España está vacía. Señalen a los culpables…
España es mi país de vida. Aquí he crecido y me he formado. Quizá todo lo que sé a nivel educativo se lo debo a España, porque al igual que Nicaragua, me ha dado el pan más valioso que se le puede dar a un ser humano: cultura, conocimiento y sabiduría. Creo mucho en España, en su gente; en los buenos españoles con valores y principios. En los verdaderos periodistas (no periódicos), en las escritoras y escritores fabulosos que ha dado en su historia y que tiene este país, manjar poético para aquellos amantes del verso.
Pero España, esa España valerosa, sabia y defensora de la cultura, en los últimos años se ha tornado caliente. Cae y recae en sus errores, en sus enfermedades crónicas vinculadas a la política. Un pozo de desamparo, una bruma insensata vilamatesca ronda sus lindes. Veo el retrato de una España que se devora a sí misma y los perjudicados son los de siempre; la gente de a pie. El español ahora tiene la costumbre de odiar a su semejante, al de su propia sangre llegando incluso a considerarlo enemigo y no hermano ni compadre. La cultura española se desbarata, por intereses políticos hay quienes quiebran sus cimientos. Su rostro es un espejo desfigurado donde cada uno escupe gargajos verdes, vocifera y echa la culpa al que tiene más cerca.
Los españoles se han olvidado de la España de Cervantes. Su obra, quizá la más universal de todas, refleja un derrumbe que podemos trasladar a la contemporaneidad. Los ciudadanos españoles deben recodar aquello de «Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro» y desligarse completamente de los «¡Celos, cuchillos de las más firmes esperanzas!». Díganme, señores: ¿a quién le importa Cervantes a estas alturas? No creo ni que le interese al mismísimo Ministro de Cultura. Que como todos los ministros, no sabrá nada de cultura. Díganme, señores: ¿acaso importa la cultura en un país que no hace más que escupir lava?
España, rescatando unas apreciaciones literarias del gran Víctor Manuel Ramos, continúa con sus dilemas clásicos, pero en el peor de los terrenos: el político. Las dos almas del español ya las sintetizó Cervantes en El Quijote. Los dos extremos están allí contenidos. Primero, el idealista y guerrero y, por otro lado, el mundano, hedonista y práctico. España recorre calles con senderos decepcionantes, cisnes negros que no sonríen, caras largas y temibles. Son tiempos de Españas decrépitas con árboles de haronía, resignación, desinformación y analfabetismo.
«España, como otros pueblos de Europa, parecía entonces una mujer vieja y febril que se pinta y hace una mueca de alegría», escribió Pío Baroja. Si hoy levantara la cabeza, el suelo caliente, la ineptitud del aire, el desinterés por la cultura y el amor a lo instantáneo y banal, provocarían su ira y se marcharía al ver «cómo toda la vida española se iba desmoronando por incuria, por torpeza y por inmoralidad». España está vacía o, mejor dicho, la han vaciado. Señalen ustedes a los culpables.

