¿Por qué nos empeñamos en justificar el maltrato animal?
Hace unos meses, la Comunidad de Madrid suspendió la actividad del laboratorio Vivotecnia a raíz de la difusión de unos vídeos que evidenciaban maltrato animal. Hace un par de semanas, la misma comunidad decidió dar permiso para reabrirlo
En numerosas ocasiones he escuchado y participado de discusiones sobre el testeo de un producto en animales antes de sacarlo al mercado. Desde 2013, cualquier producto cosmético en Europa es cruelty free o libre de crueldad animal. Hasta entonces, la toxicidad de esos productos se probaba en perros, cobayas, ratas, conejos… en muchas ocasiones descuidando a los animales por completo. Aunque parezca un tema actual, en el siglo XIX surgió la Real Sociedad Para la Prevención de la Crueldad Hacia los Animales en Gran Bretaña.
Sí, es posible comprobar la efectividad de los productos cruelty free. Gracias al análisis insílico (por ordernador), EpiSkin (produciendo células de piel humana en laboratorio), la prueba de parche o los estudios de usuarios controlados. Aun así, algunas empresas siguen empeñándose en experimentar con ellos. Hay que tener en cuenta que los productos con la marca cruelty free no tienen por qué ser veganos, sin embargo, los productos veganos sí son cruelty free.
Esto me lleva a preguntarme: ¿con qué derecho nos creemos los seres humanos para infligir dolor a otros animales? Porque, lo más importante y que no debemos olvidar, es que nosotros somos un animal más. Los antiguos griegos creían en la capacidad intelectual y cognitiva de estos seres vivos y, por ello, muchos decidieron seguir una dieta vegetariana o disminuir el consumo de carne. Pitágoras (siglo V-VI a. C.) lo propuso en su obra Sobre la abstinencia, y sus seguidores comenzaron a llamar a esta dieta pitagórica. Es decir, que esta tendencia que parece nueva, no lo es tanto. Pero es cierto que, actualmente, podría decirse que está más aceptado entre la sociedad.
“Mi cuerpo no será una tumba para otras criaturas” Leonardo da Vinci
Vegano vs. Sano
En los supermercados encontramos una sección dedicada a productos veganos y vegetarianos entre los que predominan colores muy presentes en las verduras (verde, naranja, rojo…). Las empresas alimenticias han aprovechado este auge para vender productos ultra procesados bajo la etiqueta “vegano”. No obstante, eso no es sinónimo de sano. Además, empresas cárnicas sacan al mercado productos muy similares a la carne en aspecto y sabor sin ninguna presencia de esta.
Y entonces me surge otro dilema moral: por una parte, el hecho de producir más comida vegetariana podría conducir a una reducción de la producción de carne; pero, por otro lado, por mucho que El Pozo o Burger King ofrezca productos veganos, creo que, como protesta, no deberían consumirse. Ya lo hacían los antiguos griegos, es posible tener una alimentación basada en plantas sin necesidad de comer beyond meet. ¿A quién damos nuestro dinero? ¿Qué provocamos con ello?
Según la revista americana The Economist, si en 2050 todos los humanos fuéramos veganos, los gases de efecto invernadero relacionados con los alimentos podrían reducirse hasta en tres cuartos, y la esperanza de vida aumentaría considerablemente. Cómo podría cambiar el planeta si, tan solo, redujéramos la explotación animal. Pero los hábitos son difíciles de cambiar y las empresas no están dispuestas a perder. Tenemos a nuestro alcance información más que suficiente para replantearnos la dieta humana.