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Roger Waters llena el Wizink de política, música y recuerdos

El exlíder de Pink Floyd regresó a Madrid con un gran espectáculo audiovisual, aprovechando su trabajo en grupo y en solitario para canalizar mensajes políticos

Roger Waters acudió a su primera cita en Madrid ante un Wizink abarrotado. Ni siquiera Pitingo, a quien Waters saludó entre el público al grito de “my friend”, quiso perdérselo. El concierto, previsto para las 9 de la noche, puso a prueba la puntualidad inglesa del ex-miembro fundador de Pink Floyd. Entre vítores y silbidos, a las 21:20 se apagaron las luces para marcar el inicio del espectáculo. Porque lo de anoche no fue solo un concierto. Fue todo un show. 

¿Mitin o concierto?

Bien es sabido que Waters no esconde sus (polémicas) opiniones políticas. Lejos de dar largos discursos (que alguno también cayó), Waters escogió politizar la escena a través de frases e imágenes emitidas en unas enormes pantallas. El escenario, en forma de cruz y situado en el medio de la pista, permitía a la gran banda (10 miembros, Waters incluido) turnarse para tocar frente a cada lado del público. Una estrategia bastante resultona si tenemos en cuenta que este tour marca la primera vez que Waters actúa en un escenario 360º. A sus 79 años, se mostró bastante animado, moviéndose sin parar por el escenario mientras alternaba la voz con el bajo, la guitarra o el piano. También aprovechó para practicar su español, con expresiones como “buenas tardes” o “muchas gracias”. Entre sentimientos de enfado, emoción y agradecimiento, las intervenciones dejaron paso a la música, destacando un sonido y una banda excelentes. 

A la entrada del recinto, dos mesas ofrecían información de apoyo. Una, para la causa palestina. Otra, pidiendo libertad para el fundador de WikiLeaks, Julian Assange. Una vez dentro, y nada más apagarse las luces, una voz en off (la del bajista de Pink Floyd) nos advertía de dos consideraciones. La primera, que apagásemos los teléfonos móviles. La segunda, que “si eres de los que dicen que te encanta Pink Floyd, pero no aguantas el rollo político de los conciertos de Roger Waters, puedes irte a tomar por culo al bar”. Con esto dicho, daba comienzo un espectáculo de más de tres horas dividido en dos sets. 

Una de las frases que aparecían en pantalla, criticando el antisemitismo | Fuente: elaboración propia.
Una de las frases que aparecían en pantalla, criticando el antisemitismo | Fuente: elaboración propia.

‘The Wall’, criminales de guerra y una torcedura de tobillo

La elegida para romper el hielo fue una versión de la archiconocida Comfortably Numb, elevada por los limpísimos coros de Shanay Johnson. Mientras sonaban los primeros acordes, unas pantallas dividían el escenario en dos, acrecentando las ganas de recibir a Waters. Pronto, el muro de pantallas se elevó para descubrir el escenario en su totalidad. Entre luces, escenarios virtuales e imágenes reales se generaba un potente recurso audiovisual. Una idea útil, a priori, pero quizás excesiva ante la cantidad y frecuencia de mensajes que transmitía, haciendo difícil centrarse en la propia banda. A partir de entonces, esta constituiría la principal distracción para la audiencia. 

El concierto continuó con éxitos del álbum The Wall. Temas como The happiest days of our lives o las partes 2 y 3 de Another brick in the wall fueron alternados con los trabajos de Waters como solista. Ejemplo de ello son The bravery of being out of range, la nueva The bar o The powers that be. Este último, acompañado e intercalado entre aplausos y silbidos por imágenes de la guerra en Palestina o brutalidad policial, haciendo hincapié en lo específico. Es decir, en señalar y distinguir a víctimas como George Floyd o Julian Assange, de “criminales de guerra”, tal y como se proyectaba sobre imágenes de Reagan, Biden, Trump u Obama. 

