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María Herreros: «La guerra no se debe tratar como una cosa épica, es algo horrible que detiene la vida»

Desde los recuerdos entrañables de su abuelo hasta los horrores vividos en primera línea, Un barbero en la guerra nos adentra en el universo emocional de un impactante diario de guerra

María Herreros (Valencia, 1983) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia. Aunque trabaja fundamentalmente como artista dibujando, exponiendo sus obras en galerías internacionales, e ilustrando libros como Nosotras de Rosa Montero (2018) o Mi vida es un poema de Javier García (2018), Herreros decidió escribir e ilustrar uno de los secretos de su familia: el pequeño diario de guerra de su abuelo que escribió en la Guerra Civil.

Sencilla hasta que abruma y con un enfoque en los detalles que a menudo pasan desapercibidos, Un barbero en la guerra no es solo un libro sobre la guerra, sino de las batallas individuales que pasaban los soldados, aquellas de las que pocos han hablado, pues se dieron por hechas, o fueron omitidas en un contexto en el que el belicismo aún tiene pizcas de epicidad que no le corresponde: «La guerra no se debe tratar como una cosa épica, es algo horrible que detiene la vida, no es algo interesante, y nadie señala a las minimices que ocurrían», señalaba la autora antes de comenzar la entrevista. «Estuve muchos años sin querer sacar esta historia (trauma intergeneracional, está en el ADN), mi familia se quedó con mucho miedo por ser del bando perdedor y decían: “Bueno, es que no hay que remover”… pero cuando vas a terapia no ocultas el tema».

El relato narra a su abuelo en su participación en la Guerra Civil a la edad de 19 años. Mientras cumplía con el servicio militar, se vio obligado a abandonar los planes de regresar a su pueblo para casarse con su novia. En cambio, tuvo que marchar al frente y unirse al bando republicano. A través de sus palabras, se puede vislumbrar las vivencias de un joven soldado enfrentándose a las atrocidades de la guerra; narra momentos de compañerismo, la crudeza de la vida en el campo y los pequeños placeres que encontraba entre tanto sufrimiento, como cuidar de las gallinas o escribir cartas de amor a su amada Rosa.

Fragmento de ‘Un barbero en la guerra’ | Fuente: Penguin Libros

Pregunta: ¿Tú pensabas que alguna vez escribirías e ilustrarías un diario de guerra?

Respuesta: ¡La verdad que no! Soy una persona super pacifista, que todo lo que es violencia y agresividad me genera un montón de miedo.

P: ¿Lo has estado pasando mal con lo sucedido en Gaza?

R: Desde el privilegio, con mis hijos, mi familia, mi casa, y toda esta posición en la que estoy, incluso me da palo decir cómo lo he pasado. Aquí lo tenemos todo, y desde este punto de vista privilegiado, lo he pasado fatal. He estado años posponiendo esta historia porque sabía que lo iba a pasar fatal. Nunca imaginaría que sacar esta historia iba a coincidir con un genocidio. Hay un capítulo en el que mi abuelo encuentra a una mujer muerta con un bebé vivo… y lo viví con todas las imágenes del bombardeo, de los cuerpos, de los padres despidiéndose de sus hijos. Lo he pasado realmente mal. Al final es cíclico, piensas que la sociedad progresa, pero los que están produciendo la guerra ya saben lo que va a suceder. Somos las personas las que caemos en olvidarnos de que no podemos ser manipulados de esta manera

P: ¿E ilustrarlo? ¿Cómo ha sido?

R: Duro. Me dejaba llevar por mis sentimientos y me salían del corazón, así que ha sido muy terapéutico.

P: ¿Terapéutico en el sentido de que puedes dejar el miedo a la guerra atrás?

