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sábado, junio 10, 2023

El choque generacional mata la tecnología, pero también el arte

El uso de las nuevas tecnologías es el principal factor que se pone en entredicho cada vez que hay debates generados a raíz del choque generacional. Sin embargo, esos debates a veces se convierten en una guerra sin fin. Y, como en toda guerra, puede ser más lo que perdamos que lo que ganemos.

Cuando me preguntan que por qué sigo teniendo Twitter a pesar de las tantas polémicas que se crean a raíz de este, mi respuesta siempre es la misma: porque, a veces, se consigue crear un debate sorprendentemente enriquecedor. Y, solo por esas pocas veces, merece la pena. Uno de los mejores casos que recuerdo fue a consecuencia de una columna de Álvaro Bilbao para el periódico El País: “Un niño de seis años, si tiene consola, perderá el interés por dibujar. El de ocho dejará de mostrar interés por leer libros si puede jugar al Fortnite y el de diez preferirá mirar su teléfono al salir de la escuela a jugar con sus amigos”, escribía el neuropsicólogo en defensa de que los padres no den un móvil a sus hijos hasta los doce años. Y dichas declaraciones ya han suscitado controversia en redes sociales.

Las palabras de Álvaro Bilbao suponen la reavivación de un tema que, en realidad, nunca ha acabado estando del todo en el olvido: la influencia de las nuevas tecnologías en los jóvenes. ¿Cuándo es el momento idóneo para que los niños tengan su primer móvil? ¿Cómo puede afectarles el uso de este? ¿El acceso a Internet termina destrozando su infancia? Preguntas que, en muchas ocasiones, se responden sin siquiera tener en cuenta que los tiempos han cambiado y que no es posible pretender que los jóvenes del 2000 pasen su niñez como lo hicieran los de los años 60.

Lo cierto es que las estadísticas hablan por sí solas: atendiendo a un estudio realizado por el Centro para la Cinética Generacional, el 95% de la Generación Z —jóvenes de trece años o más— posee un teléfono móvil, mientras que el 55% de ellos pasa en este más de cinco horas diarias. Sin embargo, lo que esas estadísticas no especifican es el uso que los jóvenes hacen de los mismos. Más que en el tiempo que se pasa detrás de la pantalla, considero que también es importante poner el foco en qué se está invirtiendo ese tiempo. Porque, en la mayoría de los casos, pasar el rato pegado al teléfono o al ordenador es una conducta menos repetitiva de lo que pueda llegar a parecer.

Por poner un ejemplo, la plataforma Wattpad anunciaba hace unos meses que había alcanzado los 90 millones de usuarios. La aplicación, dirigida a jóvenes lectores y escritores, reúne un sinfín de títulos que se pueden leer de manera gratuita. En un mundo en el que Internet se ha transformado en la principal herramienta para realizar cualquier actividad, ¿por qué pensar que un teléfono móvil perjudica el hábito lector, cuando realmente tiene la capacidad de incentivarlo? Por otro lado, ¿cuánta gente se enganchó al hilo de Twitter de Manuel Bartual, relato que se viralizó en 2017? Aunque claro, habrá quienes digan que eso “no es literatura”. Pero los tiempos cambian, las formas de hacer arte cambian y, el modo en que lo consumimos, también.

La tecnología no solo da lugar al fomento de muchas actividades por las que los niños puedan no sentirse atraídos en un principio —pues convertir en obligatoria la lectura de La Celestina en los centros educativos quizás no sea la mejor idea para generar nuevos lectores—, sino que incluso ha creado nuevas fórmulas de entretenimiento que las pasadas generaciones aún se muestran reticentes a aceptar. Pensar que los videojuegos provocan que desaparezca la pasión por el dibujo —como señala el autor de la columna— es una idea tan ridícula como la de pensar que los videojuegos no son un pasatiempo tan lícito como el dibujo. De hecho, el fuerte crecimiento de los fanarts y el enorme número de artistas que ha nacido a raíz de este tipo de obras ha sido ocasionado, precisamente, por los videojuegos y no a pesar de estos. Difamarlos conlleva, asimismo, difamar todo el interés que logran despertar hacia el arte.

En lo que a mí respecta, en casa no me dieron un móvil hasta los doce años. No obstante, sí que disponía de un ordenador del que hacía uso desde mucho antes. Y, aunque a casi nadie a mi alrededor le apasionara la lectura, gracias a ese ordenador descubrí que existía un amplio grupo de personas que compartían sus opiniones publicando reseñas en lo que denominaban “blogs”. Gozar de un dispositivo electrónico con el que poder descubrir ese mundo no solo me motivó a seguir leyendo, sino que también me hizo dar el paso para escribir acerca de lo que leía. Ahora acumulo más de un centenar de reseñas en la web y publico relatos que, de otra forma, tal vez no habría plasmado sobre el papel jamás. Si no fuera por Internet, tampoco habría acabado formando parte de una comunidad maravillosa con las mismas aficiones. Y, eso, a un niño que siente que no encaja en su círculo de gente más cercana, puede llegar a cambiarle la vida.

Que existe una gran y peligrosa dependencia hacia las nuevas tecnologías es innegable, pero no debemos obviar el hecho de que están aquí para quedarse. Quizás, en lugar de prohibirlas, la verdadera solución se encuentre en educar a usarlas desde el respeto y con responsabilidad. Es triste pensar que, al final del día, esta batalla entre generaciones la terminaremos perdiendo todos. Y, nuestro arte, el primero.

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