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Dejar todo atrás

 Por Ángel Gómez-Lobo  

Francisco es un hombre normal de 53 años. Demasiado joven para ser considerado mayor y sabio, pero demasiado viejo para considerarle parte de la «élite» que es la juventud que, dentro de poco, tomará definitivamente las riendas de este encabritado mundo para intentar corregir su rumbo o para estrellarlo definitivamente. Francisco es oriundo de Castellar de la Frontera, un pequeño pueblo gaditano de unos 3000 habitantes. Francisco (al que su mujer y sus amigos más cercanos llaman «Paco») no tenía muy claro que quería ser de mayor cuando era pequeño, pues cuando iba al colegio estaba demasiado ocupado leyendo novelas de Julio Verne como para pensar en el futuro, y ante esa insistencia de los adultos por conocer las aspiraciones de los niños ( que, por saber, ni siquiera saben exactamente por qué giran los planetas o por qué se quedan las mujeres embarazadas) siempre respondía que su oficio iba a ser el de «viajero». Francisco soñaba con surcar los siete mares y con conocer los secretos de todos y cada uno de los desiertos, bosques y selvas de un planeta que se le antojaba como un misterio inmenso y delicioso que quería saborear como esos caramelos de fresa que tanto le gustaban. Sin embargo, el tiempo y la madurez barrieron los sueños infantiles de Francisco, y tras aprobar unas oposiciones, Paco comenzó a trabajar como funcionario en el Registro del ayuntamiento de Algeciras. A Francisco, al acabar sus monótonos turnos en el Ayuntamiento, le gustaba pasear solo y en silencio por el puerto de la ciudad, mirando los barcos y tratando de deducir hacia dónde partirían al día siguiente.

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Puerto de Algeciras. Vía: papeldeperiodico.com

Durante estos paseos nocturnos, Paco se sentía un poco menos Francisco y un poco más Paquito; aunque había asumido que nunca recorrería el mundo como Phileas Fogg, ese sueño de aspirar a algo más no le había abandonado todavía, pues en un rincón de algún oscuro compartimento de su pecho había estado escondida esa ilusión y había madurado con él; esa quimera que contaminaba su espíritu y que le hacía detenerse a contemplar las puestas de sol había cambiado de forma a lo largo de los años. Al igual que sus palabras, sus pensamientos y sus miedos, los sueños de los niños no son como los de los adultos; se desarrollan y se van adaptando a las normas de un juego que se practica en oficinas y registros en vez de en un patio de colegio. Aunque en el proceso estos residuos infantiles, que son tan nuestros como nuestros ojos, nuestras caras y nuestros arrugas, se visten y tratan de volverse solemnes, en esencia siguen siendo iguales. Paquito, desde alguna caverna del cráneo de Francisco no suplicaba a su versión adulta que huyese a Borneo para perderse entre los árboles y observar a las fieras, sino que le arengaba para cumplir la noble y humilde tarea de romper con todo . Quería recuperar las riendas de su vida quemando todos los puentes que en un principio construyó con ilusión, pero que ahora cruzaba día tras día por pura inercia. De Castellar a Algeciras y de Algeciras a Castellar. Nunca a Borneo.

En realidad no conozco a Francisco, y probablemente nunca lo conoceré. Vais a tener que disculparme, pues de nuevo mi imaginación me ha llevado hasta escenarios irreales. No he podido resistir la tentación de desplegar las alas esta vez, pues mientras esperaba al autobús para que me condujese a casa tras volver de la universidad, recibí el siguiente mensaje:

