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El septiembre que nos devuelve a la realidad

La resaca emocional del verano

Septiembre llega sin avisar, y con un portazo cierra el verano. Las chanclas vuelven al armario, las piscinas se cierran y el despertador vuelve a estar programado. Y con él regresa el miedo a la rutina. Nos despedimos del buen tiempo, así como de la sensación de libertad.

El verano como una burbuja

Julio y agosto nos permiten vivir en un estado único: horarios más flexibles, planes improvisados y noches interminables. Reina una sensación de calma, de la vida “fácil” y de que nada es tan importante. Las vacaciones nos permiten hacer maratones de películas veraniegas, visitar lugares nuevos, leer libros que teníamos pendientes, reencontrarnos con viejos amigos, trasnochar… En resumen, tenemos más tiempo para nuestras aficiones y nuestra vida social.

El verano actúa como un paréntesis donde la vida se ralentiza. Nos liberamos de las obligaciones y del correr a todos los sitios. Definitivamente es una burbuja de la vida real. Pero, como todo, tiene fecha de caducidad.

La sensación de calma del verano | Fuente: Pixabay
La sensación de calma del verano | Fuente: Pixabay

El choque de realidad

Volver a la rutina es algo odiado por todos. Septiembre reinicia un orden que, aunque necesario, se vive como un jarro de agua fría. Es el encargado de devolvernos a la realidad, a esos hábitos abandonados y a la rutina que acaba volviéndose monótona

Pero la verdad es que volver a trabajar no es lo que nos desmorona en sí, sino el cambio tan brusco. En el margen de un par de días pasamos de improvisar sobre la marcha a tenerlo todo cuadriculado. Saboreamos la buena vida, y de pronto somos obligados a volver a la aburrida rutina. Recibimos un buen choque de realidad, y con ello nos demuestran cómo nada es para siempre.

La idealización del verano

En nuestra sociedad hemos normalizado la idea del verano como la única estación valida del año. Como si en esos dos meses se concentrara toda la felicidad posible, dejando ni un ápice para el resto. Pero lo cierto es que tras esta afirmación hay una trampa: no todos disfrutan de viajes, fiestas, o ni siquiera gozan de un periodo de descanso.

Para muchos, el verano es simplemente seguir trabajando mientras los demás presumen de sus vacaciones en redes. Otros, no disponen del dinero para pagarse un viaje, o el coste de este supera sus ingresos. Realmente existe una España que no puede vacacionar. El porcentaje de población española que no puede permitirse coger vacaciones asciende a 33,4%.

Las vacaciones en realidad son un privilegio, no un derecho universal garantizado. Además, hay personas que, aun poseyendo los recursos suficientes para un viaje o para hacer planes por su zona, no tienen familiares o amistades que los acompañen.

En los tiempos que corren, parece que no subir nada de tus vacaciones a las redes sociales equivale a no haberlo hecho. Al hacerlo, sin querer, empujamos a otros a que se comparen: a sentir que no hacen nada o a recordar que ellos siguen trabajando, sin disfrutar de esta libertad. Por lo tanto, el verano es también una época del año donde una parte de la población se ve excluida de esta felicidad y diversión.

Por otro lado, la idealización del verano deja una sensación engañosa. Pensamos que el trabajo, el calendario y la rutina son grises e insoportables. Sin embargo, esto tiene un valor oculto, pues nos da estabilidad en todos los aspectos posibles. Hasta puede llegar a convertirse en un refugio frente al caos. Quizá el error está en pensar que solo vivimos en verano, como si en el resto de año no hubiera vida. Aunque la realidad es que sí la hay, y mucha.

Lo bonito de volver

Cuesta reconocerlo, pero septiembre tiene un encanto particular, el cual a veces no disfrutamos por la resaca emocional del verano. Volver significa reencontrarse con lo familiar: las calles ya no están abarrotadas, se retoman las charlas de cafetería y volvemos a nuestra bien conocida rutina.

Además, la vuelta no es solo emocional, también es práctica. La realidad es que nuestra estabilidad económica depende de esta rutina que tanto odiamos y criticamos. Depende del trabajo regular, del estudio y de los horarios que sostienen nuestra vida diaria. Sin esto, el verano idílico no se sostiene.

La paradoja es clara: ansiamos huir de la rutina y del trabajo más que nada, pero son imprescindibles para poder permitirnos estos momentos de desconexión. Se puede decir que lo más reconfortante (y también lo que quizás más deberíamos valorar) del fin del verano es tener un trabajo estable esperando a ser retomado.

Aun así, es innegable que todo ser humano merece un periodo de tiempo libre donde pueda dedicarse a él mismo, a sus aficiones y a reposar tanto el cuerpo como la mente. Y puede que ahí esté lo que necesitamos entender: la importancia del equilibrio entre el descanso y la rutina, y cómo este balance es lo que realmente da sentido al año.

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