R: No, la verdad. Creo que tengo más (risas). Tengo mucho más rechazo a las guerras y a la violencia. Imagínate; para mí mi abuelo era esa persona con boina a la que yo quería tanto. ¡Imagina coger cartas suyas con diecinueve años! Estaba obsesionado con su novia (mi abuela), mandándole notas eróticas escondidas entre las cartas… y entonces conocí a mi abuelo del todo. Yo no conocía a la persona completa; solo conocía la vejez. Empecé a entender muchas cosas de mi abuelo. Lo junto con recuerdo míos como nieta, como cuando de pequeña me caía de la bici y mi abuelo me decía: “¡No llores, no llores!”, lo junto con recuerdos suyos en los que tenía que bloquear las emociones para sobrevivir

P: ¿Qué momentos has preferido ilustrar, los recuerdos con tu abuelo o los horrores que vivió en la guerra?

R: Me ha gustado mucho ilustrar al abuelo que yo recordaba. Ilustrarme a mí me ha costado un poco. Yo venía de ilustrar mi niñez, así que dibujarme a mí me ha costado un poco. Era para un libro de lo que era crecer como niña en los 80 y los 90, con todos los prejuicios de género. No me apetecía ilustrarme a mí otra vez, pero a mi abuelo sí. ¡Retratarle de joven ha sido muy surrealista!

P: ¿Cómo fue el proceso de investigación? No solo para construir las vivencias de tu abuelo, sino histórico.

R: He hecho mucho proceso con el diario de mi abuelo, he comprobado que todos los datos de mi abuelo eran correctos… y he flipado. Si te daban una pluma y papel… ¡da gracias! Yo flipaba con que iba investigando lugares militares y batallas, lo contrastaba y estaba todo correcto, no sabía cómo lo podía recordar todo de una forma tan correcta. No hice investigación para la Guerra Civil. Si a alguien le interesa la guerra, hay miles de cosas más para investigar. Yo quería poner cómo lo vivían las personas, pero no investigué para nada la guerra de forma técnica.

Hay un capítulo en el que mi abuelo encuentra a una mujer muerta con un bebé vivo… y lo viví con todas las imágenes del bombardeo, de los cuerpos, de los padres despidiéndose de sus hijos.

P: ¿Para las ilustraciones igual?

R: Mi manera de generar la obra es bastante intuitiva. Yo leo mucho y medito mucho sobre esa persona o ese personaje hasta que yo pienso que lo he asumido mucho. A la hora de dibujar yo desconecto y me centro en el inconsciente. Absorbo mucho al humano, a la persona que voy a tratar, y cuando retrato, sale del subconsciente.

P: De todas las ilustraciones que hay en el libro, hay algunas que son muy, muy duras de retratar…

R: ¡Y cuando tienes hijos, más!

P: ¿Hay cambio a la hora de trabajar estas cosas cuando tienes hijos?

R: Sí. Cuando tienes hijos, la empatía que tú tengas se multiplica por doscientos. De repente, cuando ves a una persona crecer desde cero, a todas las personas que ves, las puedes imaginar de niño. Cuando ves a alguien haciendo algo tóxico, piensas: “¿Qué le habrá pasado en la infancia? ¡Tiene arreglo, fue una persona inocente!”, y eso tiene parte buena y mala. Eres muy consciente y entiendes el amor universal, pero vas sufriendo un poco por todo. A veces tienes que ponerte límites para no pasarlo más.

UN BARBERO EN LA GUERRA ILUSTRACIÓN
Fragmento de ‘Un barbero en la guerra’ | Fuente: Penguin Libros

P: Además, que tienes a una criatura que es incapaz de defenderse por sí sola, y ves más los peligros.

R: ¡Sí! Yo soy más de los peligros emocionales, sobre todo. Cuando va corriendo a un amiguito y el amiguito le da la espalda… yo me muero (risas), pero me tengo que acostumbrar, porque cuando le deje una novia a los 16 años no quiero que se corte las venas (risas) ¡no le puedo sobreproteger tanto!

P: ¿Cuál ha sido la ilustración más dura de trabajar para ti?

