El pasado día 23 se cumplió el décimo aniversario del fallecimiento de Adolfo Suárez. Recordar su figura y su obra en tiempos de polarización es una obligación democrática
Si no hubiera estado él, la heroicidad que supuso la transición española seguramente no hubiera sido posible. Afincado en el centro del tablero político y nacido en un pequeño y humilde pueblo de la provincia de Ávila, Adolfo Suárez personificó y llenó de significado una palabra que durante cuarenta años había sido perseguida y eliminada de las conciencias de todos los españoles: el consenso.
Llegar a la democracia no fue una tarea sencilla. Atentados, crisis, búnker, ruidos de golpes de estado, muchos caminos a elegir, incertidumbre, ansia de cambio, miedo a lo que pudiera ocurrir…todo ello formó parte de un cóctel que solamente a base de pactos, cesiones, moderación y templanza fue posible de manejar y llevar a buen puerto. «Pactaba con él los desacuerdos», confesó su, por entonces, máximo adversario Felipe González.
Suárez fue esa brújula marcando el norte que España utilizó para dejar atrás la dictadura y caminar hacia la democracia, aunque ahora todo ese proceso se encuentre más nublado y cuestionado que nunca. Esa España de grandes acuerdos con la que soñó el presidente, a la que dedicó toda su vida y a la que dejó la Constitución de 1978 como su legado más preciado, se ha convertido hoy en una utopía propia de unos pocos ingenuos que, a pesar de lo que sucede cada miércoles en el Congreso, todavía guardan una esperanza.

Mientras que el presidente concebía la democracia como la necesidad de encontrar acuerdos entre distintos para lograr un objetivo común, lo que plasmó en los Pactos de la Moncloa; otros, desgraciadamente, prefieren utilizarla hoy para discutir sobre levantar muros, crear fronteras y confrontar con sus adversarios sobre quién es más corrupto. Eso a lo que algunos llaman modernidad y diálogo, yo prefiero llamarlo involución y decadencia.
Llevar a la práctica lo que algunos llaman una «segunda transición» bajo este clima político y social sería lo más perjudicial y lesivo para el país. Lo que hicieron nuestros mayores en favor de la democracia y de los derechos fundamentales es y será irrepetible y sus nietos y bisnietos no tenemos ningún derecho a reabrir ni a cuestionar un proceso de reconciliación y transición, que sí, tuvo fallos, pero que es admirado en todo el mundo. Volver otra vez a un proceso similar supondría nada menos que aceptar que todo lo que ellos construyeron en el pasado, todo por lo que lucharon, no habría servido para absolutamente nada.
Adolfo Suárez, al que el maldito alzhéimer nos impidió disfrutar durante más años, dedicó toda su trayectoria política para que la democracia en España no fuera otro paréntesis en su historia. Por tanto, lo mínimo que ahora podemos hacer para honrar su memoria y la de otros muchos, es evitar que se cierre, cuidar y recordar el camino que nos ha traído hasta aquí y dar las gracias a todos aquellos que dieron su vida para que pudiéramos vivir en paz y en libertad.

