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Él Mató Un Policía Motorizado en Madrid: crónica de un ritual de soledad compartida

El quinteto presentó en la capital su último trabajo Súper Terror

En el día más lluvioso de las últimas décadas, La Riviera acogió el concierto del grupo con el nombre más largo de las últimas décadas; Él Mató Un Policía Motorizado consiguió capear el temporal y traer su denso kraut-rock desde Argentina hasta la sala, que recibió al cuarteto con los brazos abiertos.

La música está volviendo a ser un ritual, se está volviendo a convertir en un encuentro; en un momentum marcado por los singles, los EP’s de menos de 10 minutos y por los temas de menos de tres, parece que el público se está decantando por la música en vivo; la multitudinaria asistencia a festivales, el renacimiento de las raves y la moda de los remixes —una estrategia millonaria adoptada por la industria del reggaeton para repetir hasta la saciedad el éxito del mes— parece querer llevarnos de vuelta a tiempos ancestrales para la música pop, en los que ni los Beatles ni los Beach Boys habían comenzado a trastear con las posibilidades infinitas del estudio.

Hasta entonces, el espacio natural para la expresión musical se encontraba en las tablas de los escenarios, en el escándalo de los clubs de jazz repletos y en el barro y la muchedumbre de los festivales de rock al aire libre. Sin embargo, la progresiva sofisticación de las técnicas de producción y grabación llevó a los artistas a alcanzar un hito que, desde el siglo XX, ha cambiado la historia de la música: gracias a las miles de herramientas creativas que manejan los productores a día de hoy, lo artistas pueden  construir auténticos puzzles que difícilmente pueden ser interpretados en vivo: los intrincados trucos de producción y las numerosas capas de efectos y loops alcanzan sus máximas cotas en la obra de artistas como Aphex Twin o Burial, pero definen prácticamente la totalidad de la música que se compone y que consumimos en sofisticados equipos de reproducción de música.

Concierto de 'El Mató a un Policía Motorizado | Fuente: Alejandro Hortal para El Generacional
Concierto de ‘Él Mató a un Policía Motorizado | Fuente: Alejandro Hortal para El Generacional

Sin embargo, a pesar de la calidad de la música de estudio –y de  la facilidad que tenemos para degustarla– los precios de los conciertos no paran de subir, y cada año los festivales masivos –copados por las superestrellas del momento– agotan sus entradas en cuestión de horas: después del auge de la música de estudio, ¿está regresando el interés por ver a los artistas en carne y hueso, arrancando las notas de sus guitarras o sintetizadores? Voces críticas como la del periodista Nando Cruz –que ha dedicado un libro al tema de los festivales masivos– se muestran escépticas con este modelo: artistas como Yung Beef hacen un playback explícito de sus propias canciones en sus actuaciones en directo, que  más que como recitales, se presentan como fiestas o eventos que reúnen a seguidores de una determinada corriente estética o musical.

De espectador a consumidor

La música pasa a un segundo plano, y en este tipo de conciertos –así como en los macrofestivales– el espectador se convierte en consumidor: en consumidor de artistas, consumidor de bebidas, consumidor de perritos calientes a 5 euros y consumidor de experiencias plasmables en Instagram. El panorama, visto así, es desolador, superada la resaca post-festival, ¿se ha pervertido del todo el espíritu del directo? ¿Existe un horizonte para que un oído acostumbrado a la perfección y a los arreglos de producción disfrute de los fallos y los imprevistos del directo? Circulando por las calzadas mojadas de Madrid, de camino a la Riviera, me hacía estas y otras preguntas, temiendo que Él Mató Un Policía Motorizado me decepcionase en su concierto en Madrid, por no ser capaz de conectar on una propuesta que, si bien funciona en la intimidad de la habitación, temía que no fuese a cuajar en una sala de grandes dimensiones como lo es La Riviera.

La banda, ampliamente conocida en su país de origen, ganó una cierta notoriedad después de que la artista Amaia la citase como su grupo favorito, y se consagró en nuestro país después de la publicación del cover Espacio Vacío que los argentinos grabaron junto a los archiconocidos Carolina Durante. La gira española de la banda apenas ha cubierto cuatro ciudades, y el concierto en Madrid tuvo lugar en el transcurso de uno de esos episodios de caos climatológico que, desde hace unos años, sumen a la ciudad en un estado de parálisis e histeria colectiva.

Ambiente oscuro y sobriedad

Tal y como pensaba, la música del cuarteto argentino El Mató A Un Policía Motorizado no es la misma en sus discos que en directo; los lánguidos y repetitivos versos cantados por el tímido Santiago Motorizado, fortalecidos por la potencia de los altavoces, entran vibrando en tus huesos y resuenan en tu cráneo, contagiándote de la cadencia de sus letras y del mensaje profundamente emocional que tratan de transmitir.