R: El bebé que estaba llorando con la madre que había muerto por un bombardeo, sin duda. Tengo un primer plano de la cara del bebé llorando, con la cara deformada, muy grotesca. Lo pasé muy, muy mal haciendo ese gráfico, pero creo que era necesario. Quiero ponerte en tu cara lo que está sufriendo este bebé porque no hay derecho a que bombardeen a este bebé.

P: ¿Tienes pensado ilustrar más conflictos así? Hemos hablado de que hay una mirada muy masculina en este tipo de conflictos.

R: Me encantaría. He visto que es muy necesario poner otro punto de vista, la sociedad tiene que entender el drama que es una guerra, tienen que ver qué es lo que es. Haría más, claro.

P: ¿Y algún otro diario personal?

R: Pues… tengo un diario de mi padre… ha sido un pensamiento así volado, creo que ni él sabe que lo tengo (risas), y pasa algo super curioso en esta sociedad que es que se cree que los padres tienen que proveer a los hijos económicamente y se piensa que su manera de querer a los hijos era esa, proveer económicamente. Hay algo que hay que explorar ahí.

P: Y te gustaría explorarlo.

R: Me gusta, pero aún no me siento preparada. Pero me he dado cuenta de que los temas que dan miedo son los que hay que abordar. Me he estado mucho tiempo escondiéndome en personajes, y al final estaba evitando ponerme en primera persona y utilizar mis propias historias. Cuando empecé a hacer libros sobre mí, siempre está esa historia de “Bueno, ¿y quién soy yo para hablar?”, pero te das cuenta de que tu vida es igual de importante que la de todos porque están conectadas. Los demás se proyectan en tu historia, y no eres más que un catalizador. Cuando lo vi más de esta forma más humilde pude empezar a contar las mías.

P: Empiezas el libro diciendo “tenía siete años cuando me llamaron roja por primera vez”.

R: Eso fue… (risas) Lo cuento como una anécdota, en realidad, yo tengo claro que vivo desde el privilegio además de todo lo sucedido con el trauma intergeneracional. Yo he visto cosas hacia mi familia, pero a mi edad son anécdotas… pero lo tuve que poner porque me parece muy curiosa. Eso no es ni de la generación de mi madre, sino de mis abuelos. Nosotros tuvimos que preguntar que qué eran los rojos, porque nosotros creíamos que era algo de los Power Rangers, o de los Teletubbies, en ningún momento pensamos que era algo relacionado a la política.

P: ¿Y cómo te ha influido que tu familia haya sido del bando republicano?

R: Quizás que hay más timidez, que haya mucho miedo al conflicto, a no molestar y no enfadar a nadie, porque es lo que he visto en mi casa, tirar al miedo y evitar todo lo que pueda disgustar a alguien. Pero yo, como buena oveja negra de mi familia, he decidido romper estos traumas intergeneracionales y trascenderlo. Creo que se puede hacer desde la unión, no todo es un posible conflicto; podemos tratar temas sin rencores, que es lo que quería mi abuelo. No se remueve de forma tóxica, ni con polémica, no es un libro para nada sensacionalista, sino lo contrario; lo que busca es sanar fantasmas.

P: ¿Crees que llevas ese trauma intergeneracional dentro?

R: Estoy segura. Soy muy loca de todo el tema del ADN y el tema genético, y se da por demostrado que los traumas están en el código genético. Antes de que la ciencia lo dé por comprobado, si eres observadora, se nota.

P: También dices que te sorprende mucho que los soldados fuesen críos. ¡Incluso tu abuelo tuvo que finalizar el servicio militar!

R: Hacían con sus vidas lo que querían. Mi abuelo tenía 18 años como “voluntario” (o eras voluntario, o venían a por ti). Mi familia es de Víllora, así que la ciudad más cercana era Valencia, y él se encontraba en capitanía. En julio del 36 le iban a dar un permiso para ir a su pueblo, a su casa, y lo cambió porque él quería ir a su pueblo en agosto, que eran las fiestas y quería bailar el paso doble con su novia y así empezar a vivir lo que iba a ser su vida. Lo cambió, y tuvo que luchar en la guerra. ÉL tuvo que prestar dos años más como servicio militar, y como había ganado Franco, tenía que ser del bando nacional, y tenía que servir a las mismas personas que habían intentado matarle.