La fiesta continuó con un colosal Have a cigar. Antes de empezar esta canción, Waters aprovecha para sentarse y decirnos que hace un par de días se torció el tobillo, así que si le vemos sufrir “no es porque sea viejo, es por mi maldito pie”. Una vez retomada la acción, veíamos en pantalla fotos de Pink Floyd durante su etapa temprana. Eso sí, sin mostrar en ninguna al guitarrista y co-fundador de Pink Floyd, David Gilmour, porque la rivalidad y falta de simpatía entre ambos no es ningún secreto. Sin embargo, el relevo de Gilmour (guardando las distancias) estuvo bastante bien salvado gracias a los guitarristas Dave Kilminster y Jonathan Wilson, quien asumió con gran proeza el protagonismo vocal e instrumental durante varias partes del concierto. Incluso Jon Carin, también guitarrista, se atrevió con el slide, conocida seña de identidad guilmouriana. 

Roger Waters durante el concierto | Fuente: elaboración propia.
Roger Waters durante el concierto | Fuente: elaboración propia.

Homenajeando a Syd Barret entre animales voladores

Tras esto vino Wish you were here en uno de los momentos más emotivos de la noche. Waters aprovechó los primeros acordes del tema para recordar la historia detrás de la canción compuesta junto a su “queridísimo amigo” Syd Barret, antiguo componente de Pink Floyd fallecido en 2006. “Cuando pierdes a alguien que amas, eso sirve para recordarte que esto no es un simulacro”, decía. Durante el estribillo, las luces apuntaban hacia un público emocionado que cantaba acompañando a un Waters conmovido. Le siguieron algunas partes de Shine On You Crazy Diamond, con el primero de los brillantes solos de saxofón ofrecidos por Seamus Blake, cerrando el primer set con Sheep, del álbum Animals. En palabras de Waters, “mi homenaje a George Orwell”, antes de empezar a imitar sonidos de oveja para una graciosa respuesta del público. “I love Spanish people”, se reía, mientras una oveja y un cerdo hinchables volaban por encima de la pista abarrotada

Después del intermedio, comenzaba el segundo set. Y con él un cambio de look: gafas de sol y gabardina larga con los míticos parches de martillos en cruz. Esta segunda mitad del concierto estuvo consagrada al álbum The dark side of the moon, que este mes cumple 50 años desde su lanzamiento. Pero no sin antes continuar con el legado de The Wall. Esta vez, con In the flesh? y Run like hell, seguidos de temas propios como una acústica Déjà Vu o Is This the Life We Really Want? Interpretados por un Roger envuelto en un pañuelo palestino como símbolo de apoyo, los mensajes en pantalla se sucedían al ritmo de “Fuck drones”, “Fuck antisemitism” o “Fuck patriarchy”, entre otros, junto a la petición de derechos reproductivos, trans, yemeníes o palestinos. 

‘The dark side of the moon’ y un brindis

Un sonido metálico envuelve el recinto y el público enloquece. Así empezaba Money, seguida de Us and them, Any colour you like, Brain Damage y Eclipse. Tras ellas, Waters introducía la última canción que hizo con Pink Floyd, Two suns in the sunset, como “no la más conocida del repertorio, pero sí la más apropiada ahora mismo”, refiriéndose al tema de la guerra nuclear. El broche final lo introdujo con una íntima repetición de The Bar, definido como un sitio “donde poder hablar en vez de matarnos”. Esta vez, añadiendo un breve discurso bastante emotivo para cerrar la noche, con toda la banda reunida en una esquina del escenario, rodeando a Waters al piano. Después de hacer un brindis con Mezcal, y de recomendar la canción Murder most foul de Bob Dylan, Waters dedicó The Bar a dos personas: su mujer y su hermano John, fallecido recientemente. 

La despedida consistió en una marcha en fila por el escenario, músico tras músico, al ritmo de Outside the wall. Con gesto cariñoso, Waters repetía sus nombres dejando paso a cada integrante mientras bajaban las escaleras, siendo él el último en llegar al backstage, donde terminaron la canción retransmitida por las cámaras en pantalla. 

Hoy, 24 de marzo, se celebrará en el Wizink la segunda noche del tour This is not a drill.

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