“No habían sido los niños y las niñas trans quienes habían hecho el tránsito, sino los que les miraban”
Crítica y análisis de la primera película de Estibaliz Urresola, estrenada este fin de semana en las salas de cine. Una historia de identidades trans y relaciones familiares.
Las abejas son complejas. Alas, cabeza, mandíbula o aguijón son partes de un gigante sistema que en muchos casos nos da miedo. Por supervivencia o ignorancia, rechazamos lo desconocido y el proceso para no hacerlo conlleva tiempo. En este mundo, como abejas, hay muchas formas de vivir, de sentir, de existir… Esto lo sabe muy bien Estibaliz Urresola, que en su ópera prima como directora ha presentado en salas, una cinta que mira la palabra identidad de forma valiente, comprometida y sutil.
En la gran pantalla se nos presenta a la protagonista, una niña de 8 años a la que le persigue algo que todos llevamos a nuestra espalda, el nombre. Le llaman Aitor aunque ella se sienta chica y a lo largo de la película pasará por nombres como Cocó o finalmente, Lucía. Un viaje familiar, al pueblo de su abuela, apicultora en el País Vasco, junto a su madre y sus hermanos, retrata con inteligencia el complejo conflicto que vive esta niña. Una pieza parecida a Close del belga Lukas Dhont, totalmente recomendable. Un ejemplo más del cine que hace belleza del sufrimiento para intentar hacer pensar y cambiar algo, se estrenó en los cines este fin de semana.
Todo el mundo debería ir a verla, especialmente por el gran trabajo de los actores y actrices. Patricia López Arnaiz está especialmente bien, representando la visión de la madre de familia pero especialmente Sofía Otero, la niña que representa a Lucía, la protagonista. Entendiendo la complejidad con la que significa interpretar un personaje trans con una edad en la que conceptos como el sexo o el género todavía no están claros, el Oso de Plata a la mejor interpretación estaba asegurado. Finalmente, hay que destacar el impresionante proceso de dirección por parte de Estibaliz Urresola, que ha conseguido llevar a la pantalla una familia de verdad.
Acabada la crítica, a partir de este momento se vienen SPOILERS. Si no te la has visto, ¡corre al cine!

La frontera, un viaje de cambios
El viaje al pueblo comienza en tren. La familia cruza un puente que separa el País Vasco francés del español. Cruzan, una frontera que en el viaje de vuelta se convertirá también en una frontera narrativa. La protagonista, llega al pueblo de la amona (abuela en euskera) llamándose Aitor y se marcha a su ciudad llamándose Lucía. No solo el nombre será lo que cambie. Como nos contaba la autora en la presentación en los Cines Golem este domingo, tras su proceso de documentación: “No habían sido los niños y las niñas trans quienes habían hecho el tránsito sino los que les miraban”. La familia en este sentido y en especial, la madre, serán un gran apoyo para ella.
No obstante, encontramos personajes contrarios como la abuela, que no acepta los comportamientos de su nieta. Todo esto, muestra en definitiva la desconexión entre el mundo adulto y el infantil o adolescente. “Madre e hija, han recorrido distintos caminos para luego reencontrarse” afirmaba también Urresola. Un aspecto de las relaciones paternofiliales tratado en otras películas como: Elephant de Gus Van Sant o ¿Dónde está la casa de mi amigo? de Abbas Kiarostami.
Para los niños es la imaginación lo que para los mayores es la fe
La delgada línea entre la imaginación y la fe se palpa en toda la película. Aitor, sueña con ser una sirena, en concreto, con ser una niña, con ser Lucía. La esperanza de Lucía se junta con la fe religiosa de los mayores del pueblo. En conversaciones abuela-nieta podemos escuchar frases como “Dios nos ha hecho perfectos” refiriéndose al cuerpo de la protagonista. Este mismo momento, se conecta con una escena de la madre, que moldea esculturas de cera. Se puede decir que de alguna manera, ella es una persona más además de Dios que tiene la habilidad de crear o cambiar cuerpos. Este aspecto del personaje de Patricia López Arnaiz aporta una metáfora totalmente adecuada para tratar la problemática del cuerpo en las personas trans.

Un mundo inventado
En esta oda a la libertad podemos observar situaciones de la vida cotidiana que a Lucía se le hacen mucho más difíciles. Nuestro mundo, por mucho que haya progresado, tiene dinámicas tan naturalmente implementadas en la rutina de las que es muy difícil escapar o cuestionar. Por ejemplo, en las identificaciones del médico o en los trámites burocráticos donde no están incluidas este tipo de colectivos. Escenas como la de la entrada de la piscina en la que piden a la niña que se identifique por sexo o las miradas de los abuelos del pueblo por su vestimenta, son situaciones muy duras pero perfectamente retratadas.
Hace falta nombrarlo, para que exista
Acabo con uno de los aspectos clave de esta narración. Aitor, el nombre de la protagonista en el inicio, necesita tanto del nombre con el que se identifica, como el propio apoyo de sus padres. Para ello, este viaje sirve para nombrar la situación de la niña y también para dar vida a la persona que llevaba encerrada todo ese tiempo, en otro cuerpo. Una de las últimas secuencias, muestra el momento en el que la prota va a dar un paseo a las colmenas de su abuela. Exactamente para seguir la tradición de algunas familias apicultoras cuando alguien cercano muere o nace. La niña golpeó 3 veces una de las colmenas y dijo, “Me llamo Lucía”
A fin de cuentas, 20.000 especies de abejas, educa y hace entender. Una película para todo el mundo pero especialmente para padres e hijos. Un ejemplo más del cine independiente hecho por mujeres, necesario en nuestra sociedad. En definitiva, volvamos a las colmenas de abejas, demos tres golpes y pronunciemos la frase: “ha nacido otra película que merece mucho la pena ver”.