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martes, 26 septiembre, 2023

La política desprecia a sus mayores

Desde que el movimiento 15-M irrumpió en la democracia española, se ha extendido un desprecio constante hacia aquellos que nos trajeron hasta aquí

Resulta evidente a los ojos de cualquier ciudadano al que le interese medianamente la política que desde el mes de mayo del 2011, cuando millones de personas se concentraron en las plazas de toda España exigiendo un gran cambio político, la realidad democrática y parlamentaria de nuestro país cambió radicalmente, también para los mayores.

En esa exigencia de cambio, que después se ha ido transformando en formaciones políticas, una en vía de extinción y otra integrada dentro de una gran coalición política, parece también estar intrínseca la noción de que hay que despreciar, cancelar y atacar social y políticamente a aquellos políticos de la transición que consolidaron la democracia y que fueron fundamentales para que la democracia en este país no fuera otro paréntesis en su historia.

Me estoy refiriendo a personajes como Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina o a un histórico dirigente como Nicolás Redondo que cuestionan, critican, debaten o mantienen un pensamiento crítico e independiente hacia los partidos actuales, la situación política del momento o incluso hacia sus antiguas formaciones si consideran que están en un camino perjudicial para el conjunto del país o para su propio partido.

Ese desprecio ha llegado al extremo de desacreditar sus argumentos únicamente por su edad, algo absolutamente ridículo y aberrante, faltarles el respeto grosera, abierta y públicamente sin avergonzarse ni lo más mínimo y atacarles por sus equivocaciones o errores en su etapa política – quien esté libre de pecado que tire la primera piedra-.

Resulta esperpéntico y a la vez inquietante ya no solo observar a políticos, incluso de su misma ideología, despreciando a un ex presidente del gobierno como si fuera un don nadie, sino a una gran parte de la sociedad y sobre todo de la juventud desacreditándoles únicamente por mantener un pensamiento alejado de esa radicalidad y de la militancia bufandera.

¿Acaso no es sano y necesario para nuestra democracia que haya personas que con su conocimiento, experiencia, vivencia política y conocedores del funcionamiento y de la realidad social de nuestro país, expresen su opinión, cuestionen, debatan, pregunten y se manifiesten de forma crítica, independiente y medianamente libre?

Alfonso Guerra González, antiguo dirigente socialista
Alfonso Guerra, ex vicepresidente del gobierno de España (1982-1991) | Fuente: Flickr.com

Es realmente aterrador observar cómo ese desprecio intelectual hacia nuestros mayores, sobre todo en la política, pero también en cuestiones básicas de la vida, se ha ido extendiendo y como nuestros ojos nos ciegan cuando alguien a quien consideramos de nuestra cuerda o que es cercano a nosotros, da una opinión razonada, argumentada y explicada que cuestiona nuestra ideología o nuestro pensamiento.

Si algo caracteriza la democracia es precisamente que personas de toda índole, y más si han tenido alguna responsabilidad pública, tengan el derecho de poder, equivocadamente o no, manifestar sus pensamientos, debatir y cuestionar aspectos de la vida pública sin que nadie les condene social ni políticamente por ello.

Parece que se ha llegado a un punto de radicalidad ideológica en España en el que se niega a los mayores la posibilidad de opinar solamente por eso, por “no ser su tiempo”. “Es tiempo para nosotros”, dicen. Incluso se atreven a mandarles callar. ¿Es esto democrático?

Se puede no estar de acuerdo, se puede y se debe criticar dura y respetuosamente su opinión si así se siente, se puede simplemente no compartirla y hacérselo saber a la opinión pública aumentando el nivel de la argumentación -algo por desgracia nada frecuente hoy en día-; pero lo que sí debiera ser un deber, ya no solo como ejercicio democrático necesario sino también por mínima educación y respeto, es cuanto menos que la sociedad escuche, reflexione y respete la opinión de nuestros mayores.

Ellos nos indicaron el camino, nos quitaron los obstáculos y nos dieron en herencia un sistema democrático y es a nosotros a quienes nos corresponde, como un mínimo deber, cuidar ese regalo y recorrer la senda sin ensuciarla ni destruirla.

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