UN BARBERO EN LA GUERRA ILUSTRACIÓN
Fragmento de ‘Un barbero en la guerra’ | Fuente: Penguin Libros

P: Quería remarcar mucho el tema del abuso y de las ejecuciones. Tu abuelo presenció muchas violaciones, abusos y ejecuciones, y seguir adelante.

R: ¡Sí! Y quería remarcar algo, porque muchos lo verían y no dirían nada. Mi abuelo tenía mucho respeto por las mujeres, mucho, y si te fijas, hay un capítulo en el que un señor estaba con una sustancia química en un pañuelo, y eso es porque mi abuelo lo remarca. Desgraciadamente, esto está vigente otra vez con la sumisión química. Mi abuelo lo señala diciendo: “este elemento, este desgraciado de la vida”… y luego, el padre de la chica quería pegarla, pero mi abuelo y otro compañero se acercaron diciendo que ella no tenía la culpa. Me parece increíble que mencione y relate esos casos y le daba la importancia que se le tenía que dar, incluso habla del caso de una mujer que un señor le había dejado embarazada en Valencia, que estaba muy alterada, que se quería vengar de él… y bueno, en las guerras las mujeres y los niños siempre han sido moneda de cambio.

P: ¿Qué sentiste al leer todo esto?

R: Al principio fue lo que me hizo no atreverme, pero después me movió un poco la responsabilidad como mujer de sacar a la luz estos temas, que se vea la deshumanización de estas mujeres. Incluso ahora, estamos como estamos. Se debe retratar, en contextos de guerra, el abuso que someten a las mujeres, y también el que no se ve.

P: ¿Está totalmente completo el diario?

R: Casi completo. Ha sido difícil, hemos modificado algunas cosas para el entendimiento del lector, pero lo queríamos dejar casi completo. Mi editora me ha ayudado mucho con ello, y lo ha tratado casi como un documento histórico. Lo hemos respetado al máximo, como hemos podido.

P: ¿Qué mensaje quieres que llegue a los lectores?

R: El mensaje de la sencillez, el amor a las cosas pequeñas, a la paz. Que se vea la ternura que él tiene, que no te esperas en un soldado. Es lo que más bonito me parece de este relato.

P: ¿Hay alguna vivencia de tu abuelo que tú hayas leído que te haya sorprendido?

R: Me da mucha pena que él luego tuviera que seguir después de la guerra y revivir ese trauma sirviendo dos años más y en el bando nacional. Algo que no he puesto en el libro porque tenía que acotar en algún punto, y bueno, mi abuelo de la posguerra no quería hablar mucho, pero cuando se iba haciendo mayor y se acercaba a los 90, con la degeneración de las neuronas se le iban cayendo barreras y me iba contando más. Me contó sobre una bordadora a la que le obligaron a bordar la barrera republicana a punta de cañón. Ella intentó resistirse, porque eran franquistas y sabía lo que iba a pasar, pero la obligaron. Cuando la bordó, la fusilaron. Eso lo presenció mi abuelo cuando terminó la guerra y estuvo obligado a estar en el ejército nacional. Siento mucha pena por él, por lo que tuvo que vivir. Eso lo dejó tocado y lo marcó para siempre, junto a la muerte de mi abuela. Vivió la vida pacífica que deseaba… pero traumatizado.

P: Hay que prestarle atención a estas cosas, pero por otro lado, nos vemos incapaces de aguantar la mirada por mucho tiempo.

R: Sí, es como que te quieres informar, pero también quieres protegerte. Yo, por mi parte, me cuesta aguantar la mirada. Es terrible que no tengamos acceso a mandar ayudas, es terrible que no tengamos acceso al gobierno para decir que no manden armas. Lo único que nos queda es hacer presión y hacernos cargo. También siento mucho conflicto en proteger mis emociones, pero no olvidarlo y seguir promoviendo.

