El ser humano lleva tiempo preguntándose si está solo en el universo, si hay vida más allá de La Tierra, o si somos un fenómeno extremadamente raro que no ha ocurrido en ningún otro rincón del extenso universo. Desde que Galileo inventó el telescopio no hemos dejado de buscar a nuestros vecinos intergalácticos, de sacarles fotos (con telescopios mucho más avanzados que el de Galileo), o incluso de intentar recibir sus mensajes y sintonizar sus canales de televisión (a lo que se dedican fervientemente en los SETI).
Quizás no debamos irnos muy lejos, ni siquiera salirnos de nuestro Sistema solar, para poder echar un vistazo a la casa de nuestros amigables vecinos. Valiéndonos del telescopio de Galileo, o incluso de nuestra simple vista, sólo tenemos que dirigir nuestra mirada al nuevo candidato a albergar vida extraterrestre: Venus.
En un artículo publicado ayer, día 14 de septiembre, en la revista científica Nature Astronomy, científicos de dos observatorios espaciales (los telescopios James Clerk Maxwell, en Hawaii, Estados Unidos, y ALMA, en Chile) afirman haber encontrado grandes cantidades de fosfano en la atmósfera de nuestro caluroso vecino. El fosfano (PH3) es un gas formado por tres átomos de hidrógeno y un átomo de fósforo. Este gas es producido en La Tierra por microorganismos anaerobios (que no necesitan oxígeno). También se produce de forma abiótica (es decir, sin la implicación de ningún ser vivo) en planetas gaseosos como Júpiter o Saturno, o alrededor de estrellas o nebulosas (nubes de polvo y gas espaciales). Sin embargo, en planetas rocosos como Venus, no se conoce ninguna forma natural por la que se origine este compuesto, y por ello se utiliza como bioindicador en la búsqueda de exoplanetas que puedan albergar vida.
Tras varios experimentos, el MIT determinó que la radiación solar, los minerales provenientes de erupciones volcánicas, o los abundantes relámpagos de la atmósfera de Venus podrían producir fosfano, pero las cantidades no serían comparables a las grandes masas de este gas observadas. Además, el fosfano es un gas altamente reactivo, por lo que la producción debería ser constante para mantener niveles tan elevados.
El astroquímico Paul Rimmer, de la Universidad de Cambridge, señala que los microorganismos terrestres solo necesitarían trabajar aproximadamente al 10% de su productividad para producir la cantidad de este gas detectado en Venus.
Aun así, no se descarta la posibilidad de la existencia de un origen abiótico aún desconocido.
Venus, el infierno inhabitable
La temperatura en la superficie de Venus (con 463ºC de media), y su atmósfera venenosa (compuesta principalmente de dióxido de carbono, nitrógeno, y ácido sulfúrico) hacen de este planeta un lugar bastante inhóspito para la vida tal y como la conocemos.
Pero Venus no ha sido siempre así. Cuando el Sistema Solar aún era joven (hace varios cientos de miles de millones de años) Venus podría haber albergado abundante agua líquida en su superficie (formando un gran océano de poca profundidad), y haber tenido placas tectónicas y un clima templado y estable. Estas condiciones se habrían mantenido durante unos 3.000 millones de años, tiempo en el que podría haberse desarrollado la vida.
Sin embargo, según los últimos estudios, fue un aumento en la actividad magmática (y no un aumento de la actividad solar como se hipotetizaba) el que, hace unos 715 millones de años, habría provocado la evaporación de los océanos, la emisión de gases de efecto invernadero, y la emersión de grandes masas de tierra, convirtiendo a Venus en el caldeado infierno que hoy conocemos.
Un trocito de atmósfera habitable
Sin embargo, aunque el cambio climático en Venus fue bastante rápido, aún queda una zona del planeta donde las condiciones son adecuadas para la vida: una franja de la atmósfera entre los 42 y 60 kilómetros de altura. En esta capa de la atmósfera las temperaturas oscilan entre los 0ºC y los 50ºC, la presión atmosférica es similar a la de la superficie de La Tierra, y en la que podemos encontrar gotas de agua en suspensión.
Ya en 1967, Carl Sagan especulaba con la posibilidad de que ciertos microbios podrían sobrevivir fácilmente en esa franja atmosférica de Venus; incluso durante la carrera espacial Rusia planteó la posibilidad de instalar una Estación Espacial orbitando Venus.
Otros científicos postulan que el azufre de esta capa de la atmósfera podría ser utilizado por los hipotéticos microorganismos como filtro UV, permitiendo incluso la fotosíntesis. O que las cambiantes manchas oscuras en la atmósfera venusiana se deberían a la distinta actividad de estos organismos (algo así como los afloramientos de algas en mares y lagos terrícolas).
El equipo de la astrobióloga Sara Seager sugiere, en un artículo publicado en la revista científica Astrobiology el pasado mes de Agosto, que los microbios de Venus vivirían en un ambiente líquido, en el interior de pequeñas gotas en suspensión en las nubes de la franja habitable. Pero a medida que el número de microbios aumentase, la gravedad haría que las gotitas descendieran hacia la capa más caliente e inhabitable que hay justo debajo. Sin embargo, y a medida que las gotas se fueran evaporando, la capa inferior de neblina se iría convirtiendo en un depósito de esporas. Más tarde, las corrientes ascendentes llevarían de forma regular a los microbios inactivos de nuevo a las nubes, donde se rehidratarían y volverían a activarse.

Fuente: Seager et al. (2020)
Pese a todos estos descubrimientos no podemos afirmar que exista vida extraterrestre, pero sí suponen un gran avance en el campo de la astrobiología. Ahora, los científicos planean observar constantemente la atmósfera de Venus para tratar de observar si se producen cambios en la cantidad de fosfano acumulado y, al mismo tiempo, tratar de descubrir si hay presencia de otros gases compatibles con la vida.
Con estos avances, no será nada extraño que en el futuro próximo comencemos a oír hablar sobre proyectos para enviar sondas, recoger muestras, u otro tipo de misiones en Venus para tratar de conocer más detalles sobre este cercano y a la vez desconocido vecino.