Galicia sigue siendo una tierra particular, con su identidad, su orgullo y su cielo siempre gris
Manuel Fraga, fundador del Partido Popular y garante de las mayorías absolutas de los conservadores en Galicia, decía aquella frase de «me siento profundamente gallego, que es mi forma de ser español» como un potentísimo eslogan electoral que le permitía aglutinar a una inmensa mayoría de electores en esa histórica comunidad.
Puede parecer una frase muy simple, pero para analizar los resultados de las elecciones del pasado domingo, es vital comprender y entender el significado y el fondo de esa frase. Porque Galicia siempre ha sido diferente, tanto en sus votos como en su realidad.
Galicia es la tierra del «malo será», donde o ceo é sempre gris y a la que Rosalía mostró su amor incondicional en sus bellísimos versos. Es la comunidad que baila al son de las muñeiras y canta con el corazón que las ondiñas veñen. Es el hogar de los hórreos, en el que se hablan y se mezclan con orgullo sus dos idiomas y en el que más se sufre la morriña. Pero Galicia es también aquella que gritó al mundo nunca mais mientras el Prestige se hundía en sus mares, la que se embadurnó hasta el cuello de chapapote para limpiar sus playas y la que, entre cenizas, polvo y lágrimas, mostró toda su furia en 2017 diciendo que Galicia no ardía, la estaban quemando a traición.

Es ese orgullo, esa identidad, eso que se ha venido a llamar galleguismo y que Fraga definió a la perfección, es lo que le ha permitido al PP construir durante estos cuarenta años esa sintonía tan grande con su ciudadanía. Él, pese a venir del franquismo, fue el primero que lo entendió y por eso su partido ha conseguido ahora la quinta mayoría absoluta.
Quizá Rueda no haya sido el candidato más ágil ni el más carismático, pero sí el último heredero de una máquina electoral, que si bien está algo oxidada, parece que aun resiste el fuerte empuje y auge del BNG.
Un partido que si algo ha exaltado durante toda su existencia es eso, el galleguismo, pero desde una perspectiva totalmente distinta. Su líder, Ana Pontón, demostró una vez más su fuerza y su extraordinaria inteligencia. Sin hacer mucho ruido, pero con mensajes muy claros y contundentes ha sabido reconectar al BNG con una ciudadanía que sabe, no es nada radical. Adaptarse a esa realidad y saber cómo enfrentarla desde su clara posición nacionalista, es lo que la ha colocado como la máxima referente en la izquierda.
Algo que el PSOE parece que nunca ha sabido hacer del todo. Besteiro se tiró a la piscina casi sin saber nadar. Un candidato con mucho menos discurso que su rival por la izquierda y con muchísimo menos carisma que los demás. No logró conectar ni con la juventud más galleguista y regionalista, que está en crecimiento, ni con los progresistas más moderados que buscan una alternativa al PP. Resultado: nueve escaños y tierra arrasada. Hasta un partido populista con Democracia Orensana sacó tajada del desastre.
Y es que Galicia es así, peculiar, diferente, única o como la han adjetivado algunos periódicos y políticos, muy gallega. Y es justo eso lo que la hace tan hermosa.

