consecuencias de ello.

Durante muchos años se ha insistido en que el futuro se encuentra en los jóvenes, pero seguramente en las sociedades desarrolladas no sea así. Mientras el número de mayores aumenta exponencialmente y consiguen un mayor peso en la sociedad, los jóvenes se acercan a una posición completamente opuesta. La pirámide poblacional se encuentra en continua transformación y parece que en el futuro estará completamente invertida. Por ello conviene reconsiderar el planteamiento del negocio del cine, ¿hacia qué público se desea destinar y de qué forma se plantea distribuir?

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