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Ocho mil millones

El nacimiento del pequeño Damián, cubierto en la prensa dominicana como un alumbramiento con tintes mesiánicos, otorga al planeta un nuevo y curioso récord de población. O de sobrepoblación; o incluso de población mal repartida.

En 2023, India adelantará a China como el país con más habitantes del mundo. Lo hará como un estado capaz de concentrar entre sus fronteras, amén de los contrastes que ofrece el continente asiático, dos polos opuestos: el mayor porcentaje de ricos por persona y, al mismo tiempo, de pobres en riesgo extremo; colocados en fila india -hindú- a lo Rich Man, Poor Man, que diría Irwin Shaw. Y conviven calle con calle, como vecinos de todo y de nada la vez. Con tanta población es un lujo, a lágrimas y diamantes, que puede permitirse un país tan peculiar.

La tierra del hinduismo, cuna del sánscrito, llegó muy pronto a mi estantería envuelta en un halo de misterio oscuro y noches rojizas de luna llena. Calcuta era la capital de la maldad y el simbolismo, con sus casas de piedra derruida, plagadas de runas selváticas, construidas hace muchos siglos sobre el barro donde duermen tigres salvajes, por las que se cuelan lianas y ladrones.

El sultán de lo desconocido era el Ganges, porque todas las ciudades que pretendan aterrorizar con lo natural deben tener un río. Entre sus aguas emergía una figura solitaria cuyo cuento Zafón, en el Palacio de la medianoche, transformó en lejana realidad.

Otro río que empieza por la misma letra es el Guadiana, que puede ser, perfectamente, su antónimo. No se parecen ni en el blanco de los ojos que deja ver a su paso por el centro peninsular. Uno baña la orilla de lo extraño, con siseos de fondo, y el otro la dehesa extremeña. Si Delibes hubiera escrito Los santos inocentes basándose en los alrededores del Ganges, los cortijos serían fortalezas abandonadas y la milana un pájaro de fuego.

El escritor vallisoletano escogió sabiamente Extremadura. Una región incomunicada, pobre y envejecida; que todavía rumia los valores latifundistas del campo para el labriego, pero sin él: despotismo de señorito. Campos vacíos de almendro y corcho.

Damián guarda la placa de su hazaña inconsciente -junto a la camiseta de “¡Bebé 8.000 Millones!”– en República Dominicana, desde donde conmemorará el día de mañana un récord de población mundial; que también lo es de sobrepoblación por la abominable Calcuta, o incluso de población mal repartida por la tranquila dehesa extremeña.

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