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Este mensaje (sin duda fruto de la equivocación de alguien) no habría superado el terreno de lo anecdótico si no fuera porque, ya en el bus, recibí una llamada de un taxista andaluz preguntando por un tal Francisco. Tras conversar con él unos cuantos segundos y aclarar el malentendido, sentí que el autobús en el que viajaba era menos autobús; su paso sobre el asfalto era más ligero que de costumbre, convirtiendo la penosa travesía del vehículo urbano casi en una agradable circunnavegación por el mar. ¿Quién sería ese tal Francisco? Justo iba a olvidarme de todo el asunto cuando ,de nuevo, (esta vez fue una mujer, también con acento andaluz) me llamaron preguntando por Francisco. Parecía casi como si ese doppëlganger gaditano que acababa de descubrir hubiese dado mi número a todas aquellas personas. Aún me quedaba bastante rato hasta llegar a mi casa, y sentía como una idea (que espero que esté floreciendo adecuadamente en estas líneas) comenzaba a coger impulso para dar vueltas en mi cabeza y dejarlo todo patas arriba. ¿Y si ese tal Francisco quería esconderse y por eso había dado mi número de teléfono a todas aquellas personas? ¿Huiría de algo? El autobús frenó de repente, y tras la sacudida vi claro el retrato de Francisco en mi mente. Esta vez había sido el propio Francisco el que se había puesto en contacto conmigo, por esa vía directa mental a la que algunos llaman simpatía y otros empatía, para mostrarme esas ganas de escapar que tenía. Seguramente Paco y yo compartamos no solo un número de teléfono muy parecido, sino también unas emociones que nos unen a los dos con el resto del género humano: unas ganas de dejarlo todo atrás solo porque sí, solo por tentar a la suerte y ver lo que pasa si salimos de esa zona de confort en la que estudiamos, comemos, dormimos, nos emborrachamos y nos divertimos de vez en cuando.

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Misteriosas llamadas de unos aún mas misteriosos sujetos que buscaban contactar con Francisco.

¿Y si Francisco, en vez de una persona anónima en la que nunca iba a volver a pensar, era un hombre de 53 años que soñaba con recorrer las selvas de Borneo? ¿Y si a estas horas, cansado de la vida que había llevado hasta el momento, se encontraba viajando como polizón en un barco que ya estaría bordeando las costas de África? ¡En mi cabeza estaba claro! En uno de sus melancólicos paseos, Francisco por fin se decidió; dejaría una nota a su familia y nadie volvería a saber nada de él. Emprendería un viaje sin rumbo que terminaría por borrar su nombre y su identidad por completo. Francisco tendría algunos compromisos y algunas llamadas que atender, pero podría dar un número falso (el mismo en las dos ocasiones, para no levantar sospechas) para que al pobre ingenuo que las recibiese le tocase dar las explicaciones pertinentes.

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La danza de André Derain

Quizá todo esto suene demasiado retorcido. Pero quizá retorcer la realidad hasta exprimirla para extraer de lo cotidiano un poco de magia sea mi manera de escapar de la rutina, porque la mayoría de los mortales no podemos permitirnos el lujo de colarnos en un barco pesquero para iniciar una vida nómada. A esta conclusión llegué cuando bajé del autobús en la misma parada de siempre; no estaba en Borneo, sino en mi calle, aunque el trayecto me hubiera parecido un viaje transatlántico. Tenía que darme prisa y comer pronto para sumergirme de nuevo en mis tareas, consumir el tiempo que me sobrase de cualquier manera y dormir para empezar de nuevo al día siguiente. Ese día iba a ser un día como cualquier otro.

Y no pasa nada. Porque en el mundo real casi nadie escapa de su vida haciendo autoestop o subido en una alfombra mágica. Algunos incautos, como Francisco, creen que poner tierra de por medio nos libra de nuestros problemas, cuando casi siempre nos hace víctimas de ellos. Por muy rápido y discreto que un peregrino sea en su huida, las responsabilidades le acosarán como las autoridades atosigaban a DiCaprio en Atrápame si puedes. Corre si quieres correr, vuela si quieres volar; pero hazlo solo porque hay algo dentro de ti que quiere ver mundo, nunca porque creas que la carretera y las estrellas son una fórmula mágica para aplacar la tormenta de ruidos, quehaceres y agobio que tanto nos han acostumbrado a soportar.

Al igual que escribir es mi manera de huir, todos tenemos una forma de evadirnos. Quizá de una manera menos romántica que Paco, pero igualmente efectiva. Si encuentras tu propio sendero a Borneo, cada semáforo será una palmera; cada paso de peatones, un caudaloso río y cada día, una oportunidad de recorrer el mundo como ya lo hacía un niño llamado Paquito leyendo las aventuras de Phileas Fogg.

31/01/2019


La música es uno de los métodos de evasión más populares, y por eso no me he podido resistir a elaborar una playlist con canciones que se engendraron a partir de las ganas de ver mundo de los artistas que les dieron vida. Disfrutadla, pero no vayáis muy lejos. 

 

 

 

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