El estreno de la serie de Netflix el 26 de abril nos recuerda los estereotipos de este proceso idealizado
Asunta Basterra era una niña de 12 años adoptada de China por Rosario Porto y Alfonso Basterra conocida por ser la primera adopción internacional de Galicia. Su asesinato fue muy mediático en su momento, hace poco más que una década, por el impacto de que muriera en manos de sus propios padres. Ahora, se espera expectante el estreno de la nueva mini serie de Bambú Producciones El caso Asunta, protagonizada por Candela Peña y Tristán Ulloa, que dan vida a los padres de la niña, y Carlos Blancos y María León, como los policías encargados del caso. Los seis capítulos estarán disponible el 26 de abril en Netflix y permitirán ahondar en las incógnitas no resueltas con el fin de intentar esclarecer este caso. Éste ha mantenido su relevancia no sólo por detalles pocos claros de la investigación, sino además porque pone en mira la manera en la que nosotros como sociedad observamos las adopciones.
El adoptado es habitualmente visto como un niño salvado, que «debería estar agradecido por una familia tan buena que ha acogido a un niño que no es de su sangre». Por ende, la familia adoptante es visto como un salvador, especialmente cuando nos encontramos ante adopciones internacionales, pues les brindan un futuro mejor que el que tendrían en su país natal. Ante tales atributos, poca gente podría pensar que estos niños pasan situaciones de abuso y estas situaciones sólo se hacen públicos cuando el niño es víctima, o victimario. Así mismo, existe una presión para no tener ningún problema con el niño, pues si se llegara a saber, los padres creen que han fracasado en su tarea.
Víctima o criminal
El caso Asunta levantó preocupaciones sobre el cuidado de los niños adoptados, pero es más habitual que se tome una actitud de miedo por los conocidos problemas de apego que presentan un alto porcentaje de menores en espera de un hogar definitivo. Es habitual tanto para adoptados como para adoptantes oír comentarios despectivos que trasmiten el miedo de que la conexión padres-hijo no sea tan fuerte como el de una familia biológica. Comentarios como «mejor pequeños que los mayores ya vienen con sus mañas», o «a saber de dónde vienen sus padres» traen miedo a posibles adoptantes, además de la inquietud habitual de que el vinculo familiar no sea tan fuerte al no ser ‘de su sangre’.
Los medios parecen incentivar este concepto sobre los niños adoptivos, pues las pocas menciones se enfocan más en casos fallidos y tragedias familiares. Un ejemplo reciente es el caso de la madre asesinada el pasado 8 de febrero por sus 2 hijos, de 13 y 15 años, en Cantabria, ante el cual no se dudó hacer especial énfasis en el origen ruso de los niños, ni en destacar que eran adoptados, a pesar de la nula relevancia del detalle ante los hechos. Su mención era justificada, pero la enfatización dejó sobresalir el estereotipo de lo ‘complicado’ que es criar a un niño adoptado en una edad más avanzada, en el caso de estos niños a los 2 y 4 años, frente a uno biológico.
Una nueva voz sobre la adopción
Con la única voz proveniente de los servicios sociales y los padres adoptantes sobre el proceso, cada vez más niños adoptados, ya en edad adulta, toman las redes sociales para mostrar ‘la otra cara’ de la adopción. En las redes sociales, como Tiktok, suben contenido informativo sobre sus propias experiencias e investigaciones a nivel internacional. Abordan temas como la herida primaria, los casos de abuso del que son víctimas algunos niños y el racismo en casos de adopción interracial. Creen firmemente que es imprescindible que se conozca la perspectiva del adoptado, hasta ahora en segundo plano, para un proceso correcto.
Este nuevo movimiento apunta a la posibilidad de escuchar otro punto de vista que permita reducir de una vez por todas la influencia del estigma de adopción, que no conoce término medio. Así la palabra ‘adoptado’ dejará de usarse como sinónimo de víctima o criminal, y la de adoptante como salvador.