P: ¿Crees que hay algún aspecto de la Guerra Civil que se pasa por alto?

R: Que se deshumaniza mucho. Se trata la guerra de una manera un poco banal. Ayer vi un vídeo de Haneke, que decía que no podía respetar lo que ha hecho Spielberg porque ha hecho pelis en las que la guerra era como un entretenimiento, y que él no sería capaz, porque no era un entretenimiento. Yo he podido hacer este diario de guerra porque era una historia personal, una historia humana. Por eso he huido de toda mención a batallas importantes. Repasando su diario, he visto que mi abuelo había estado en batallas super “épicas”, como en la Batalla de Teruel o en la Batalla del Ebro, pero no le daba ninguna importancia. No quería centrarme en eso porque no quería que hubiese nada de grandeza en la guerra. A mi abuelo le preocupaba más que las gallinas sufriesen un paro cardíaco de un bombazo.

UN BARBERO EN LA GUERRA ILUSTRACIÓN
Fragmento de ‘Un barbero en la guerra’ | Fuente: Penguin Libros

P: ¿Crees que tu novela sirve como memoria histórica de la Guerra Civil? No hay muchas historias así. Estoy segura de que muchísimos soldados pensaban como tu abuelo, pero tal vez no se atrevían a decirlo, o a escribirlo, pues seguramente muchos de ellos no tuviesen la educación necesaria.

R: Totalmente, es justo como lo dices. Algunos no podían. Mi abuelo escribió el diario y ahí se quedó. He pensado mucho en eso, en si debo sacarlo no, pero si mi abuelo lo escribió es porque quería que alguien lo leyese. Como tú dices, no hay muchas historias (ahora, afortunadamente hay más) así de humanas, porque no se atrevían o no tenían los medios emocionales para contarlo. Yo me quedo con eso, con que la gente vea la pérdida humana y el sufrimiento humano que produce la guerra.

P: ¿A qué tipo de lector quieres que llegue esto?
R:
Entiendo que habrá gente de más edad que le interesen los por menores de la guerra, pero me interesa que llegue a gente muy joven, que les quede más ajeno. Yo tengo mucho miedo de que se puedan repetir conflictos, y la gente tiene que entender cómo sufre cada persona y que vean lo valioso que es como estamos en una relativa paz (al manos lo que tenemos el privilegio) y que se den cuenta de lo frágil que es el equilibrio. No em hace gracia que determinados partidos o políticos vengan a revivir mierdas militares, o hacer campañas con chaquetas caquis. No es gracioso. No lo he vivido, pero como nieta de mi abuelo y conocer su historia y veo moviditas así… es desagradable. Imagino que son ricos o hijos de ricos, y sé que no se van a ver en las trincheras si surge un conflicto así. Me da rabia. ¿Por qué juegas? Espero que llegue a gente joven y les ayude a ver que no pueden permitir que vuelva a suceder esto.

P: ¿Crees que hemos superado la Guerra Civil?

R: Yo creo que no. No se ha hablado mucho, y es lo que decíamos antes: no se ha hecho terapia colectiva. Hace poco me encontraba dando clase para la UNRWA, que es la Agencia de refugiados palestinos, y estuve en varios institutos. Las personas de primero de bachillerato comprendían un poco más, pero en cuarto o tercero de la ESO… unos chicos se triggerearon bastante cuando mencioné la palabra “machismo”, porque dije que la guerra la hacían los hombres (y no me refería a soldados, sino a quienes la organizan). Y empezaron a decir que “las guerras estaban para ganarlas, que había que ser un winner, que los hombres ganaban la guerra porque eran valientes y fuertes”. Y me da pena. Te puedes ver con un uniforme militar, no es tan loco. Le ves con un desconocimiento… si hubiera un conflicto armado de este tipo, ni siquiera estarías aquí alzando la voz, saliendo por la noche.

P: Y podemos decir “tiene 15 años”… pero hay compañeros suyos que no alzan así la voz.