Concierto de 'El Mató a un Policía Motorizado | Fuente: Alejandro Hortal para El Generacional
Concierto de ‘Él Mató a un Policía Motorizado | Fuente: Alejandro Hortal para El Generacional

Los repetitivos ritmos de batería de Willy –que recuerdan a los experimentales temas de grupos como Neu!– no ayudan precisamente a liberarse del extraño bucle onírico en el que te sumerge el quinteto argentino, tanto en directo como en su excelente discografía – ¡cuántos sueños extraños me ha provocado el ruido ordenado de La Síntesis O’Konor!. En directo, eso sí, relucen mucho más los discretos – pero siempre interesantes- riffs y arreglos de guitarra de Manuel Pantro Puto, que sacan a relucir la vertiente más noise del grupo, y que a mí siempre me ha recordado a los registros más chillones del guitarrista Black Francis, de los Pixies.

Entre canción y canción, un silencio solo roto por las palabras de agradecimiento del frontman, Santiago, y unas preguntas en tono contenido: «¿Quieren más?». Cuando acabó el concierto, el grupo no había realizado una larga presentación de cada uno de los miembros, ni había realizado ninguna cover, ni había protagonizado ningún número especial en directo, a los que tanto estamos acostumbrados en los conciertos. (Yo esperaba, iluso, una interpretación de Espacio Vacío junto a los Carolina Durante, que acudieron como público a la cita).

Un repaso a toda la discografía

El recital, en su totalidad, se sostuvo sobre el contundente repertorio de la banda, que tocó una selección de temas relativamente recientes, incluyendo algún clásico absoluto como Mi Próximo Movimiento. No faltaron, por supuesto, temas como Mujeres fuertes y bellas, El Mundo Extraño, Ahora imagino cosas o los más recientes Diamante roto o Tantas cosas buenas.

Detrás de los músicos, tan herméticos como sus letras, un desfiles de luces e inspirados efectos visuales daban vida a la pantalla de La Riviera.

Aunque pueda parecer un poco decepcionante o repetitivo –Santiago Motorizado dio las gracias cerca de una decena de veces entre tema y tema–, un discurso desapegado del minimalismo y la sobriedad habría roto el ambiente crepuscular de la sala: El Mató, a pesar de las referencias que he ido diseminando por el artículo, es ciertamente un grupo difícil de clasificar, un exponente contemporáneo del No Wave que encarnaron artistas como Sonic Youth o Glenn Branca. Su imagen y estética se basa, en gran parte, en la ausencia de una estética.

Música para acompañarse

Cuando uno se sumerge en un disco de esta banda, no solo navega entre capas de sonidos a veces densos y a veces chirriantes, sino que entra en un mundo sentimental muy íntimo y propio; sin grandes metáforas ni florituras estilísticas, la lastimosa voz de Santiago consigue que sentimientos complejos y delicados conecten contigo, sin entender ni siquiera por qué te está asomando una lagrimita al escuchar El Tesoro o Más o menos bien. La música de Él Mató –y en eso acompañaba el tiempo atmosférico– es música melancólica compuesta por gente solitaria, para acompañarnos en nuestros momentos más solitarios. ¿Cuántas veces nos sentimos solos en este mundo? ¿Cuántas veces no conseguimos verbalizar lo que atormenta a nuestros corazones? Escuchar canciones de grupos «de estadio» como Foo Fighters o Green Day –o Bad Bunny o Quevedo– te hace sentir acompañado, pero escuchar Súper Terror te hace sentir terriblemente solo.

Eso pensaba hasta que la multitud que estaba asistiendo al concierto comenzó a corear los fraseos finales de El Tesoro, una canción tranquila e introspectiva convertida en un himno
de estadio. Los temas más enérgicos, como Chica rutera o Chica de oro trajeron consigo grandes pogos, en un ambiente de pesadumbre que, en un inicio, no invitaba a ello. En ese día lluvioso, un montón de fans del ruido saltábamos y celebrábamos las canciones más crípticas y tristes del pop contemporáneo.

¿Así se sentían los seguidores del shoegaze en las actuaciones de My Bloody Valentine? ¿Ese era el ambiente de los conciertos de Los Planetas en los momentos de ebullición del indie español? Aunque no viviré esos días, quiero pensar que el espíritu es el mismo, y que frente a un modelo de conciertos basados en el consumo, el ritual ha regresado gracias a El Mató y otra infinidad de grupos –como Menta o La Plata, cada cual tiene a los suyos– que no hacen nada más –y nada menos– que traernos una nostalgia colectiva, una sentimentalidad universal, una soledad compartida.

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