La capital despidió anoche a un icono de la música en castellano tras casi cinco décadas de trayectoria profesional
Anoche el Movistar Arena de Madrid se convirtió en una mezcla intensa de emociones. Joaquín Sabina ofrecía el último concierto de su gira Hola y Adiós, después de recorrer 71 ciudades y de acoger a más de 700.000 espectadores a lo largo de América y España.
Ese último concierto de la gira se convirtió también en el último de su carrera. Así lo transmitió con honestidad al inicio del mismo: «Esta gira, Hola y Adiós, hoy se llama solo adiós… Este es el último concierto de mi vida, el que recordaré siempre». El recinto estaba lleno con bastante antelación. Se veían bombines y camisetas con mensajes de canciones del artista miraras donde miraras. Mientras, en las pantallas, se plasmaba el listado de ciudades que había recorrido, y el letrero de Hola y Adiós, con el ‘Hola’ tachado.
Cuando las luces se apagaron poco después de que el reloj marcara las 20:30 horas, el público ya empezó a aplaudir. Se veía el video de Un último vals, donde le acompañan amigos y compañeros de profesión como son Joan Manuel Serrat, Leiva, Ricardo Darín o Jorge Drexler. Al llegar la frase «no olvides guardar un último vals para mi», Sabina salía al escenario sin esconder su emoción, y envuelto en una gran ovación -la primera de tantas de la noche- de las más de 12.000 personas presentes.
Sabina se bajaba en Atocha para despedirse de Madrid
Arrancaba entonces con Yo me bajo en Atocha. La seguían otros temas como Lágrimas de mármol, Lo niego todo, Mentiras piadosas o Ahora que…Haciendo así que el repertorio de la noche fuera lo que todos esperaban: un paseo por distintos capítulos de su trayectoria, rememorando cada época de uno de los artistas más importantes e icónicos de nuestro país. Había cabida también, por supuesto, para baladas cargadas de emoción, como Calle Melancolía o ¿Quién me ha robado el mes de abril?, además de éxitos como 19 días y 500 noches.

Aprovechó Más de cien mentiras para presentar y homenajear a su banda, un grupo de siete músicos que lleva años acompañando al poeta de la voz rasgada. Esa misma banda tomó protagonismo en varios momentos de la noche, mostrando así la complicidad que comparten. Mara Barros interpretó Camas Vacías, Jaime Asúa levantó al público con Pacto entre caballeros, y Antonio García de Diego pondría voz minutos después a La canción más hermosa del mundo.
Entre canción y canción, Sabina aprovechó varias ocasiones para agradecer a su público. «He ido viendo cómo han viajado y crecido mis canciones…y como han conseguido, de un modo misterioso, colarse en la memoria de varias generaciones. Todo eso tengo que agradecéroslo a vosotros, porque sin vosotros las canciones no existirían», palabras del cantautor a las que los asistentes volvieron a responder con una ovación. El cantante no ocultó la emoción. Tampoco la banda, ni los miles de asistentes que despedían a una de las voces más queridas de los últimos casi 50 años.
El concierto de despedida continuaba con clásicos como Peces de ciudad, Una canción para la Magdalena y Por el bulevar de los sueños rotos. Con ella recordó a la ya eterna Chavela Vargas. En el tramo final, Sabina hizo un guiño a su raíz andaluza con Y sin embargo te quiero/Y sin embargo. Explicó que la copla que escuchaba en su infancia fue la que inspiró aquella mezcla de ternura y desgarro que define a su célebre himno.
El regreso entre aplausos
Tras Noches de boda y Y nos dieron las diez, Sabina amagó con marcharse, pero Madrid lo llamó de vuelta. La banda regresó, y él volvió, acompañado de otra ovación que se extendía más que las anteriores. Con el humor que le caracteriza, añadió: «Si sois tan amables, que sé que lo sois, nos quedan dos cancioncitas todavía». Cerraba con Tan joven y tan viejo, Contigo –interpretada por todo el Movistar Arena como un coro unánime- y Princesa, que sonó más confesional que nunca.

Mientras La canción de los buenos borrachos sonaba por todo el recinto en los altavoces, Sabina y su banda hacían reverencias largas, eternas, conscientes de que esta vez sí era la última.
El canalla que se convirtió en un clásico
Joaquín Sabina nació en Úbeda en 1949. Vivió un breve exilio en Londres antes de regresar a Madrid, ciudad que le acogió de la misma manera que él ha acogido siempre a la ciudad, a la que siempre ha cantado como a ninguna. Desde entonces, su carrera se convirtió en una de las más sólidas y reconocidas de la música en castellano.
Con más de veinte discos publicados, giras internacionales y colaboraciones con artistas como Serrat, Chavela Vargas o Leiva, Sabina logró que sus canciones fueran patrimonio colectivo. Álbumes como Malas compañías, Física y química o 19 días y 500 noches marcaron generaciones. Lo consolidaron, además, como cronista musical de España y puente cultural con Latinoamérica.
Su camino también ha tenido baches. El ictus que sufrió en 2001, la depresión posterior y la caída en el WiZink Center en 2020 que le provocó un derrame cerebral pusieron a prueba su resistencia. Pero cada vez volvió, alargando su carrera profesional y reforzando la imagen de un artista que siempre caminó al borde del abismo. Su mayor logro es que sus letras, cargadas de ironía y ternura, se han convertido en memoria sentimental de varias generaciones.
El adiós que ya es historia
El último concierto de Joaquín Sabina anoche no fue tanto una despedida, sino una celebración; una fiesta melancólica en la que se recordaba toda la vida -y legado- de uno de los mejores cantautores de la historia de los últimos años. Sabina, a sus 76 años, se aleja de los focos. Pero los recuerdos, letras y melodías que deja en sus oyentes y seguidores permanecerán. Con su bombín, su voz gastada, su honestidad brutal y sus versos. Por eso, esas «gracias eternas» que daba el cantante a su público, son mutuas. Cuando las luces se apagaron, el pabellón celebró al poeta que enseñó que la vida tiene más de una canción, y que el fin del mundo nos tiene que pillar bailando.