R: ¡Claro! Y podemos decir, ¿qué consume? Pues la guerra como un entretenimiento; películas, videojuegos… (¡y yo no estoy en contra de nada de eso!), pero en Estados Unidos se utiliza para entrenarlos como militares. Hay una novela, El juego de Ender, que trata esto. Desde ahí ya se sabe. Los soldados de Irak están jugando a Call of Duty. Yo no pienso que no puedan consumir contenido violento, pero hay algo más. Hay alguna negligencia emocional que hace que reacciones así. Ese chico veía la guerra como un partido de fútbol.

P: Entiendo que, por lo que dices, si alguien tiene una tendencia obsesiva a algo, si se le pone un estimulante, empeora.

R: ¡Claro! ¡Y luego está la falta de empatía, porque si no te pasa ti, aquí, y ahora, no piensas en las otras personas! Con la situación en Gaza, por ejemplo, hay unos tratados que se están violando. Estas grandes fortunas que manejan los países han visto que han podido violar estos tratados de paz, y si han visto que la ONU no hace nada, van a ir a por más. Y es la primera vez que lo estamos viendo en directo, y la primera vez que se están saltando tratados de guerra, y es muy peligroso porque ven que no pasa nada.

P: Y sobre todo por el beneficio económico que les genera.

R: Estados Unidos está construyendo un gran puerto en Gaza. La cosa es que el canal de Suecia ya no funciona igual de bien y necesitan la franja de Gaza, y eso es todo lo que pasa. Estados Unidos apoya a Israel para tener un megapuerto comercial para que te traiga un antifaz de Hello Kitty que no necesitas. Al final todo es eso, y lo único que podemos hacer es no consumir según qué mierda. Si un día vas por la calle por tus hijos y tienes que comprar unos nuggets de McDonalds porque es lo más barato y no te puedes permitir otra cosa, pues no te fustigues, pero dentro de lo que puedas, sé consciente de que esto es un juego del Risk. Vamos a ver si les cortamos el rollo con tanto barco de mercancía absurda, porque obviamente no es lo mismo que traigan prótesis de piernas… al ejemplo del antifaz de Hello Kitty, que no sé por qué, pero siempre se me viene a la mente. ¡Y además estamos contaminando el mar para que nos traigan esa mierda de mercancía! Al final, solo podemos boicotear.

P: Y al final, como última pregunta, ¿tienes algún próximo proyecto en mente?

R: Pues estoy terminando un libro para niños con el pelo largo. Mi hijo llevaba el pelo por la cintura, y aunque te creas que todo es muy moderno, no lo es. Cuento su historia personal, de que sufrió acoso por los prejuicios que los niños escuchan en su casa. Lo más doloroso y lo que hizo que quisiera hacer ese libro es que, a mi hijo, por tener el pelo largo, le dijeron que era de niña. Le llamaban niña. Mi hijo se tenía que defender de eso porque estaba viendo y entendiendo que niña era un insulto. No solo se están metiendo con su pelo, sino que le están generando misoginia. “Niñita, leoncita”, le decían (se llama León), como un insulto. Como feminista, no puedo aceptarlo. A esa edad prefieren encajar a ser ellos mismos, y claro, es muy delicado. Estuvimos mucho tiempo hablando con él, tratando de averiguar cómo se sentía, llevándole a una psicóloga… y al final se cortó el pelo… pero se arrepintió, y ahora está en el proceso de crecer el pelo de vuelta. Al final, hay que ser valiente para ser auténtico, y ese es el libro que estoy terminando ahora.

Un barbero en la guerra no solo es un testimonio personal, sino también un llamado urgente a la reflexión y la acción. A través de sus palabras e ilustraciones, nos invita a recordar la humanidad detrás de cada conflicto, a valorar la paz que disfrutamos y a comprometernos a trabajar por un mundo donde la violencia y el sufrimiento sean cosas del pasado, pues incluso en los momentos más oscuros, la empatía, la autenticidad y el amor pueden ser una luz que guíe nuestro camino hacia un futuro más justo y compasivo.

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