Pocas cosas unen tanto a la sociedad como la curiosidad. Somos por naturaleza seres observadores, en constante relación con los demás y dispuestos a enterarnos de cualquier detalle sobre la vida íntima ajena.
Bueno, tal vez generalizar con esto último no sea del todo lo más adecuado, pero el apogeo de redes sociales como Instagram, donde podemos estar al tanto de lo que hace cualquiera, tampoco invita a pensar lo contrario. Estamos conectados con el mundo y no queremos que nada se nos escape.
De hecho, fue en esa misma red social, Instagram, donde hace unas semanas se popularizó la tendencia de compartir tu Spotify Wrapped de 2022. Por si todavía queda alguien que no esté tan conectado con el mundo como se cabría esperar tras mi quizá demasiado básica descripción anterior, el Wrapped consiste en descubrir cuáles han sido tus canciones y artistas más escuchados durante el año en dicha plataforma. Es en realidad esta funcionalidad de Spotify la que me lleva a escribir estas líneas, aunque no precisamente porque se haya viralizado entre los usuarios de ninguna red social.
Aparte de lo extremadamente humana que resulta la necesidad de querer saber a quiénes escuchan los demás y cuál ha sido la música que más se ha consumido a nivel global, es muy interesante poder gozar de estos datos para conocer la dirección que estamos tomando como individuos. ¿Acaso no se dice que entendiendo la banda sonora de nuestra vida podremos entendernos mejor a nosotros mismos? Pues, en lo que a mí respecta, confieso que me resultó bastante revelador que, de las 50 canciones más escuchadas del año, 19 no alcancen ni siquiera los tres minutos y únicamente 7 sobrepasen los cuatro. Que sí, que puede parecerte tan solo un dato curioso, pero yo apuntaría algo más: corrobora el mundo de la inmediatez hacia el que nos dirigimos.
Esta observación no se trata de ninguna casualidad, pues cierto es que en los últimos años ha ido disminuyendo cada vez más el tiempo promedio de una canción. Según un estudio realizado por el ingeniero Michael Tauberg en 2018, los éxitos de la revista musical Billboard han perdido alrededor de cuarenta segundos desde el inicio del siglo hasta ahora. Sería estúpido pensar que este cambio no tiene propósitos comerciales detrás: mientras menos dure una canción, mayor cantidad de veces podrá ser reproducida en un tiempo determinado. Y, en la era del streaming, mayor cantidad de reproducciones significa mayor cantidad de dinero. Sin embargo, considero que la lucha por lograr mantener la atención del oyente también es un factor determinante.
Con el auge de aplicaciones como TikTok, cuyo principal contenido son vídeos de apenas 15 segundos, es evidente que estamos priorizando lo corto en pos del marginamiento a aquello que ahora consideramos demasiado largo. Y es que esto no solo se aplica a la industria musical, sino que es un comportamiento que se está experimentando en cualquier ámbito. Preferimos ver un vídeo de menos de 30 segundos en lugar de consumir uno de 10 minutos con más información, al igual que anteponemos las noticias narradas en tuits de 280 caracteres sobre las que vienen explicadas en artículos exhaustivos. Queremos saberlo todo, pero antes y más rápido.
Y, siendo honesto, no pienso que esta transformación sea tan negativa como algunos puedan hacerla parecer, pero tampoco es positiva. Vamos directos hacia una sociedad de la inmediatez en la que el tiempo es el tesoro primordial, por lo que hemos de estar preparados para saber adaptarnos y convivir en este futuro que cada vez se disfraza mejor de presente. Siendo conscientes de nuestra mínima capacidad de atención, tratemos, por ejemplo, de indagar más sobre un tema en lugar de quedarnos únicamente con el titular. Pongamos de nuestra parte. Pero apreciemos también las pequeñas cosas y exijamos que aquello que nos rodea —música, literatura, prensa, televisión…— trate de evolucionar a la par que lo hacemos los demás. Un mejor funcionamiento de nuestra sociedad también depende de que los medios con los que nos relacionamos intenten con éxito ajustarse a nosotros.
En cuanto a mí, reconozco que espero y deseo que la advertencia que da nombre a este texto haya llamado lo suficiente tu atención como para darle siquiera una oportunidad —la cual, en efecto, tu mera lectura de este párrafo confirmaría—. Si tal es el caso, te pido disculpas. Puede que no te apeteciera leerlo. Lo entiendo.